miércoles, 25 de enero de 2006

sin título


También hay lugares tranquilos en pleno Buenos Aires, donde parece que el tiempo se dilata con el calor. En la Casa Rosada abundan los patios silenciosos, las estancias vacías tan sólo frecuentadas por mozos de bandeja y café y paso apresurado para que Su Señoría lo tome en su punto, con ese vaso de agua con gas y quizás un alfajor de dulce de leche que se dan pese al verano. Algunas de sus salas tienen una pompa algo ajada, imperceptiblemente manoseadas por el desuso, con techos altos y puertas con cristales de colores dignas de repúblicas sureñas nuevas y viejas; y banderas, que no falten, con sus escudos de hilo de oro. Y esos ecos que nunca identificas, y olor a mármol y alfombra.

Pero no hay dinero para fotocopias.

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