martes, 4 de diciembre de 2018

lunes, 29 de octubre de 2018

martes, 16 de octubre de 2018

martes, 25 de septiembre de 2018

...

Para variar esta semana me he propuesto decir lo que pienso a los demás sin filtro de educación ni hostias en vinagre. Es martes y ya llevo varios eventos:
Uno en el trabajo me cuenta el verso de que su asignación es “demasiado grande” y que no llegamos a tiempo. Normalmente me quedaría callado pero es la semana asperger así que le digo:

-Si no vagueas lo puedes hacer perfectamente.

Me dirigió una sonrisa forzada. Al final del día todo estaba acabado. Obvio.
El profesor en clase de francés menciona el bautismo cristiano. Dice que cuando una persona lo hace, renace de nuevo.

-Si, pero no es verdad.- Le contesté.

La clase se quedó un poco en shock. La irlandesa de al lado me susurró que no era una clase de religión. Eso digo yo.

Luego en el supermercado un tipo con un monopatín de metro y medio bajo el brazo -en la zona de yogures- se gira y me golpea en la espalda.

-Perdón- dice, como con prisa para que parezca más sentido.
-Ni perdón ni hostias, ¿qué cojones haces llevando eso así en el puto supermercado?

El tipo escapó y por el camino golpeó una pila de tés japoneses. Cogí uno y lo metí en mi cesta.

Esta mañana se me acabó la avena y tuve que comprar una hecha en el Prèt-à-manger. Mientras buscaba donde tirar la tapita veo a un señor que lleva un café y un croissant y agarra un taco de servilletas demencial, casi un incunable.

-Si, necesitas veinte de esas para limpiarte.

Pero me ignoró. Una regla de tres: si le importa una mierda el planeta entero entonces yo le importo siete mil millones veces menos, como mínimo.

Ahora voy en el tren, un “vagón silencioso” donde se supone que la gente ha de ir calladita y sin música en alto y sin charlas telefónicas. Pero un tipo tres filas por delante está soltando una filípica -machoexplicación- a la chica de al lado, bien alto y claro. Ya me pongo la capa de borde.

Ahí voy.

lunes, 10 de septiembre de 2018

...

El hojaldre es un invento antiguo, seguramente griego o romano, aunque fueron los árabes quienes lo expandieron por el mundo. En su origen cada hoja se hacía por separado, se untaba con grasa y se unía. Se encuentran algunas referencias literarias sobre esta comida en El Buscón de Quevedo, publicado en 1604, aunque más tarde vinieron los franceses y dijeron que lo había inventado Claude Gelée a pesar de que éste había nacido en el 1600. En fin, que existen más de doscientos tipos de hojaldre e innumerables formas de prepararlo e incluso comerlo, pero a mi en concreto me gustan unos que hacen en Astorga, una pequeña ciudad leonesa.

Mientras me comía uno el otro día (americano, es lo que hay) pensaba que habitamos el planeta unos 7.000.000.000 humanos. En la historia de la especie eso representa el 7% de todos los que hemos existido jamás, que son 107.000.000.000. Por cada humano vivo hoy en día, existieron 15 antes (que están muertos, claro). Lo más letal para los humanos no es la guerra ni la violencia sino las infecciones, que han liquidado a más de la mitad de los humanos. Muchos -muchísimos- nos hemos ido de la Tierra nada más nacer. Por si alguien tiene curiosidad, desde el año 3.600 AC se calcula que hubo unas 14.531 guerras y de todos esos humanos que hablo, unos 3.640.000.000 murieron de forma violenta en esos conflictos (lo equivalente a, más o menos, 61 veces la II Guerra Mundial en número de víctimas). Esas víctimas son directas pero muchas otras finaron como consecuencia colateral, por ejemplo de hambre porque unos caballeros les quemaron sus campos, con los que quizás hacían harina (y hojaldre).

Al acabar el pastel tuve un sentimiento doble de satisfacción y fastidio, quizás porque me había gustado pero se había acabado el muy cabrón. Eso me dio para pensar un rato en la naturaleza de las cosas y el hilo de ideas me fue llevando lejos y lejos y acabé dándole vueltas al Big Bang, que -contrariamente a lo que nuestra intuición nos pueda indicar- no fue una explosión como cuando en las películas revienta la Estrella de la Muerte, es decir, en un punto concreto localizable. No. Fue una explosión de todo el espacio que sucedió simultáneamente en todas partes (un bombazo infinito en toda regla). Y esto pasó hace unos 13.800 millones de años. Es desde entonces que el espacio se expande.

El sabor del hojaldre aguantaba, de modo que aún medité sobre eso de que el Universo se expande, y lo sabemos por las mediciones del color rojo. Existe un efecto físico llamado Doppler que tiene que ver con las ondas. Según este efecto cuando algo se aleja de nosotros a gran velocidad, tiende a verse rojo. Para el humano de a pie esto resulta un poco misterioso pero es fácil de comparar con el sonido de una ambulancia al pasar. Pensemos que cuando se aleja percibimos el sonido de su sirena más grave que cuando se acerca y esto, señoras y señores, es el efecto Doppler en nuestra vida diaria. Pues los colores, al igual que el sonido, tienen longitudes de onda que se pueden mesurar y por tanto midiendo el rojo se puede calcular la velocidad a la que se aleja una galaxia cualquiera de la Via Láctea o, más concretamente, de la Tierra, o -todavía más concretamente- de mi casa.

Lo divertido es que cuando hacemos las cuentas resulta que muchas galaxias se alejan de nosotros a una velocidad mayor a la de la luz (es decir, 300.000 km por segundo) y esta idea hace que nos explote la cabeza salvo si tenemos en cuenta que en realidad no es que esas galaxias se desplacen por el espacio a esa velocidad terrible rompiendo todas las reglas de la física: lo que sucede es que el espacio se expande. De la misma manera que si pintas un globo y lo hinchas, dos partes del dibujo se alejan una de otra pero en realidad ninguna de ellas se mueve.

Los millones de humanos que existimos habitamos en una realidad en expansión constante. No como un hojaldre en el horno, para eso haría falta levadura. Y ya no sería lo mismo.

lunes, 20 de agosto de 2018

martes, 14 de agosto de 2018

viernes, 10 de agosto de 2018

...

Yo pensaba que era desordenado pero esta mañana al salir de casa resultó que la vecina de enfrente tenía la puerta abierta de par en par. Presencié el Caos -si, con mayúscula- por breves instantes. Fue un paisaje que no me voy a molestar en describir, inenarrable.
La señora, consumada por la vergüenza extrema del que ha revelado demasiado una miseria, cerró de un portazo, olvidando por completo su maleta en el descansillo. Tres segundos después -tras experimentar cierto alivio, imagino- recordó que de hecho se iba, de modo que abrió una rendija minúscula por la que pasar, se deslizó por ella y con toda la dignidad posible se colocó junto a mi a la espera del ascensor. Agarraba la maleta con las dos manos, nudillos blancos.

Por fin llegó el elevador. Cinco pisos de bajada que, tras lo sucedido, se antojaban eternos. De modo que ella consideró necesario decir algo (en inglés):

-Huele bien ese aftershave que usa.

(Vamos a aclarar que llevo barba de dos semanas)

-Ah gracias, pero creo que se refiere a mi jabón.
-Si, eso, huele muy bien.
-gracias...
-¿Es argentino?
-¿Quién, yo?
-No, el jabón.

No pude responder porque el ascensor llegó y la mujer salió despavorida. La vi alejarse por la acera en la mañana newyorquina, con el sol rebotando en las calles, el runrún del tráfico, una sirena distante y miles de desconocidos atareados subiendo y bajando con sus iphones carteras zapatos de tacón cafés del Dunkin’ Donuts gafas de sol trajes baratos caros semáforos homeless y una señora negra gritando a un Uber.

lunes, 6 de agosto de 2018

Francia, 1

Mochila en la espalda esperábamos en la Gare de Lyon el tren que nos llevaría a Annecy. Dijeron que había retraso, creo que un cable se había quemado y a la mierda. Aburridos, bebimos agua mineral a tragos cortos sentados en el suelo. Exploramos la sección 1, hablamos con los guardias y mantuvimos una cabal vigilancia sobre la pantalla de salidas, al igual que las otras cuatrocientas personas que nos rodeaban. En un momento dado vi un piano cerca de unos asientos. Un señor negro estaba sentado en la butaca y tocaba con torpeza un par de teclas. Su mirada al vacío.

Pin. Pin. Pin. Piiiin.

Me coloqué a la orilla del piano y me quedé quieto unos minutos.

Pin. Pin. Pin.

El tipo fingía que no me veía pero claramente empezó a sentir la presión.

Pin.

Vale, finalmente con gesto agobiado se levantó del asiento y se apartó con cierta timidez. Sonreí y me senté. El pobre piano estaba muy desafinado, rozando lo roto. Intenté una melodía sencilla mezclando segundas menores y aumentadas, algo que amenizase la espera sin pretensiones.

Pero llevaba apenas unas frases cuando inopinadamente oí una nota agudísima que no era mía.

Pin. Pin. Pin.

El tipo, escorado al borde, tocaba una de las últimas teclas haciéndose el distraído. Seguí tocando como si nada.

De nuevo. Pin. Piiiin. Por supuesto.

Y por un instante pensé que su nota interrumpida era quizás una llamada de socorro en morse, una petición de ayuda, una inspiración inaplazable, un canto a lo efímero, una ilusión de esperanza, una disonancia fruto de la dialéctica fallida entre dos humanos que no hablan el mismo idioma, que no viven en la misma ciudad, ni el mismo país, que comen cosas diferentes, que nacieron en años dispares en circunstancias lejanas irreconciliables, viajeros del espacio y del tiempo que se cruzan en un único parpadeo en forma de do agudo, en la séptima octava de un piano en una estación de París.

O quizás sólo quería tocar los cojones.

eh, Tom


martes, 24 de julio de 2018

notas aleatorias

en la playa en Nueva Jersey : una de esas tardes de bicicleta y sol y bocadillos : pedaleamos por la costa cerca de las casas y vemos carteles por todas partes de “propiedad privada” y “no traspasar” que no te dejan llegar a la arena : es decir, la gente compra su trozo de costa para poner su tumbona, su sombrilla, su barriga y su whisky de Tennessee : finalmente encontramos un tramo abierto lleno de bañistas : nos ponemos bajo un sombra que da una piedra : la marea sube y nos refresca los pies : en plena siesta pasa una avioneta con un telón publicitario volando tras ella : tiene un anuncio de liposucciones : mientras baja el sol pienso en unos niños que había en el muelle, uno le dijo al otro que jugasen a un juego “el barco será nuestro muro y el agua los mexicanos” : llevo todo el día pensando en ello : creo que me he desquiciado



caminamos por la Quinta Avenida y vemos a un señor sentado que pide limosna : pasamos cerca y le escucho : está juntando dinero para ir de putas



un poco más abajo, cerca de Madison Square, estoy esperando a que se ponga un semáforo en blanco : pasa un chico hablando por teléfono : está respondiendo a alguien “¿besos? nunca nos besamos”.

viernes, 13 de julio de 2018

miércoles, 11 de julio de 2018

martes, 10 de julio de 2018

lunes, 9 de julio de 2018

martes, 3 de julio de 2018

lunes, 2 de julio de 2018

lunes, 25 de junio de 2018

martes, 19 de junio de 2018

viernes, 1 de junio de 2018

miércoles, 30 de mayo de 2018

martes, 29 de mayo de 2018

miércoles, 23 de mayo de 2018

...

en aquellos tiempos la Alianza Francesa estaba en la calle 60 y por eso tenías que caminar desde la estación de tren dos veces por semana hasta allí : subías tranquilamente por Vanderbilt, donde sin tregua se veían grandes cantidades de hombres y mujeres trajeados haciendo uso del happy hour poniéndose hasta las cejas de cerveza y mojitos : luego llegabas al tramo alrededor de la J.P.Morgan donde por tu propio bien tenías que esquivar a los repartidores de comida con sus bicicletas locas, sus bolsas de papel barato y sus teléfonos encajados en las cinta de los cascos : eran todos hispanos muy bajitos y morenos y algunos pensaban que no les entendías cuando hablaban : tampoco es que dijesen nada malo, pero eras invisible : llegabas a Madison y desde ahí subías : había tiendas de chocolate, dulces japoneses, alguna galería de arte y boutiques de ropa y zapatos : cerca de la 58 estaba la torre Trump donde el Presidente o su mujer pasaban el fin de semana de vez en cuando : se sabía si estaban o no porque veías mucha más policía, perros y tipos con pinganillos en la oreja y gafas de sol discretamente despistados en cada esquina de dos en dos : ah, y con chalecos antibalas bajo las camisas de cuadros : en una ocasión hasta viste cómo tres agentes revisaban un 4x4 aparcado, miraron hasta los ceniceros por si alguien planeaba un alunizaje; esto era lanzar un coche bomba contra una luna, lo cual sonaba hasta poético : te pareció contradictorio que los tres hombres llevasen una especie de estrella de sheriff de espagueti western con un cartel que ponía "servicio secreto" : ça n'a pas de sens

otro de aquellos días estabais comiendo junto al lago en Connecticut, con un sol de justicia (expresión original del Libro de Malaquías del 460 a.C., refiriéndose al Apocalipsis) cuando Oli comentó que el parte meteorológico había predicho lluvia abundante : el cielo estaba más azul que un príncipe de la Disney por lo que os reísteis a gusto del algoritmo imperfecto

pero más tarde hubo noticias de dos tornados en el condado de Putnam y otros dos en New Haven, muy cerca de donde estabais : volaron muchos árboles y se desintegraron los tejados de un Dunkin' Donuts y un centro comercial de construcción barata : un granero colapsó : bastante suerte considerando que en la escala Fujita los tornados tuvieron fuerza 2 (vientos entre 178 y 217 km/h) y el mayor de ellos llegó a medir 600 yardas y recorrió 9'5 millas :  vientos bíblicos aparte, llovió tanto que muchos árboles no lo soportaron y se cortó el servicio ferroviario por miedo a que algún fresno acabase en las vías : incluso se fue la luz en algunos puntos de Nueva York : no os quedó otra que regresar en taxi : sentado atrás, sufriendo los rigores del aire acondicionado, imaginaste la lluvia de donuts en la localidad de Kent, del condado de Putnam, durante el tornado : esa si que habría sido una buena predicción

también recuerdas que luego bajaste a comprar un Côtes du Rhône y tu paseo coincidió con la puesta de sol entre nubes negras y cristalinas : la ciudad fue por momentos apenas una mancha gris profunda y amarilla : tras la tormenta el silencio se reflejaba en los charcos : las cimas de los rascacielos ardían de brillo : el aire se respiraba acerado y húmedo : como en un sueño exhausto

jueves, 26 de abril de 2018

NY, 26


A veces sucede que alguien viene a la ciudad y me pregunta dónde ir, qué ver, dónde cenar, esas cosas. Es frecuente -sobre todo si es verano- que le recomiende ir a Coney Island porque me parece que el lugar aglutina -como un concentrado de tinta de calamar- todos los defectos y virtudes de Nueva York en apenas un par de millas cuadradas. Es una maravilla y un despojo que hay que experimentar, su comida basura es la peor, sus baños son los más sucios, sus aguas las peores, su parque de atracciones el más tedioso y lamentable de los que he visto en la vida, su concurso de comer perritos calientes el 4 de Julio es simplemente demencial y sus espectáculos de raros, deformes, freaks, son un delirio que roza lo delictivo hoy en día. Añadamos a esto el barrio ruso que tiene al lado, las peleas entre pescadores chinos y latinos, la cabalgata de sirenas, los implantes de silicona recauchutados en tipas hiperbronceadas, los gordos, las fritangas, los niños locos con patinetes, los mazas luciendo tríceps en las canchas arenosas de voleibol, mézclelo usted con cientos y cientos y más cientos de personas, música superpuesta aquí y allí, cometas y una bandera roja que no te deja bañarte a pesar de que te estás torrando.

Lo intrigante es que todos y cada uno de estos despropósitos serían dignos de evitar la visita pero todos juntos al unísono crean un ambiente idiota de placidez atemporal que seda los sentidos, amodorra las alertas morales, trastorna los juicios propios y ajenos, y todo en espiral acaba resultando en cierto disfrute culposo. Es una especie de "mierda, me estoy divirtiendo".

Por eso de combatir mi ignorancia me molesté en informarme un poco sobre el esta isla-que-no-es-isla. Coney Island significa "la isla de los conejos"- Eso es un "coney", o lo que viene siendo un Oryctolagus cuniculus. Y es gracioso esto porque el nombre de España significa lo mismo. Hispania, en latín, posiblemente deriva del cartaginés "i-shfania" (antes de las guerras púnicas la costa levantina era de Cartago) que significa también "isla de los conejos". Por eso las monedas de algunos emperadores romanos de origen hispano, como Adriano o Trajano, tenían por un lado la cara del emperador y por otro un conejo. Resulta que este animal es originalmente autóctono de la península ibérica y desde ahí se expandió al resto del planeta. Por poner un ejemplo, en Inglaterra no existían conejos hasta el siglo XII. Ah, no se confundan con las liebres.

Pero volvamos a Coney Island, por favor. En el siglo XVII el lugar era efectivamente una isla separada de Long Island por un brazo de arena que se cubría totalmente por las mareas. Fue descubierta en 1609 (el mismo año que Drebbel inventó el termostato y Galileo demostró el funcionamiento de su telescopio) y comprada por los holandeses en 1645 a los indios nativos, según se dice a cambio de una escopeta, una tetera y una manta. Al parecer, debido a la brisa marina, la vida en Coney Island era más agradable que en Long Island o Manhattan.

Tiempo después, en 1830 se levantó un puente entre la isla y tierra firme. Ahí empezó la leyenda de Coney Island porque poco a poco aparecieron varios hoteles para que la gente de la ciudad tuviese la ilusión de estar de vacaciones sin estarlo realmente. Había un barco de vapor desde Nueva York y carruajes desde Brooklyn (que eran ciudades separadas hasta el 1900). Un inventor americano llamado Samuel Colt, famosísimo por sus inventos en el área de los rifles y pistolas, intentó construir una torre en la isla en 1845 pero luego abandonó el tema porque cuando un ferry dio acceso a la isla en 1947 de repente el lugar dejó de ser cosa de ricos y empezaron los problemas, subió el crimen, se expandieron los negocios de baja estofa, la prostitución, el juego y las rarezas. Aún así cada vez había más hoteles en la Avenida Surf, que se describiría como "el cielo al final de un viaje en metro". Desde 1880 hasta la II Guerra Mundial los parques de atracciones que se montaron era los más grandes de Estados Unidos: Steeplechase Park, Luna Park y Dreamland. La zona empezó a llamarse "el paraíso de los pobres" o el "Imperio del Centavo" porque por ese precio podías comer un perrito caliente (que nació en un sitio llamado Feltman’s Restaurant, no en Nathan's) o un knish o pagar una atracción. Coney Island tuvo su primer carrusel en 1875 y una torre de hierro de 100 metros de altura en 1877. En 1884 se levantó la primera montaña rusa del mundo y en 1894 se fabricó una noria inmensa. Luego, alrededor de 1930 la isla dejó de serlo. Se fue drenando el terreno y se acabó por convertir todo en una península.

Por resumir, tras la II Guerra Mundial el sitio se vino abajo. Incendios, crimen organizado, bandas, cambio de gustos y todo tipo de problemas acabaron por quitarle parte del encanto veraniego y muchos hoteles cerraron, así como los parques de atracciones. Fred Trump -el padre del Presidente- compró una gran porción aprovechando el declive en 1964 e intentó tirarlo todo y construir casas para ricos. Pero fracasó, aunque ya sólo esa historia da para un libro porque el tipo hasta organizó un funeral para enterrar los parques de atracciones donde chicas en bikini te regalaban perritos calientes.

El declive fue muy serio hasta el 2003. En ese año la ciudad de Nueva York decidió reactivar la zona; el plan continúa hasta la actualidad.

(...)

Quiero que entiendan mi admiración por lo demencial de Coney Island con un ejemplo histórico: el Hotel Brighton Beach a finales del siglo XIX. Era un edificio inmenso de tres plantas con 174 habitaciones que había sido construido en la isla. Pero alguien la cagó y lo hizo demasiado cerca del agua por lo que el edificio se erosionaba mucho y hasta corría el riesgo de que -con marea alta- el agua le entrase por la puerta. Imagínense el percal. ¡Pero no hay problema que eso era Coney Island! En 1888 se tomó la decisión de mover el edificio de ocho millones de libras -unas cuatro mil toneladas- unos 600 pies tierra adentro, es decir, doscientos metros. Y bueno, la locura se convirtió en realidad y por tanto en maravilla. Después de liar la de dios, se las apañaron para mover el puto hotel, que siguió abierto -y ya bien seco- hasta 1923.

Esto, señores, es Coney Island. El lugar donde todo es posible por loco que parezca.

sin título


miércoles, 25 de abril de 2018

jueves, 5 de abril de 2018

miércoles, 4 de abril de 2018

martes, 3 de abril de 2018

lunes, 2 de abril de 2018

viernes, 16 de marzo de 2018

...

A pesar de la brisa del mar y la arena fina, aquella playa cubana no olía a océano. Sentado en la toalla a solas cerraste los ojos y aspiraste hasta llenarte los pulmones y percibiste lejos un bouquet de rocas atlánticas mezclado con algo de maderas a la deriva, y quizás se adivinaba un minúsculo rastro de palmeras cocoteras y dunas y vegetación agostada. El verde turquesa caribeño estaba allí presente ante tus ojos como un horizonte plácido y calmo, obviamente líquido e irreal.

Te encontrabas a la sombra estrellada de una palmera, protegido del sol vertical matagallegos, cuando te percataste de la presencia de un señor silencioso en la base del tronco del árbol. Parecía forastero, quizás holandés o polaco o noruego-finés. Llevaba una gorra de lona y barba de tres días que le daban aspecto de recién despedido o persona en estado de crisis. Le dejaste en paz, pero mientras dibujabas la playa en aras del recuerdo no pudiste apartarle del pensamiento. Aquel señor, al igual que tú, al igual que todos, había dormido aquella noche y todas las noches en algún lugar. Tenía padres, vivos o muertos, conocidos o no. Seguramente amigos, dinero, algún lugar donde vivir, un oficio, anhelos, penas, secretos, misterios y una opinión sobre la pizza o la comida picante. Creía en algún dios, detestaba cosas, recordaba algún libro y admiraba a alguien -aunque no lo admitiese-. También tenía un nombre y una historia, sus antepasados quizás fuesen de la Eurasia o africanos o llegados de la isla de Pascua. El señor se levantó y se fue (con su historia).

---

En el camino de ida a la playa viste a un chico negro joven guapo que iba con una señora rusa de nombre Svetlana, bastante mayor que él, baja, de pelo corto rubio. No hablaban. Parecía uno de esos casos de turismo sexual, quien sabe. El caso es que cuando acabó el viaje un americano que viajaba en grupo expresó su opinión sobre la pareja en alto. Dijo algo como que "era como una prostituta con un viejo, pero al revés". Te pareció injusto (como dijo el buen Bertrand Russell ya en su tiempo) que los que suelen ser juzgados como inmorales son las personas que venden su cuerpo y mucho menos los que utilizan su dinero para comprar a otra persona.

Por la tarde junto a un café pensaste en ello y quizás el chico negro, al igual que el hombre de la palmera, tuviese su historia y durmiese en algún sitio aquella noche. Y tuviese su opinión sobre la pizza y el picante. También Svetlana e incluso el americano maleducado carente de tacto. Todos tuvimos un motivo para hacer lo que hicimos, siempre. Cada uno de nuestros actos, desde los que consideramos importantísimos a los mecánicos (como rascarse una oreja), fueron precedidos de un pensamiento residual consecuencia de algo que a su vez vino de otra cosa y muchas, mezcladas, y que te llevó precisamente aquel día, en aquel instante concreto y no otro, a sonreír a un extraño que se cruzó contigo en la puerta del retrete espantoso de un bar de playa en Cuba, rodeados de palmeras y arena caliente y brisa marina que no olía a océano. Recuerdas que mientras aguantabas la respiración en el lavabo te sentiste abrumado por la maraña de ideas y por la posible conclusión de que ni la bondad ni la maldad existían realmente.

Y te mantuviste en aquella opinión hasta que volviste a leer un periódico.

gente en el Mar Muerto en 2009


jueves, 15 de marzo de 2018

NY, 25

Como hace poco fui en helicóptero sobre el río Hudson -al oeste de Manhattan- no pude dejar de fijarme asustado en la noticia de un accidente de uno de estos cacharros en el East River en Nueva York, algo más arriba de Roosevelt Island. En el suceso murieron cinco de los seis ocupantes, sólo el piloto se salvó. Una de las fallecidas fue una estudiante de Arte y Diseño argentina de 29 años, se llamaba Carla Vallejos Blanco.

Tras ver la noticia me quedé intranquilo y para distraer la cabeza me puse a leer sobre helicópteros y accidentes, sobre millonarios y compañías de importación de fruta, sobornos y Donald Trump. Sé que suena un poco loco pero el hilo conductor de todo esto fue un edificio de la ciudad donde estaban las oficinas de la Pan Am.

"Pan Am" era el nombre corto de la Pan American Airways Incorporated fundada en 1927 con la intención de llevar correo entre los Estados Unidos y Cuba. La aerolínea creció y creció hasta convertirse en la referencia mundial en viajes internacionales; tras la II Guerra Mundial fue la impulsora de los aviones comerciales con reactores y básicamente son bastante responsables de por qué hoy volamos como volamos.

En pleno apogeo la compañía ocupó en 1960 el Pan Am Building junto a Grand Central. Cuando acabaron de construirlo en 1963 era la superficie de oficinas más grande del mundo, siendo superada en 1971 por el World Trade Center. El alquiler de las 15 plantas de la compañía de aviación costaba 115 millones al año; el contrato se hizo por un cuarto de siglo. Se encargó entonces a IBM una computadora que manejase todo el sistema de reservas, vuelos y hoteles. El gigantotrasto que hizo IBM en la época fue tan grande que ocupó completamente el piso 40; se llamaba PANAMAC.

En 1975 un director ejecutivo de origen polaco llamado Eli M. Black rompió con su maletín una ventana del piso 44 y se suicidó tirándose a Park Ave. Este señor trabajaba para una empresa de importación de fruta llamada United Fruit Company, fundada en 1871. Lo crean o no, la semi-ignorada historia de esta firma es apasionante y terrible. Para que se hagan una idea, en 1928 varios miles de trabajadores colombianos de esta compañía organizaron una protesta por las condiciones de trabajo en Ciénaga, Magdalena (cerca de Santa María). El gobierno de los Estados Unidos amenazó con mandar a los marines para proteger los intereses de la United Fruit Company y el gobierno colombiano, presionado por todos lados, acabó por zanjar el asunto ordenando disparar sobre los huelguistas. Murieron unas 1800 personas en la llamada "Masacre de las Bananeras". Tragedia. Pero bueno, estábamos con el señor Black. Unos días antes de su vuelo final desde el Pan Am una comisión del gobierno había descubierto que éste había intentado (y conseguido) sobornar con dos millones y medio de dólares al nefasto presidente golpista de Honduras, Oswaldo López Arellano, para que bajara los aranceles de exportación de bananas y plátanos. Le pillaron y se mató; por cierto, por poco no cae sobre unos moteros que estaban allí parados. En fin, la compañía frutera se cambió de nombre a "Chiquita" y en la actualidad ha sido acusada de tener lazos con grupos paramilitares colombianos, cooperar con carteles de droga, contaminar el medioambiente de forma indiscriminada, soborno a funcionarios, evasión fiscal y violación de los derechos de los trabajadores. Vamos, como para comerse un plátano.

Volviendo al edificio Pan Am, éste tenía un servicio de helicópteros que te llevaban al aeropuerto JFK. Todo sonaba fantástico para los ejecutivos, en vez de sufrir el tráfico les pareció mucho mejor ir volando. Si, pero en 1977 después de haber aterrizado, uno de los soportes de las ruedas del Sikorsky S-61L que usaban se partió por estrés. El helicóptero se cayó de lado mientras los rotores aún giraban, al dar en el suelo las aspas salieron volando. Una mató a cuatro hombres que esperaban en la plataforma (a uno literalmente lo partió en dos). Otra acabó clavada en una oficina. La tercera salió volando desde el edificio y mató a una chica de 29 años del Bronx que esperaba el bus en la calle 43 con Madison Avenue.

Y bueno, desde aquella está prohibido a los helicópteros el pasar por encima de la ciudad con algunas excepciones como los de la policía o el de algún hospital. Y por eso todos los vuelos de turistas son por encima del río.

Al final no sé si saqué mucho en claro de todo esto. Por no dejar el tema abierto diré que Pan Am, a pesar de haber sido la compañía más grande de su época, se fue a la mierda en 1991 por una nube de motivos: crisis energética, malas decisiones estratégicas y la compra en mal momento de una flota de Boeing 747. Para hacernos una idea, es como si ahora mismo Apple se va a la bancarrota: parece impensable pero así es el mundo de los negocios.

Así que en 2005 Metlife vendió el edificio entero por 1.720 millones de dólares. Su dueño actual es el multimillonario Donald Bren. Ya sé que no viene a cuento pero la mujer de éste señor es 34 años más joven que él. Y hablando de ricachones, Donald Trump, a finales de los ochenta, intentó reactivar el servicio de helicópteros en Nueva York; sobra decir que fracasó.


viernes, 2 de marzo de 2018