lunes, 10 de septiembre de 2018

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El hojaldre es un invento antiguo, seguramente griego o romano, aunque fueron los árabes quienes lo expandieron por el mundo. En su origen cada hoja se hacía por separado, se untaba con grasa y se unía. Se encuentran algunas referencias literarias sobre esta comida en El Buscón de Quevedo, publicado en 1604, aunque más tarde vinieron los franceses y dijeron que lo había inventado Claude Gelée a pesar de que éste había nacido en el 1600. En fin, que existen más de doscientos tipos de hojaldre e innumerables formas de prepararlo e incluso comerlo, pero a mi en concreto me gustan unos que hacen en Astorga, una pequeña ciudad leonesa.

Mientras me comía uno el otro día (americano, es lo que hay) pensaba que habitamos el planeta unos 7.000.000.000 humanos. En la historia de la especie eso representa el 7% de todos los que hemos existido jamás, que son 107.000.000.000. Por cada humano vivo hoy en día, existieron 15 antes (que están muertos, claro). Lo más letal para los humanos no es la guerra ni la violencia sino las infecciones, que han liquidado a más de la mitad de los humanos. Muchos -muchísimos- nos hemos ido de la Tierra nada más nacer. Por si alguien tiene curiosidad, desde el año 3.600 AC se calcula que hubo unas 14.531 guerras y de todos esos humanos que hablo, unos 3.640.000.000 murieron de forma violenta en esos conflictos (lo equivalente a, más o menos, 61 veces la II Guerra Mundial en número de víctimas). Esas víctimas son directas pero muchas otras finaron como consecuencia colateral, por ejemplo de hambre porque unos caballeros les quemaron sus campos, con los que quizás hacían harina (y hojaldre).

Al acabar el pastel tuve un sentimiento doble de satisfacción y fastidio, quizás porque me había gustado pero se había acabado el muy cabrón. Eso me dio para pensar un rato en la naturaleza de las cosas y el hilo de ideas me fue llevando lejos y lejos y acabé dándole vueltas al Big Bang, que -contrariamente a lo que nuestra intuición nos pueda indicar- no fue una explosión como cuando en las películas revienta la Estrella de la Muerte, es decir, en un punto concreto localizable. No. Fue una explosión de todo el espacio que sucedió simultáneamente en todas partes (un bombazo infinito en toda regla). Y esto pasó hace unos 13.800 millones de años. Es desde entonces que el espacio se expande.

El sabor del hojaldre aguantaba, de modo que aún medité sobre eso de que el Universo se expande, y lo sabemos por las mediciones del color rojo. Existe un efecto físico llamado Doppler que tiene que ver con las ondas. Según este efecto cuando algo se aleja de nosotros a gran velocidad, tiende a verse rojo. Para el humano de a pie esto resulta un poco misterioso pero es fácil de comparar con el sonido de una ambulancia al pasar. Pensemos que cuando se aleja percibimos el sonido de su sirena más grave que cuando se acerca y esto, señoras y señores, es el efecto Doppler en nuestra vida diaria. Pues los colores, al igual que el sonido, tienen longitudes de onda que se pueden mesurar y por tanto midiendo el rojo se puede calcular la velocidad a la que se aleja una galaxia cualquiera de la Via Láctea o, más concretamente, de la Tierra, o -todavía más concretamente- de mi casa.

Lo divertido es que cuando hacemos las cuentas resulta que muchas galaxias se alejan de nosotros a una velocidad mayor a la de la luz (es decir, 300.000 km por segundo) y esta idea hace que nos explote la cabeza salvo si tenemos en cuenta que en realidad no es que esas galaxias se desplacen por el espacio a esa velocidad terrible rompiendo todas las reglas de la física: lo que sucede es que el espacio se expande. De la misma manera que si pintas un globo y lo hinchas, dos partes del dibujo se alejan una de otra pero en realidad ninguna de ellas se mueve.

Los millones de humanos que existimos habitamos en una realidad en expansión constante. No como un hojaldre en el horno, para eso haría falta levadura. Y ya no sería lo mismo.

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