miércoles, 24 de agosto de 2016

viernes, 19 de agosto de 2016

fiasco nº 2


En agosto se forman unas tormentas increíbles en Nueva York, nadie habla de eso en las películas. En este caso intenté capturar la fuerza de la tormenta y el tópico "ojo del huracán" (que en realidad es el lugar más tranquilo) mezclado con descargas eléctricas que caían sobre el horizonte. Fueron cuatro relámpagos y desde el tren tuve tiempo de sacar 16 fotografías a lo largo del puente sobre el canal que une el Hudson con el East River, y a pesar de que una suerte sobrenatural evitó que en ninguna de las tomas saliese una sola viga del puente otra dosis de mala fortuna evitó que coincidiese un rayo cruzando la foto (como en realidad sucedió). El reflejo de los neones en la ventanilla del tren dinamizan la foto y le restan magia a la vez. Una lente más abierta (usaba una 35mm) habría sido mejor, quizás una 24mm o algo así.

lunes, 15 de agosto de 2016

...

Hace poco empecé a ir a nadar a una piscina que está en Times Square y la verdad es que la zona es un horror: el centro turístico de Nueva York y hasta arriba de gente, turistas, vendedores de shows de Broadway, buscavidas, mujeres desnudas -es la moda ahora para atraer incautos- con la bandera americana pintada en el cuerpo, disfraces de Batman y Mario Bros, pantallas gigantes, neones, policía, tráfico, caos absoluto y mi piscina. No tenía otra opción, era la única cerca de casa. Al menos no está a pie de calle sino en un piso 15. Entras en un hotel -no sé si es de lujo o no pero seguro que es caro-, subes en escaleras mecánicas, agarras un ascensor que va como un cohete y cuando la sangre te vuelve al cerebro te das cuenta de que has llegado. Son 25 metros de felicidad líquida con unas vistas absurdamente espectaculares de la zona de rascacielos y por si fuera poco el techo es una bóveda acristalada por la que también se ven edificios rosados por las puestas de sol en Nueva Jersey. Cuando caliento los brazos o floto nadando de espaldas no puedo evitar mirar los atardeceres anaranjados y mi mente me hace viajar a Marte donde los cielos son rojos y los ocasos azules -al contrario que en la Tierra-, debido a un fenónemo llamado dispersión de Rayleigh, un señor muy listo que se llevó el Premio Nobel por ello y por descubrir los gases inertes -como el argón- aunque inexplicablemente en sus últimos días de anciano acabó presidiendo la Sociedad para la Investigación Psíquica. Pues eso, que las puestas de sol en Marte son azules.

Y ya que estamos con temas atmosféricos misteriosos: mientras daba un paseo el sábado se puso a llover bastante fuerte. Hacía mucho calor en Manhattan y todo parecía normal pero cuando miré al cielo resultó que estaba totalmente azul. Brillaba el sol, no había una sola nube y caía agua a cántaros en toda la calle. Incluso olía a petricor -que es una palabra que nadie conoce-.

sin título


1963


un hombre en la Avenida Madison


sin título


miércoles, 10 de agosto de 2016

viernes, 5 de agosto de 2016

...

Hoy a las 7:55 de la mañana recibí una llamada de Oli. Me estaba lavando los dientes tras mi desayuno sumerio (o acadio) y no conseguí descolgar a tiempo pero vi que misteriosamente había dejado un mensaje, como en las historias de Ágatha Christie. Mientras procedía a escucharlo me vino bruscamente una idea a la cabeza que explica poco menos que la humanidad y todas sus facetas desde el origen de los tiempos hasta hoy, pero ignorando tal epifanía y movido por la curiosidad le di al play. Eran sesenta segundos de ruido cíclico, deduzcamos que un ventilador, una voz, una risa lejana y pasos. No estudié arqueología por casualidad, las pistas inciertas, las claves rotas, los meros indicios, son cosas que me encantan así que deduje que Oli bajó de su casa, entró en una cafetería, dejó el teléfono sobre la mesa pulsando sin querer la llamada, pidió un café, pagó, sonrió y saludó a la cajera -se deduce el género por el tono de la risa- y regresó al sitio sin enterarse de lo que estaba sucediendo pues al minuto exacto se cortó el mensaje, asumimos que de forma automática. Yo seguí lavándome los dientes mientras pensaba en algún algoritmo de la NSA tratando de desentrañar nuestro código secreto, hasta estuve tentado a llamar de vuelta y decir cirrus, Sócrates, partícula, decibel, huracán, delfín, tulipán, Mónica, David, Mónica, sólo para ponerlo más difícil (o quizás más fácil).

Inevitablemente recordé aquella vez que olvidé mi cámara en el tren. Era una Canon 5D Mark II, algo muy caro, pero cuando reparé en la pérdida habían pasado doce horas y ya era tarde para correr al vagón anónimo brazos en alto con el grito en el cielo. Procedí cabalmente a visitar la oficina de objetos perdidos de Grand Central y voilá, allí estaba. Más fantástico que la reaparición de mi carísima cámara fue el hecho de que un ser desconocido (quien la había encontrado y devuelto, gracias de nuevo) había grabado un vídeo de una gorra de los New York Knicks sobre una mesa. Quince segundos. Por supuesto me devané los sesos buscando un significado que nunca encontré. Cámara en manual sin autoenfoque, buen pulso, mal encuadre, gorra gastada, mesa de cafetería (distinta a las de la estación) y casi silencio (en Nueva York la ausencia de ruido es como la Santa Compaña: en realidad no existe). Pocos datos y muchas preguntas que sólo me llevan a una conclusión segura: en esa ocasión no se trataba de Oli.

martes, 2 de agosto de 2016