jueves, 17 de enero de 2019

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Hace muchos años paseaba con una amiga por el Museo del Prado cuando entramos en una zona con Picassos. Uh, maravilla, dijo ella. Y bueno, obviamemte el tipo era un genio pero a mi no me encanta el cubismo. Teníamos confianza y no tuve que fingir, para eso es la amistad a fin de cuentas.

Ella miraba concentrada en las líneas y tangencias y con el mismo gesto que uno usa jugando al mus (o al truco) me preguntó si me gustaba París.

-Todavía no estuve.

Silencio. Ahora sí giró la vista.

-¿A qué te refieres?
-Pues eso, que nunca estuve.
-Será broma...
-Coño, que no es broma; pero está ahí, ya iré.
-No entiendo cómo puedes ser tan bestia.

Noté cierto fastidio subiendo por mis pulmones. Para no discutir huí a Goya. Pero la tipa -ya no tan amiga- me persiguió.

-¿Cómo puedes haber ido varias veces a China y no conocer París, gañán?
-Mira, hay miles de ciudades que no conozco, de hecho el 99’9% de las que existen.
-Ya pero es París, no es una ciudad cualquiera.
-Ninguna ciudad es cualquiera.
-Ya empieza el sofista.
-No es sofismo. La gente se crea mitos y olvida la realidad.
-Lo que tú digas.

Llegamos a Velázquez y ahí me relajé.

-Mira, ya sé que París va a ser espectacular. Pero soy joven y tengo tiempo de visitarla mil veces, incluso podría acabar viviendo ahí.

-Eso, querido amigo, lo dudo mucho.