miércoles, 25 de enero de 2006

Hombres sonriendo

Vale me llevó a ese bar un lunes. Habíamos quedado en dar un paseo aquel día para que me enseñase algunos sitios que le gustasen de su ciudad, había insistido en que llevase mi cámara para enseñarle a hacer fotos. Yo no sabía muy bien qué decirle, aparte de lo obvio -los botones y se mira por aquí- el resto estaba ante ella, sólo era cuestión de esperar y ser paciente. Pero ella me gustaba, para qué negarlo, así que después de mucho resistirme, me vendí. Puse la voz esa que uno pone cuando quiere impresionar y le conté algunas chorradas sobre la percepción y yo qué se. Pareció funcionar; sólo me amargaba mi propia voz interior que me decía una y otra vez que era patético. Recorrimos el barrio e hicimos unas pocas fotos de turista. Me di algo de vergüenza e incluso me temblaba el pulso.Esa noche no pude dormir. Por la mañana borré todas las fotos que habíamos hecho. Estaba rabioso conmigo mismo, toda la vida diciendo esto y aquello y al final me ninguneo por una sonrisa. Agarré la mochila y, solo, me fui al barrio sabiendo que tenía que redimirme de alguna manera. E hice esta foto. Imagino que así me perdoné.

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