miércoles, 29 de junio de 2016

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Llegar a Mostar no resultó tan sencillo como esperábamos, no sabíamos que el bus va serpenteando entre Croacia y Bosnia y hay un par de puestos fronterizos. Cometimos el error de no llevar los pasaportes y a base de sonrisas pasamos la primera frontera pero en la segunda nos dijeron nanai. Dimos la vuelta y punto. Habíamos hecho el pardillo pero a fin de cuentas los incidentes son parte natural de los viajes y sin ellos todo sería una sucesión de visitas y logros para olvidar, tendemos a recordar lo que no fue fácil, las vicisitudes y entuertos.

Obviamente al segundo intento lo logramos; conseguimos un conductor croata y pasaporte en mano todo fue como la seda. Al llegar a Mostar nos dijo que allí sólo había un puente y nada más pero sólo tienes que abrir la puerta del coche para entender lo subjetiva que es la percepción: el centro de la ciudad es alucinante (uno ha de evitar los clásicos anzuelos para turistas, cómo no) y está salpicado de callejuelas medievales, torres, el río que discurre por un cañón horadado en la piedra, iglesias en un lado, mezquitas en otro y bueno, el famoso puente que al final es lo menos interesante. Antes de que fuese hora de rezar para los musulmanes buscamos una mezquita junto al río y subimos al minarete por la espiral de escaleras y no sé a ustedes pero a mi esas cosas me transportan a mundos que ya no existen. Arriba la brisa añadía gracia al paisaje medieval y fuimos felices por un largo rato.

Sin embargo una mirada un poco más atenta nos quitó tanta felicidad y puso el off al modo cuento de hadas. Muchas casas no eran viejas sino ruinas bombardeadas, restos de la guerra, muros ametrallados y tejados aún cedidos a tiro limpio. Bajamos a la calle y la realidad es que hay cicatrices por todos lados, encontramos un cementerio donde todas las tumbas eran de 1994. Pensé en ese momento en toda esa gente en el mundo a la que le gusta lo bélico y le maravillan aviones y submarinos con misiles tácticos nucleares por lo bien que suena, táctico, táctico. Tendrían que darse un paseo por aquellas tumbas.

Seguimos de ruina en ruina mientras los imanes llamaban al rezo y siempre impresiona un poco. Volvimos al puente medieval y vimos que los turistas pagan a señores para que se tiren al río y como todas estas cosas me pareció un poco mal (serán 30 metros de caída, se juegan la espalda por 7€). El mundo no cambia.

De regreso supimos que el conductor tenía 10 años cuando tuvo que huir como refugiado por culpa de la guerra. Dijo que ahora todo es más normal porque el tiempo lo cura todo (salvo si te rompes las piernas contra el agua del río por lanzarte desde muy alto).

Se puso el sol en la Dalmacia. Al lado de la carretera había gente vendiendo verdura y miel.

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