sábado, 25 de junio de 2016

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Desde el cielo mirando el Adriático no puedo evitar pensar en La isla al mediodía, el relato de Cortázar. Si usted no lo ha leído le recomiendo que tire el teléfono al aire y corra como un desquiciado a la librería más cercana, entre gritando con los billetes ya en mano para apremiar al pobre librero (o librera) en la obligada actividad de buscarle un ejemplar y vendérselo; no espere ni a salir del establecimiento, léalo aunque sea a trompicones, entonces estaremos de acuerdo en cierta contradicción maravillosa que consiste en que cuando uno lee su mente se va lejos de viaje y sin embargo muchas veces viajando la misma mente se va al libro (como hoy al ver islas lejanas y brillos de mar).

Al aterrizar en Croacia nos esperaba un chico para llevarnos a Bosnia-Herzegovina. Estos son países pequeños y dan la falsa impresión de ser fáciles de atravesar, sin ir más lejos Bosnia es del tamaño de Aragón pero las carreteras (como comprobamos) son una delicia de curvas, barrancos, paisajes y ciudades junto al mar encaramadas a acantilados de libro (de nuevo evocamos).

Llegamos a Neum y nos esperaba un hotel surreal de época soviética con líneas rectas y ángulos bien marcados. Ya sólo el recibidor era un compendio de diseño del este totalmente trasnochado y encantador, casi demencial. En el mostrador una señora requisó nuestros pasaportes (a cambio nos dio la llave de la 534) y en el bar un camarero desgarbado fumaba con calma de funcionario.

Desde eso pasaron tres horas; ya nos bañamos, buceamos, nos duchamos, exploramos la mitad del pueblo, hicimos fotos, bebimos café, encontramos un banco y regresamos. No entendemos una sola palabra de nada pero no importa. La cena nos espera.

(hablando de contradicciones, reconozcan que suelen hablar de otras comidas mientras comen)

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