domingo, 19 de junio de 2016

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Es la primera vez que me toca un sitio 13 en el avión y me alegra porque en algunas compañías se saltan el número para alivio de los supersticiosos que hacen de este mundo un desastre, toca madera, bragas rojas, magia simpática, Jesús, crucemos los dedos, espejos rotos y nada de pasar bajo una escalera o el puto feng sui y la dichosa esquina noreste. Basta ya.

A mi lado van sentados un señor y una señora, hablamos los tres en gallego y creo que hace seis o siete años que no tengo una conversación normal como ésta (aunque hay un instante en el que casi contesto en inglés). Hablamos de lo que nos cuesta el alquiler, el seguro médico, de la clínica del hijo de la señora, la emigración, el chocolate suizo y el tema se acaba cuando el hombre dice que su hijo murió hace poco; no preguntamos detalles.

Al cruzar los Pirineos los veo desde arriba, están preciosos, y justo en ese momento Cecilia ha de estar subiendo a un tren a París, nos encontraremos al final de la semana en Barcelona.

Por cierto ayer no ganamos nada en el festival; tampoco fue un drama porque ya el estar seleccionados fue un premio. Nada de caras largas.

Voy a dormir un rato antes de aterrizar en Galicia. Mi hermano estará en el aeropuerto. Recuerdo perfectamente el día que nació, entré en el cuarto en el que estaba mi madre con él en brazos y allí estaba pequeñísimo, se podía ver a través de sus deditos traslúcidos. Ahora es más alto que yo y conducirá hasta casa. La vida es un viaje.

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