sábado, 18 de junio de 2016

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Hoy se acaba el Festival de Animación de Annecy y aún no sabemos si Cecilia ha ganado o no, imagino que lo dirán a bocajarro en la ceremonia de clausura y listo.

Ayer nos invitaron a cenar en un sitio de estos de lujo donde los platos parecen un Miró y tienen nombres más largos que el mío (que ya es decir) y luego una orquesta de camareros ponen todos los platos a la vez como una coreografía culinaria que a la gente le maravilla; a mi no, yo soy de tupperware y las florituras me parece que sobran pero me permití pasarlo bien aunque aquello pareciese una película de Win Wenders.

Disney-Pixar daba una fiesta y estábamos invitados. Era un pabellón grande junto al Hotel Palace con música altísima y copas gratis. Yo no sé si es que llevo un anarquista escondido en algún sitio pero estos eventos de postín me dan igual y tengo que contenerme para no microsabotearlos causando el caos difundiendo rumores falsos y noticias inciertas sobre la primera estupidez que se me ocurra. Ayer alguien se me había adelantado atascando los baños y para trescientas personas con barra libre había disponible un sólo servicio con un único retrete. Lo pasé genial en miserable procesión viendo las caras de todos aquellos genios obligados al mundano acto de hacer cola para mear y mi risita me delató más de una vez pero es que las caras de disgusto, de asco, de descoloque y urgencia eran dignas de un Norman Rockwel y sólo lamenté mi cobardía fotográfica (estábamos demasiado cerca y no había apenas luz). Eso sí, le saqué una foto al famoso retrete de cuya existencia dependía totalmente la salubridad de aquellos jardines tan ilustres.

Duramos muy poco en la fiesta así que nos fuimos a ver más proyecciones, ya caída la noche. De camino a los cines brillaba el lago azul oscuro con un claro de luna casi llena y estaba precioso de forma que pensé que la fiesta de Disney-Pixar sería más especial si apagasen la música y las luces, retirasen los toldos y dejasen a la gente ver el cielo en silencio con la silueta de las montañas nevadas y las nubes dramáticas de marco inigualable. Tal inspiración sería pareja a la sentida por Beethoven o Debussy o Guy de Maupassant o el cineasta argentino Amadori o la revista franquista española para mujeres que se llamaba Claro de Luna.

Sumidos en estas divagaciones llegamos Cecilia y yo a la sala grande que estaba llenísima. La gente tiraba avioncitos de papel a la pantalla para amenizar la espera y he de admitir que hice uno y lleno de confianza lo lancé al vuelo pero ciertos errores de aviónica papiroflexia propiciaron un fortuito y catastrófico fracaso que pasó casi desapercibido en la sala. Luego se apagaron las luces y empezó el cine.

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