lunes, 2 de junio de 2014

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Hoy llegamos a la mismísima tumba de Jasser Arafat y pudimos verla a solas, cercanamente vigilados por un guardia palestino que no supo qué hacer cuando me puse a dibujar allí mismo. Tras eso nos fuimos a Belén donde sufrimos un descarado atropello por parte de un ministro del país al que se le tuvo que antojar pasar por allí a la vez que nosotros: resultado nefasto, desalojan a todos y pasa el fulano ante nuestras narices dándose importancia por tener guardaespaldas; sin drama. Al regresar a la ciudad hay montado el fiestón padre, miles y miles de judíos desbocados con banderas atentamente vigilados por cientos y cientos de policías secretos, soldados, policías normales y hasta algún francotirador; los del barrio musulmán se mascan la tragedia y cierran a las 5 pero, eso sí, dejan el suelo bien mojado para que alguno se rompa la crisma. Huimos del quilombo bajo las murallas con un grupo de argentinos sexagenarios, del PAMI como diría Cecilia, y acabamos pasándolo bien soñando con dragones y mazmorras gracias a Herodes y los mamelucos. Volvemos al hostal, pasa una monja con un perro. Como el mundo es un eterno devenir, otro ladra en la distancia. Y otro. Hasta da nostalgia.

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