miércoles, 25 de enero de 2006

sin título


Buenos Aires puede ser una ciudad muy querida. Es un lugar que resulta familiar, como si ya lo conocieses desde siempre; con una rapidez sorprendente le tomas cariño a cien sitios que, una semana antes, no existían. Como si llevases toda la vida tomando cafés en la misma esquina, volviendo a casa con ese muro a la izquierda -mientras los vendedores ambulantes recogen sus cosas- o viendo taxis amarillos y negros por doquier. El rumor de los árboles en las calles, el portero sentado en el portal sin hacer nada, el señor del kiosko...

Es tan familiar que su recuerdo, cuando te has ido, siempre tiene un poso de tristeza.

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