martes, 29 de diciembre de 2009

domingo, 27 de diciembre de 2009

viernes, 25 de diciembre de 2009

martes, 22 de diciembre de 2009

mujer con un niño



De aquellos días en los que éramos jóvenes; y creíamos que el verano duraría para siempre. Disfruta cada día. Salta de la cama dando volteretas. Pasa frío sonriendo. Pierde el tren muerto de la risa. Espera contando hojas en las plantas de la estación. Saluda al conductor ceñudo mientras te sacas los guantes. Pierde la vista en el horizonte donde se intercalan puentes, ríos de aguas frías, casas de madera y cementerios con flores secas. Habla en el trabajo. Baja las escaleras de dos en dos. Come con ganas a cucharadas aunque se te haya olvidado echarle sal. Pon música. Cierra los ojos y vuela lejos al otro lado del mundo. Hoy es el solsticio del invierno, la noche más larga que puede haber nunca; despertando, claro.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Chico



Algo brillante, superior a mi mismo. Plagiado, si cabe, no importa. ¿Sincero? ¿Puede ser? Quizás no. Ya somos perros viejos como para eso, se nace o nada. Las ganas de llorar vienen solas, no pueden provocarse; pues igual. Así que cierra los ojos por una vez y dime que no es verdad, que en el fondo sientes y padeces como todo dios, dime que es una pose forzada. Dime que has aprendido de una vez por todas. Estabas allí sintiendo cosas que eras nuevas y viejas. Él te acompañaba. Te dijo que le hicieses fotos porque se sentía guapo y allí estabas en tu hogar de infancia/pubertad/adolescencia/blablabla en el desván en el que dormías -plagado de chinches, pero eso aún no lo sabías- haciéndole fotos. Todo porque quería sentirse mejor para el futuro y para afrontar el noviazgo italiano. Irá bien, pensaste, y te alegraste de veras. Como nunca lo haces por tí mismo. Es muy gallego eso, cocinar para los demás. Y te sentaste allí pensando en lo que había sido tu vida hasta aquel momento, en las noches en aquel cuartucho mal iluminado con fotografías en blanco y negro de tus antepasados en las paredes lisas, arcones de arce, colchones de espuma, almohadas de plumas, lámparas de pera, puertas de doble hoja, todo compuesto como tú mismo. Y el olor a lugar viejo y polvoriento, al aceite y el carbón del brasero, al jabón de la abuela, a los trajes sin usar y a los disfrazes de nazareno. A todas esas cosas que son una vida para tí y nada en absoluto para los demás, sólo palabras. Nada significa, para nadie que no seas tú, el alambre de colgar la ropa en el que siempre te chocabas, el baldosín suelto, la pared de cal o los pinchos del limonero. O aquellas noches -preciosas- en las que te tumbabas mirando el techo gris y pensando en Bárbara y preguntándote por qué demonios no te quería -no lo hacía-. Y años después esas paredes dando vueltas por culpa del tequila. O parcas y austeras cuando murió el abuelo -no te lo creías-. Hasta llegar a hoy por el camino del tiempo, como un sueño que por fin remata en un sonido lejano de un despertador que es ahora, ya, justo en este momento en el que Edu está en la pared sin la camiseta y te dice que le hagas una foto. Crees que es el momento. Pero te estás engañando, como tantas veces. Porque cuando vuelves a pensar en ello han pasado meses, él está lejos en la bota o Granada o Madrid o sabe dios donde -no sabes ni cómo echarle de menos- y tú aquí en Nueva York, solo en tu escritorio con la luz tenue y el frío mortal fuera en pleno invierno sin serlo todavía y consciente de que esto, pronto, volverá a su vez a ser un simple recuerdo donde sólo importarán dos o tres detalles de la escena: la cerveza a un lado, las pumpkin seed que picoteas, la mantita del Ikea, la luz esférica, la música suave, el teclado en español, sabe dios porque la memoria es caprochosa, como la vida, y ahora mismo impredecible. Podría decantarse por cualquier cosa inesperada y a joderse. No te preocupes. Estos eran esos tiempos de Laura y los amigos perdidos en España, de las cartas de Hacienda, de los partidos de fútbol indoor y los escritos delirantes en el Livejournal en los que nuna releías ni, por descontado, borrabas nada. Escritura automática, le llaman. Gente más lista que tú.

martes, 15 de diciembre de 2009

sin título



De repente ha vuelto sin avisar. Lo noto alrededor, dentro, en todas partes, haciendo que todo sea más fácil y el mundo se mueva a cámara lenta y me de tiempo a pensar, mirar y estar allí antes que nadie ni nada. Cuando quiero, sucede. Adiós al miedo. Hola, mundo.

viernes, 11 de diciembre de 2009

jueves, 10 de diciembre de 2009

dos chicas




A veces es mejor no saber nada.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

niña con un globo



A veces te veo así, como una niña. Como hoy al leer tu carta. Quise decirte que no te preocupes, todo va a ir bien: lo que se le dice a los niños cuando están asustados por un repentino trueno o un evento inesperado. Siempre pensé que que no es eso lo que se les debería decir sino corre, la vida te va a pasar por encima. Te van a engañar. Te van a putear. Te van a hacer creer muchas cosas que no son ciertas. Tendrás que aprender a estar sola. A estar acompañada. A veces tendrás calor, a veces no. Será complicado, eso seguro. Habrá decisiones. Oportunidades que no volverán. Momentos que tienes ahora sin darte cuenta que echarás de menos. Lugares a los que has ido que no recordarás de modo que no tienes una vida entera sino sólo lo que eres capaz de recordar, que es poco. De los libros que has leído sólo habrá pasajes, momentos, alguna frase. Igual con las personas, con los amores y, lo que quizás es peor, con los desamores. Aquello que crees importante y justo dejará de serlo con el tiempo. Y lo que creías inamovible es tan sólo un globo que, al soltarlo, se va hasta el techo del mundo. Y ese es el truco, el mundo no es un planeta que gira incansablemente alrededor de un astro luminoso, en realidad es una caja de cartón color azul, tú estás dentro. Yo tengo mi propia caja. Cada uno tiene la suya. No vemos la de los demás porque somos egoístas y sólo pensamos en nuestras propias cajas. Lo más que puedes hacer es un par de agujeros para mirar por ellos, nada más. Así que puedes sentarte en una esquina y esperar a la nada o bien alegrarte el día pensando que puedes pintar las paredes sin que alguien proteste porque, a fin de cuentas, nadie lo verá nunca. Y no creas que esto es una metáfora. Si piensas eso intenta hacerte amiga del vecino o ir a cenar con el hijo del tendero, o hablar del último libro que has leído con la cajera del supermercado más cercano. No puedes. Tu caja no te deja.

lunes, 7 de diciembre de 2009

sin título



Qué días aquellos en los que la ciudad tenía forma de sartén.

domingo, 6 de diciembre de 2009

sin título



Paseamos por el malecón y vimos que sólo había chinos pescando. Nos comimos unos aros de cebolla y maíz tostado. Las calles vacías, la noria cerrada, los pabellones con lonas de plástico silenciosos y fatuos: ese es el invierno de las atracciones y casetas de tiro. Y la playa triste como lo son todas en esta época. En realidad como lo son todas siempre, por eso nos gustan.


Porque nos atrae lo inmenso y lo misterioso.