miércoles, 25 de junio de 2014

Solstice menuet pour une nuit à New York, 2014 (par Ramón López)


un gato y una mujer


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Siempre pienso en las máquinas de la felicidad de Ray Bradbury en su libro El Vino del Estío. Un tipo del barrio inventaba una máquina increíble en la que se metían los vecinos y sentían una felicidad absoluta. La gente salía llorando de los cacharros no por la experiencia sino por dejar de tenerla. Así que al final las máquinas de la felicidad en realidad ponían tristes a los que las usaban. Como metáfora de la vida me parece brillante con la salvedad de que nosotros ni siquiera tendremos el placer del disgusto.

ciudad


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viernes, 20 de junio de 2014

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Por supuesto no todas las fotos han de ser un espectáculo de predicción. A veces al ver unas palmeras lejanas me gusta jugar a pensar que en realidad tendremos muchas vidas como ésta. Exploraremos cada bosque lejano, nombraremos cada montaña, nos bañaremos en cada playa al menos dos veces. Y como el mundo cambia, nuestra curiosidad será infinita.

Al final del juego siempre me espera la realidad con un palo diciéndome que no tendré doce millones de vidas sino sólo una, que camine ahora mismo a ese bosque o no lo veré jamás.

jueves, 19 de junio de 2014

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A veces dudo si es que la vida es corta o esa idea es una ilusión de la mente pues recordar algo es un acto instantáneo. Tardo como un milisegundo en recordarme gateando por la casa de mis abuelos y otro milisegundo en saltar diez años en el tiempo y verme sentado en el sofá de la salita escribiendo historias en un bloc de hojas a cuadros, y si salto otros diez años más estoy en la terraza de arriba viendo cómo amanece en el Calvario (que es como llaman a la punta de la sierra que se yergue junto al pueblo). Así hasta hoy, día en el que venden esa casa y empezará a habitar sólo en el recuerdo, difuminada por el tiempo, distorsionada por todas las cosas que me pasen, amplificados los olores, los espacios, los muros infinitos, las paredes blancas, los instrumentos colgantes, los jamones, los embudos, la batidora para hacer ajoblanco, el periódico recortado para hacer de papel higiénico improvisado, las jaulas de las perdices, las gafas del abuelo, la televisión vieja, las peras de luz, los techos altos, el tapiz con la escena de caza, los botijos, el pozo, el limonero, las tejas, el olor a jabón, el carbón del brasero, los hules, la lechera entrando en casa, los espejos de cristal que deforman el reflejo, mi tío Gregorio, mi abuelo Vicente, mi abuela Manuela, mi tía abuela Quica, recuerdos de un milisegundo que dura para siempre.

Esto es lo que me vino a la mente al ver esta foto de Tanzania, cuando mi hermano y yo cruzábamos el Índico hasta la isla de Mafia. Quizás es que la siesta era parte de la vida extremeña y no puedo ver a alguien dormir sin que me asalte una sensación vívida de cuarenta grados a la sombra, moscas y silencio en la casa.

miércoles, 4 de junio de 2014

lunes, 2 de junio de 2014

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hombres rezando


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mujeres


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Cuando voy de viaje me prohíbo escuchar música. El motivo es porque te transporta, y yo ya estoy transportado; no necesito soñar o que nada me evoque nada o -peor- me distraiga. Quiero estar ahí, atento, y nada más.

Hay un premio adicional. La primera canción que escuchas tras diez, quince, veinte días, va a ser una experiencia de estas de cerrar los ojos. Elijo meticulosamente la pieza de regreso, no puede ser al azar, y ese momento significa el final del viaje.

Ahora mismo estoy en un aeropuerto de Moscú, queda media hora para embarcar. Saco los auriculares y busco un rincón tranquilo. La canción se titula "Requiem for the static king, part 2" de mi grupo favorito.

Pues eso, cierro los ojos.

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Hoy es nuestro último día en Israel, creo que no volveré a dar noticias hasta volver a casa; se hace raro decir casa y pensar en Nueva York porque a pesar del tiempo, de Ceci, del trabajo, de los amigos, todavía tengo cierta sensación de viajero que no acaba de irse, como también la tenía en Madrid.

Ha bajado Jesús, nos vamos ya. Buen viaje (el mundo es relativo, en las próximas horas os vais a mover 7000 km.).

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Amanecemos (bruscamente) en Acre cuando a las 3:30 de la mañana la mezquita de turno, enfrente del hostal, se pone a funcionar. Buenos días dios, bye almohada. Vinimos aquí para ver las catacumbas de los cruzados (un dungeon de nivel 6, vamos) y eso haremos cuando el mundo vuelva a serlo en unas horas. Más tarde, si nos da tiempo, pasaremos por el pueblo de Armagedón que, según San Juan en el Apocalipsis (Ap 16, 12-16), es donde finalmente la jodemos. No todos los días uno mira al valle final a los ojos.

Hablando de biblicismos, ayer pasamos junto a Sodoma (donde supuestamente estaba) donde vivían los pecadores sodomitas. ¿Qué pecado cometían los de Gomorra?

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Tuve la suerte de subir a la fortaleza-palacio de Masada hoy viernes 30 de mayo de 2014. Estaba en la base de la montaña a poco más de las cuatro de la mañana para estar arriba a las cinco y media, cuando amanece. Y aquí estoy. Llegué casi solo tras una subida empinadísima de tierra y escalones que me recordó a la Cruz del Siglo en mi pueblo, la subida a la sierra de los veranos extremeños que seguramente era más dura que esta. No tan legendaria, claro, pero las mejores cosas de la vida no necesitan serlo. Tu mejor beso puede ser el de todos los días bostezando y no necesariamente bajo la Torre Eiffel un día de tormenta y fin de siglo después de un reencuentro. Pero volviendo a Masada, aquí estoy, rodeado de un inmenso paisaje de todos los colores, naranja, azul, rojo, ocre, marrón y pintas verdes estilo Kandinski. Estoy en el cenit de mi momento zen cuando, sorpresa, llega un gigantesco grupo de americanos que otra cosa no harán pero madrugar si.

Y así estoy, en el borde del abismo sobre la montaña judía, súbitamente rodeado de ruido y adolescentes que también esperan la salida del sol. Me dejo llevar por lo fácil y empiezo a escuchar sus conversaciones demenciales:

-No hay wi-fi.
-¿Por qué sonríes? Si nadie va a verlo.
-No sé si desde tan alto un francotirador alcanzará a uno de estos terroristas.
-Que alguien suba esa música.

No paran de decir estupideces y ninguno, sin excepción, se da el lujo de sentarse a disfrutar sin más.

Pienso entonces que así va el mundo. Muchos de los que tienen suerte son como este grupo de atontados preocupados por su wi-fi y el resto, la gran mayoría, se jode. Y al final todo está mal.

Pero de repente me asalta un pensamiento liberador: yo mismo no estoy disfrutando, y me niego. Les ignoro. Les olvido. Y vuelvo a estar a solas en la montaña de Masada y justo sale el sol sobre las montañas de Jordania, y brilla el Mar Muerto, las nubes se tornan rosadas, el aire resplandece, y pienso que el mundo, en realidad, es todo lo que nosotros queramos que sea. No saco ni una sola foto de este momento; y sonrío.

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Vimos con caras desencajadas que una excursión de yankees adolescentes de Oregón (¿como 100?) asaltaba nuestro oasis de paz en el desierto salado. La desesperación se apoderó de nosotros y decidimos huir al restaurante del hostal pero el guionista, que se las sabe todas, tenía preparada una encerrona: otro grupo de los mismos acampado en las mesas. Flanqueados, no nos quedó otra que rendirnos y agarrar un plato, ensalada de lentejas, berenjena asada, patatas con judías y tomates, hummus, bastante bien. Para amenizar la cena empezamos a fijarnos qué comían ellos, los oregonitas, y somos fieles si decimos que todos se sirvieron arroz, patatas, pasta y pollo. Algunos patatas con arroz, otros pollo con pasta y arroz y más pollo y ketchup, otros arroz con patatas, rellenando la cantimplora con la fanta limón. Nos reíamos sintiéndonos bien y mal a la vez (por sentirnos mejores y por sentirnos mejores) hasta que vi que el de al lado (que debía ser israelí, del hotel) tenía cruzada en el cinturón una pistola y tres cargadores. La gracia se desvaneció. Para ser honestos desde que estamos aquí he visto más armas de fuego que en toda mi vida junta, simplemente están por todas partes. Ya me lo creo si me dicen que hay un submarino en el Mar Muerto y tres ninjas bajo mi cama. Oh dios, los oregonitas regresan de sabe dios donde, tierra trágame.

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Hemos llegado a Masada, que es una fortaleza donde los zelotas judíos resistieron a las legiones romanas y pasó como en Asterix pero con el guión reescrito por Shakespeare, o sea que al final se suicidaron todos. Para los que estuvieron en Roma alguna vez, el arco de Tito conmemora la victoria romana. Subiré a las cuatro de la mañana para ver amanecer desde lo alto y los brillos del sol sobre el Mar Muerto donde, por cierto, nos bañamos hoy. Y así estamos en medio de la nada mirando las montañas de Jordania, en un bar a reventar de cervezas sin alcohol, como en una canción de Sabina pero reescrita por mi.

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Hoy llegamos a la mismísima tumba de Jasser Arafat y pudimos verla a solas, cercanamente vigilados por un guardia palestino que no supo qué hacer cuando me puse a dibujar allí mismo. Tras eso nos fuimos a Belén donde sufrimos un descarado atropello por parte de un ministro del país al que se le tuvo que antojar pasar por allí a la vez que nosotros: resultado nefasto, desalojan a todos y pasa el fulano ante nuestras narices dándose importancia por tener guardaespaldas; sin drama. Al regresar a la ciudad hay montado el fiestón padre, miles y miles de judíos desbocados con banderas atentamente vigilados por cientos y cientos de policías secretos, soldados, policías normales y hasta algún francotirador; los del barrio musulmán se mascan la tragedia y cierran a las 5 pero, eso sí, dejan el suelo bien mojado para que alguno se rompa la crisma. Huimos del quilombo bajo las murallas con un grupo de argentinos sexagenarios, del PAMI como diría Cecilia, y acabamos pasándolo bien soñando con dragones y mazmorras gracias a Herodes y los mamelucos. Volvemos al hostal, pasa una monja con un perro. Como el mundo es un eterno devenir, otro ladra en la distancia. Y otro. Hasta da nostalgia.

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Ayer fue el día de Jerusalén y fue increíble, nos pasamos el día preguntándonos qué demonios pasaba que había judíos alegres por todas partes, banderas, colegios, militares a cientos, bandas de muchachos cantando la misma canción una y otra vez, hasta había un montón bailando en corro en el muro de los lamentos donde finalmente nos enteramos de qué iba el percal. Un taxi nos timó pero comimos en un sitio de barrio espectacular donde el camarero era del Real Madrid. A las 3 de la mañana empezaron unos cánticos aleatorios que mi mente dormida asignó a los coptos, sabe dios por qué. Sin pegar ojo, claro --

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Mis inocentes intentos de camuflaje han dado su fruto hoy cuando un árabe musulmán me confundió con uno de los suyos. Imagino que no había visto la cámara ni mi gorra de los Yankees. Entretanto mi amigo Jesús, por despiste, consiguió la difícil tarea de cruzar por la puerta del Sultán sin ser musulmán.

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Después de varios días chocándonos en las puertas musulmanas tratando de entrar en la zona de las mezquitas (conseguimos, eso sí, acceder brevemente a un cementerio musulmán) hoy abren brevemente una puerta y por ahí nos colaremos exactamente a las 7:30 de la mañana. Entraremos pues donde no lo hacen los judíos, entre otras cosas por la remota posibilidad de pisar por descuido una piedra del Segundo Templo, algo que es sagrado para ellos. Yo me mantengo tranquilo ante tanto despliegue de fervor religioso pero ayer cuando una tarada se nos acercó hablándonos de Jesús y sus hazañas no pude contenerme y le dije que dios no existe y que todo es una patraña. Más tarde, por quinta vez, fui al Muro de los Lamentos y estuvimos haciendo fotos cada vez más y más descaradas. Pero ya se hacía tarde y me caían lágrimas de los ojos, de sueño o yo qué sé, así que me volví a nuestro hospicio no fuese a ser que alguien me viese llorando en el muro con la kilpa puesta y llegase a confundirme con uno de ellos, compungidos y arrepentidos (algunos hasta van a lamentarse con el subfusil a la espalda; no es coña y por supuesto hay pruebas fotográficas); y el Papa por fin se ha ido. Y los niños palestinos en un ciber jugando al counterstrike (un juego en el que, entre otras cosas, eres terrorista y pones bombas o capturas rehenes). Y a pesar de todo reina la tranquilidad absoluta.

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Para camuflarme entre la población local ayer me corté el pelo en un barbero judío, un sitio sacado de los años 50. El señor jugaba con su mujer al backgammon cuando entré y a ella se le escapó una risita.

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Me despertó un gallo en la distancia a eso de las cuatro de la mañana mientras soñaba con un asesino esqueleto y un objeto mágico que brillaba al acercarse al peligro y alguien lo había reducido de tamaño -apenas 1 cm medía ahora- pero funcionaba igual. Gracias a él, dimos caza al esqueleto de fuego, en un atrio alto romano que sabe dios qué significa. El caso es que el gallo me despertó y me dolía la garganta de reseco, tenía frío y el lado derecho del cuerpo dormido, pero no como yo sino de esa otra manera. Me estiré como un gato y alguien empezó a roncar, aunque dudo que tengan relación ambas cosas. Miré el reloj y faltaba hora y media para el amanecer, una vida vamos. Me armé de valor pero no ayudó, desesperación, aburrimiento, impaciencia, se apoderaron de mí en distintos momentos e intensidades. Cuando por fin pasó el tiempo (se hizo largo, acabé contando ronquidos de la gente del dormitorio y comprobando que no se sincronizaban), salí de casa, agarré la cámara y me fui a la azotea a ver salir el sol entre las mezquitas, sinagogas e iglesias de color acre. Pero la puerta de arriba, para mi desgracia, se encontraba cerrada. Vagué pues en silencio por los viejos pasillos de piedra.