lunes, 2 de junio de 2014

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Me despertó un gallo en la distancia a eso de las cuatro de la mañana mientras soñaba con un asesino esqueleto y un objeto mágico que brillaba al acercarse al peligro y alguien lo había reducido de tamaño -apenas 1 cm medía ahora- pero funcionaba igual. Gracias a él, dimos caza al esqueleto de fuego, en un atrio alto romano que sabe dios qué significa. El caso es que el gallo me despertó y me dolía la garganta de reseco, tenía frío y el lado derecho del cuerpo dormido, pero no como yo sino de esa otra manera. Me estiré como un gato y alguien empezó a roncar, aunque dudo que tengan relación ambas cosas. Miré el reloj y faltaba hora y media para el amanecer, una vida vamos. Me armé de valor pero no ayudó, desesperación, aburrimiento, impaciencia, se apoderaron de mí en distintos momentos e intensidades. Cuando por fin pasó el tiempo (se hizo largo, acabé contando ronquidos de la gente del dormitorio y comprobando que no se sincronizaban), salí de casa, agarré la cámara y me fui a la azotea a ver salir el sol entre las mezquitas, sinagogas e iglesias de color acre. Pero la puerta de arriba, para mi desgracia, se encontraba cerrada. Vagué pues en silencio por los viejos pasillos de piedra.

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