viernes, 17 de noviembre de 2017

martes, 7 de noviembre de 2017

lunes, 6 de noviembre de 2017

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Volamos en este preciso instante sobre el Atlántico Norte, el cielo es azul cobalto y el horizonte un ocaso interminable que  nos lleva acompañando por horas. Veo el mar y sobre él una capa de nubes que flotan suspendidas formando una muralla imposible, gris, oscura, casi negra, y bajo ellas se adivina una tormenta, olas de siete metros, espuma, vientos árticos y una violencia que parece un bombardeo.

Me duele el cuello de tanto mirar por la ventanilla; el avión -un Airbus a321- huele a Doritos de estos con sabor tex mex, y eso es porque un niño de cuatro años se sienta detrás de mi y los va destrozando. A veces me pega patadas, grita, zarandea mi asiento, está medio loco, es como si tuviese mi jodida turbulencia personalizada.

Me concentro en la puesta de sol. En los pies descalzos sobre la moqueta, en el espacio exiguo, en las pelusas de la manta, en ir a novecientos kilómetros por hora respecto a un mar casi congelado donde si nos estrellásemos lo de menos serían los sies mil galones de combustible o el propio impacto contra el agua: la palmaríamos de frío, ahogados por la sal o incluso peor, atropellados por algún atunero de bandera danesa que nos arrollaría sin enterarse.

Es curioso que cuando empecé a viajar siempre volaba en ventanilla. Me pasaba las travesías como la de hoy sin poder leer o ver una película. Luego me hice viejo y gravité al pasillo. Se duerme peor pero si tienes que mear sólo dependes de ti mismo y además no te distraen los brillos del mar o los estrato-cúmulos en la distancia. Mi crisis de los cuarenta se redujo (espero) a volver a los laterales del avión. Regresaron los dolores de cuello, las ganas de orinar o el estar encerrado pero con ellos -todo tiene un precio- también volvieron los nimbos, las auroras y las noches desveladas risueñas. Uno ha de seguir sus gustos sean cuales sean, no hay mochila que no escueza ni comida que no acabe siendo cagada pero, ah, los humanos, en el fondo nos encanta ese lado oscuro de todo.

Bueno, no todos los sueños se pueden cumplir, rectifico. El niño de atrás ha dado una patada seca, sorda, certera, que me ha malhumorado de una manera indecente. Mi fantasía sería bajar la ventanilla y sacarle la cabeza para que disfrutase un poco pero bueno, tendré que conformarme con apretar el botón que tengo a mi derecha y recostarme bruscamente a ver si hay suerte y le salto un ojo.