jueves, 28 de julio de 2016

miércoles, 27 de julio de 2016

lunes, 25 de julio de 2016

sin título


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El otro día a la hora de comer alguien preguntó cómo cojones funciona un teclado chino si es que no tienen letras. Yo respondí porque como todo el mundo sabe si has pisado un país ya no tiene secretos para ti y me sonaba algo de unas claves o no sé qué. Para ilustrar lo que decía puse mi teclado en chino tradicional y me puse a escribir al azar:

也小起的七嘴

Hoy estaba borrando notas atrasadas y me encontré mi ejemplo erudito; sabiendo que lo aleatorio está de moda pensé que bien podría ser un poema así que le pasé el traductor. La frase dice:

"También jugó siete boca pequeña"

Si uno es argentino y sabe jugar al truco esto es casi un mensaje de dios. Por desgracia no es mi caso.

viernes, 22 de julio de 2016

jueves, 21 de julio de 2016

miércoles, 20 de julio de 2016

martes, 19 de julio de 2016

lunes, 18 de julio de 2016

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Juraría que este fin de semana me crucé con Woody Allen en la Quinta Avenida. Por supuesto llevaba la cámara pero en esos casos no puedo evitar una oleada de rebeldía adolescente que se apodera de mi y me impide hacer una puta foto porque quizás en el fondo no soporto ser como todo el mundo. Y tuve tiempo, no fue un pestañeo ni nada de eso. Mientras caminaba intenté desentrañar mentalmente qué coño es lo que nos sorprende de los famosos y quizás no sea otra cosa que verificar lo que ya sabíamos: que son personas como los demás. Usan zapatos. Comen. Se tiran pedos. Tienen días alegres y tristes. O el sueño, que les puede esa tarde. Pero si ellos son como todo el mundo (aunque escribiesen Manhattan o Annie Hall) quizás yo también lo sea.

Antes de encontrar una salida digna a mi razonamiento/trampa pasé por una nube de buscadores de pokemon, decenas de ellos con esa motricidad del que no presta plena atención a dónde pisa. Resultaban tan inanes que tampoco les hice ninguna fotografía en serio. Vagaban cuan criaturas.

A la altura de las boutiques más famosas se junta una pequeña horda de negociantes de lo que en España llamamos top manta pero en versión bolsos de lujo de imitación, pañuelos y chorradas de ese tipo. Como se acababa de poner el sol y la mayor parte de los vendedores son musulmanes, llegó el momento del cuarto rezo diario, el que ellos llaman maghrib. Me estaba preguntando cómo harían cuando vi a varios de ellos que en plena Quinta Avenida colocaban un plástico en el suelo mirando al este y se ponían a rezar. Estamos en Nueva York así que nadie pestañeó, claro. Dudé si hacer una foto o no porque a fin de cuentas deben estar hasta los cojones. Finalmente lo dejé pasar.

Tras eso vi a una familia argentina cruzando una calle. Padre, madre, niño. De repente al nene se le cae un juguete al suelo; mira atrás y duda si recogerlo. Se me encoge el corazón al ver que decide dejarlo tirado. Se alejan. Nada de instantáneas.

Llegué a casa y antes de entrar le hice una foto al Empire State. La locura.

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viernes, 15 de julio de 2016

jueves, 14 de julio de 2016

miércoles, 13 de julio de 2016

martes, 12 de julio de 2016

lunes, 11 de julio de 2016

domingo, 10 de julio de 2016

jueves, 7 de julio de 2016

miércoles, 6 de julio de 2016

martes, 5 de julio de 2016

lunes, 4 de julio de 2016

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Ésta será la última nota del viaje antes de regresar a Nueva York; estoy en la cola del vuelo a Ginebra, la primera de un par de escalas. Será apenas un poco de tedio, nubes y comida recalentada.

Quería concluir diciendo que los viajes están llenos de picaduras de mosquito, billetes perdidos, esperas por un bus que no llega, incertidumbres, malas elecciones para comer, teléfonos sin batería y bañadores que escuecen. Las mochilas pesan y se suda y las tarjetas se quedan sin memoria o una lente va y se desmonta. No crean que esos infortunios son algo malo. Yo lo daría todo porque todos los días se le rompiese a Cecilia la sandalia al bajar de la montaña juntos (como de hecho pasó, pero ella es argentina y tenía un alambre).

[fin de línea]

domingo, 3 de julio de 2016

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Como soy más pesado que una vaca en brazos cada vez que entramos en la ciudad vieja de Dubrovnik le recuerdo a Cecilia esa frase de Le Corbusier: "las rampas unen, las escaleras separan". Y es que hay dos caminos en la puerta principal (construida nada menos que en 1508) y una es una rampa para carromatos y otra una escalera para caminantes. Creo que Le Corbusier se refería a interiores pero no interesa saber la verdad.

Para huir de una tarde abrasadora nos fuimos a hacer parapente acuático. Te subes a una lancha rápida, te pones un salvavidas y un arnés, te enganchas a un paracaídas atado a la barca, el tipo acelera y sales disparado a ochenta metros de altura y sabe dios cuántos nudos por hora. El resultado es un vuelo apacible y limpio que uno disfruta de manera inmensa cuan gaviota feliz, por encima de acantilados y las copas más altas de las islas cercanas. Cecilia sonreía, yo sonreía, todos sonreían en aquel maldito parapente que lo único malo que tuvo es que se acabó. Esto es una breve nota de viaje pero por favor hagan esto alguna vez en su vida; es un desperdicio estar en el planeta y dejarlo pasar, no importa si tienen siete años o setenta.

De vuelta a la ciudad celebramos nuestro éxito total con una visita a los meaderos, un capuchino y un agua mineral. Fue entonces cuando nos fijamos en el azucarillo del café y resultó que lo había diseñado Cecilia meses atrás. ¿No es increíble? La recuerdo perfectamente en Nueva York pintando en casa mientras nevaba y la vida nos teleporta a Croacia.

Es la última noche antes de regresar así que me tomo un vino dálmata para despedirme del país. Cabernet con aroma un poco alcohólico aunque sabe bien, retrogusto afrutado, sin lágrima apenas.

Apenas.

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Jugué esta tarde dos partidas de ajedrez contra el Gran Maestro croata Gordan Markotić. En la primera yo era negras, se trató de un gambito de dama no aceptado, tardé mucho en venirme abajo y hasta tuve una combinación poética. El señor me miró y me dijo que jugaba bien así que repetimos. Mucha gente que no sabe de ajedrez no entiende que existe un mundo de psicoanálisis oculto tras cada partida y que el señor Markotić, en el momento de adularme, me aplastó.

Diría de él que no es ordenado aunque paciente, quizás soltero o infiel, seguro, fumador, buen amigo, mal pagador, inmune a los detalles y poco maniático. Parece compasivo pero no lo es, en ocasiones sufre dolores de cabeza, no bebe demasiado y su comida favorita es carne con algo. Camina habitualmente y le gustan las comedias románticas aunque jamás lo admitirá. Es zurdo, sufre alopecia y creo que tiene dos hermanos. No pude averiguar más de él en esas dos partidas de cinco minutos.

Nos vamos a hacer parapente acuático; yo sigo atento.

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La pensión es demencial pero por algún motivo extraño me gusta igualmente; quizás es cierto aire extremeño de muros blancos y altos, sus puertas de doble hoja o su patio con higueras y limoneros y un pozo, o el dueño Zippo, un viejito de ojos azulísimos y mirada alegre. Casi no importa que la ducha esté rota, el agua caliente titubee, la cama tenga un colchón decimonónico o la ventana dé a una carretera transitada a todas horas. Es como un hotelucho para estudiantes de los años ochenta, estoy seguro que las persianas de ganchillo son hechas a mano y las puertas amarillas las abres de un empujón a pesar de sus cerraduras toledanas dignas de un cuento.

Cecilia arregla el teléfono de la ducha con una goma del pelo y nuestros problemas se disipan. Tiene esa bonita mirada de ingeniera.

sábado, 2 de julio de 2016

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Ya sé que es un tema manido pero qué tontos son los turistas y Dubrovnik está llena de ellos. Por supuesto la ciudad es espectacular, no esperaba menos. Es muy bonito el casco antiguo rodeado de murallas fortaleza y las iglesias y callejuelas sinuosas y las escalinatas torcidas flanqueadas por casitas con la ropa tendida a la brisa de la tarde; todo eso es fantástico. Pero luego están los miles y miles de visitantes que, como nosotros, lo quieren ver todo. Y no habría drama si no fuese por los cientos de arrastradores de pies con gafas de sol o los indolentes que no se emocionan ante nada, por los hastiados, los compradores de estupideces, los que solo comen donde les manda la Lonely Planet y se autodenominan viajeros, los portadores del puto palito para el selfie o los que van siguiendo como borregos a un guía con un paraguas en alto y si les dice salten ellos saltan y miren a la izquierda pues izquierda. El turismo masivo es como una plaga de langostas y por cada turista normal que pasea tranquilamente y disfruta y consume de forma responsable tienes un puñado de lunáticos a los que el sitio en realidad les importa un pimiento y no se paran a pensar un segundo en el what if, es decir, qué sería del mundo si todos actuasen como yo viviendo sin pensar, comprando souvenirs made in China, derrochando, tirando comida, ensuciando todo y banalizando sin fin.

Bueno pues el mundo sería como ya es.

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Ayer al cruzar las murallas de Dubrovnik vi a unos idiotas locales que tienen en la calle un puestecito con loros para que los turistas se sientan piratas por un instante (y se hagan una foto y paguen) y me entristeció ver que muchos y muchas atienden felizmente al reclamo. La gente no entiende que los animales no están ahí para que tú te diviertas a su costa y no sabe que estas pobres criaturas acaban medio locas debido al trasiego incesante. Nosotros viajamos bastante y a cada sitio que vamos hay un negocio similar, serpientes en Nueva York, águilas en Perú, monitos, lagartos, camaleones, chimpancés, pájaros de colores, cuervos, un oso pequeño, cocodrilos bebé, cuanto más raro es el pobre bicho más imbéciles se hacen fotos con el palito del selfie.

Si alguna vez te encuentras con algo así es importante que no les sigas el cuento a estos desalmados por muy bonitos que sean los animales (que lo son).