jueves, 29 de diciembre de 2016

NY, 18

Corría el año 1886 cuando se inauguró un regalo del gobierno de Francia a los Estados Unidos cuyo fin era consolidar las relaciones entre ambos paises. Se trataba de una obra llamada "La Liberté éclairant le monde" aunque todo el mundo la conocería como "Estatua de la Libertad". El monumento supuestamente conmemoraba el centenario de la independencia americana aunque lamentablemente esa fecha había pasado en 1876. No importó.

La idea del regalo francés se le ocurrió a un político llamado Eduardo Laboulaye y la estatua se la encargó (cómo no) a un amigo suyo, Auguste Bartholdi. Como todo proyecto faraónico que se precie, contó con numerosos contratiempos en su ejecución: Estados Unidos acababa de salir de la Guerra Civil en 1865 y las cosas aparte de ser un caos iban muy lentas allí; el escultor hizo en 1870 un primer modelo en terracota pero éste no valió, luego Francia entró en guerra con Prusia (y la simpatía estadounidense por el Imperio Alemán no acabó de ilusionar a los franceses, la verdad) y tras perder la contienda aún tuvo algunos dramas políticos que dificultaban cualquier proyecto. En 1871 el escultor se reunió en Nueva York con el presidente Ulysses S. Grant y eligieron una isla llamada Bedloe para montar el tinglado. Es posible que durante ese viaje Bartholdi conociese a Isabella Eugenie Boyer, viuda de un inventor americano llamado Isaac Singer (recordarán las máquinas de coser de éste señor), cuya cara podría ser la inspiración para la estatua.

La obra fue costeada con dinero recaudado por la llamada "Unión Franco-Estadounidense" que organizó en Francia todo tipo de espectáculos, banquetes, loterías y recibió donaciones. En los Estados Unidos se organizaron obras de teatro, exposiciones de arte, subastas y combates de boxeo. Por descontado el precio final superó con creces lo previsto. El mismo Joseph Pulitzer ayudó a recaudar fondos a través de su periódico New York World para acabar las obras del pedestal, un antiguo fuerte de cañones reconvertido.

El conocido ingeniero Gustave Eiffel fue contratado para realizar la estructura de bronce, el esqueleto interno de la estatua. Aunque Bartholdi quería acabar la obra para el mencionado centenario de 1876 simplemente fue imposible: empezaron tarde y además se les rompió la mano de la estatua de forma que fueron enseñando trozos poco a poco, se pudo ver la cabeza por primera vez en 1878, en la Exposición Universal de París. Al final terminaron la estatua en 1884, la desmontaron en 1885 y llegó a Nueva York en 350 piezas en 1886 a bordo de la fragata Isère. Como no eran los tiempos del Ikea, llevó cuatro meses ensamblarla.

Se inauguró con gran expectación el 28 de octubre de 1886, con unos diez años de restraso. Entre ese año y 1902 también funcionó como faro; se veía a 39 kilómetros de distancia.

En 1916 se cambió la antorcha de cobre por una de vitral amarillo diseñada por Gutzon Borglum (famoso por sus esculturas del Monte Rushmore) aunque ese mismo año se clausuró el acceso debido a la nefasta Explosión Black Tom, un acto de sabotaje alemán (estaban en plena I Guerra Mundial) que voló por los aires un islote cercano a la estatua donde se guardaban mil toneladas de munición y 45 de dinamita listas para ser enviadas a Inglaterra y Francia. La explosión fue tan grande que rompió todas las ventanas de Nueva York y 40 kilómetros a la redonda generando un terremoto de 5'5 en la escala de Richter (se notó en Filadelfia). Por supuesto la Estatua de la Libertad recibió daños con el bombazo, en especial en la falda y la antorcha. Incluso el campanario del Jersey Journal, a más de dos kilómetros, recibió impactos y su reloj se detuvo a las 2:12 am (como el de Back to the Future). La misma puerta del ayuntamiento se rompió. Tras eso hubo que reparar la estatua y se cerró el acceso a la antorcha.

Sobra decir que con los años la Estatua de la Libertad se convirtió en un icono del mundo moderno. Es una de las favoritas del cine junto con el Golden Gate para explotar, reventar, congelarse o ser encontrada en un mundo distópico habitado por simios. Recibe tres millones y medio de visitas al año aunque la mayoría de los newyorkinos jamás la ha visitado.

Mucha gente que viene a Nueva York por primera vez suele decirme que les parece pequeña. No sé, mide 45 metros de alto (el doble si le sumamos la base) y es la segunda más grande del continente (sólo superada por una locura que hicieron en Puerto Rico, el Birth of the New World). Quizás en las películas se magnifica un poco pero a mi me parece grandísima.

Curiosamente el sello de correos del servicio postal de los Estados Unidos que tiene la cara de la Estatua de la Libertad no usa la original sino una fotografía de la reproducción de plástico que hay en Las Vegas.


NY, 17

En el siglo XVII la zona de Washington Square era una zona pantanosa por la que pasaba un riachuelo llamado Minetta. Muy cerca de él había un poblado indio, Sapokanican, lo cual no hacía mucha gracia a los colonos holandeses que decidieron montar granjas por allí y dárselas a esclavos liberados para que así los negros estuviesen entre ellos y los indios. A esas granjas le llamaron "la tierra de los negros" (land of the blacks).

En 1797 esta zona, que no estaba aún dentro de la ciudad -faltaba para eso- fue comprada por el Common Council de Nueva York con objetivo de montar un cementerio para desgraciados, indigentes, muertos anónimos y afectados por la fiebre amarilla.

Al lado del barranquillo por el que discurría el riachuelo estaba -y sigue ahí- el árbol más antiguo de Nueva York, un olmo al que llaman "el del ahorcado" (Hangman's Elm) que tiene hoy en día aproximadamente 340 años y 33'5 metros de altura. A pesar del nombre no existe ningún registro de ahorcamiento ahí, lo único parecido fue la ejecución de una mujer llamada Rose Butler, en 1820, por pirómana; pero eso sucedió a un centenar de metros del olmo.

En 1825 el cementerio de indeseables se cerró. La zona entró a formar parte de la ciudad y se realizaron obras para aplanarla. Empezaron a construir casas por allí, de las más lujosas, y el lugar se destinó a desfiles militares.

En 1850 se levantó el primer parque y unas décadas después se erigió el famoso arco de la plaza -copia del del Triunfo, en París- para conmemorar la presidencia de Washington. Por esa época Mark Twain solía pasear por ahí. Ya no quedaban restos del arrollo.

La historia posterior del parque es larga y sufrió muchas transformaciones a lo largo del siglo XX. Lo que quedó sin tocar fueron los 20.000 muertos que aún hoy en día están bajo la plaza puesto que nadie se molestó en quitarlos.


Washington Square Park, mirando al sur, 1971
Foto: Chris Stein


NY, 16

El Bowery fue el barrio de las tascas, tugurios y mala vida en el Nueva York del siglo XIX y XX. Prostíbulos, teatros de música y toda la leyenda negra de la ciudad mezclada con alquileres baratos, índice de criminalidad altísimo, alcoholismo, pobreza, ratas, vagabundos y cucarachas. De ahí salieron Patti Smith, Blondie y The Ramones. El pintor Rothko también vivió -y se mató- en el Bowery.

Su lugar emblemático era el famoso local punk CBGB que -cómo no- acabó por hundirse. Cualquier otra cosa habría sido contradictoria.

La calle Bowery es la única de Nueva York donde nunca hubo una iglesia.

Prince Street en Bowery, mirando al oeste, 1967
Foto: Sepp Werkmeister


NY, 15

Una de las muchas diferencias que existieron en la época colonial entre Europa y América fue el consumo de ostras. En el Viejo Mundo se trataba de una comida de ricos mientras que en toda Norteamérica las comían indios y colonos de toda clase, se servían de forma habitual en las tabernas. Se empezó a llamar "oyster bar" a estos lugares, el más antiguo de América situado en Boston (la Union Oyster Bar) y abierto en 1826.
A mediados del siglo XIX todas las ciudades de Norteamérica tenían oyster bars y las ostras eran la comida más barata para tomar con cerveza. Se hicieron tan populares que tan sólo en Filadelfia, en el año 1881, había 379 establecimientos de este tipo. Solían estar situados en el sótano de los edificios puesto que era el lugar más frío y donde mantener el hielo era más fácil. Hoy en día congelar algo es muy sencillo pero en aquellos tiempos tener hielo era una odisea, había que cortarlo y almacenarlo de forma apropiada (el cómo hacerlo fue un invento chino copiado por los ingleses). Nueva York, donde por desgracia nunca sobró hielo, realizó la primera exportación de la historia de los Estados Unidos mandando un cargamento en 1799 a Charleston, en Carolina del Sur.
Volviendo a las ostras, los doce mil millones que se consumían en los Estados Unidos anualmente a finales del siglo XIX acabaron por arrasar el ecosistema. El Gobierno trató de regular el asunto y surgieron furtivos en la bahía de Chesapeake, entre Virginia y Maryland, lo cual acabó en el curioso episodio de la llamada Guerra de las Ostras, con abordajes novelescos, muertos, tiros, detenciones e historias de opereta de toda índole (que puede parecer graciosas pero los piratas de las ostras estuvieron dando por saco hasta nada menos que 1959). En la actualidad en Nueva York puedes visitar la parte sur de Governors Island y ver cientos de miles de conchas acumuladas porque es donde se reciclan. También hay un programa para repoblar el fondo de la desembocadura del Hudson, aparte de estar ricas las ostras limpian el agua.

Seguramente el mejor sitio para comerlas en la Gran Manzana se llama "Upstate Craft Beer and Oyster Bar" en el East Village. Pero no es el más bonito, ese es el "Grand Central Oyster Bar", un lugar fantástico localizado en los bajos de la estación de tren desde 1913. Este local, donde sirven 30 tipos distintos de ostras, pertenecía a un tal Jerome Brody que en 1999 se cansó del negocio y lo vendió a una comuna de empleados que hasta hoy en día dirigen el restaurante con bastante éxito. Pero el verdadero encanto del sitio es la arquitectura con arcos diseñados por el señor Rafael Guastavino, un valenciano formado en Barcelona que tras huir de España por una estafa monumental en la que se vio implicado, ser infiel a su mujer argentina (que le dejó por ello) y tras arruinarse en 1884 estando en Nueva York, se le ocurrió patentar un tipo de bóveda catalana basada en cómo se ponían los ladrillos tradicionalmente en la costa mediterránea española. Lo llamó "Guastavino tile". No hace falta decir que el tipo se forró y se convirtió en uno de los arquitectos con más influencia en la historia de la construcción de los Estados Unidos, sólo en Nueva York tiene 360 cúpulas, las mencionadas de nuestro bar de ostras y Grand Central, Ellis Island, en el metro, en el Museo de Historia Natural, el puente de Queensboro, la catedral de San Juan el Divino (me encanta ese nombre absurdo), Carnegie Hall, y un largo etcétera.

Así que uno puede a comer ostras bajo la estación de tren y mirar al techo catalán de Don Rafael. Al salir del local la bóveda es muy baja -paso por ahí todos los días- y le llaman la Galería de los Susurros porque si te pegas al muro y hablas, cualquiera que esté en el lado opuesto te oirá a pesar de estar lejos y del ruido ambiental de la estación. Obviamente es un efecto físico de onda de sonido descubierto en 1878 por mi amigo el señor Lord Rayleigh en la catedral de San Pablo, en Londres (ese señor es el mismo que descubrió por qué el cielo es azul y los atardeceres son rojos en la Tierra). Si tienen curiosidad sobre este efecto y no quieren venir a tomarse unas ostras, pueden experimentarlo en El Escorial o en la Alhambra. Es lo bonito de la física, que funciona igual en todas partes.

Las ostras que más me gustan a mi son las Belon Wild, de Maine; están a $3.73 la pieza, con limón y pimienta. Island Creek de Massachusetts tampoco está mal.


NY, 14

En 1635 los hermanos Morgan (Miles, John y James) desembarcaron en Massachussetts. Venían buscando una oportunidad en el Nuevo Mundo desde un pueblito llamado Llandaff, en Gales. Allí la cosa se estaba poniendo tensa y de hecho muy poco después el Protector de Inglaterra, Oliver Crownwell, arrasó el lugar. Se puede decir que los Morgan eligieron el momento oportuno para escapar de la vieja Europa. El mayor de ellos, Miles, se dedicó a ser soldado y granjero. Le fue bastante bien y de hecho murió feliz a los 83 años. Crió muchos hijos, uno de ellos llamado Nathaniel que trabajaría como oficial de ayuntamiento, perito y administrativo. Tuvo nada menos que siete chicos. El quinto de ellos, Joseph, se hizo tejedor y soldado. Ya corría el 1735 -un siglo después de la llegada de su abuelo- cuando se casó con una tal Mary Stebbins y montaron juntos una granja de 200 acres. Al morir, sus dos hijos heredaron; se llamaban Joseph Jr. y Titus. A ambos les alcanzó de lleno la Guerra de Independencia contra Inglaterra. En ésta Joseph Jr. se distinguió siendo capitán de la 8ª Compañía de milicianos del condado de Hampshire, en el año 1776. Murió así, como muchos colonos, y cuando Estados Unidos empezó a ser un país su hijo Joseph III se llevó 112 acres de tierra como recompensa póstuma. Pero Joseph III no quería ser granjero de modo que lo vendió todo y en 1816 compró la Hartford Exchange Coffee House y se hizo tabernero. En su casa de café empezó a conocer a mucha gente, hizo contactos y dinero. En 1825 se lanzó a las finanzas con una casa de seguros de incendios, la Aetna Fire Insurance Company. Llevaba todos sus asuntos desde la taberna mientras servía mesas.
El 16 de diciembre de 1835 la ciudad de Nueva York amaneció con un frío terrible, -27 grados centígrados. Tanto el Hudson como el East River estaban congelados de forma que se podía cruzar caminando desde Manhattan a Brooklyn (que por aquel entonces no pertenecía a la urbe). Apenas había agua en la ciudad a pesar de las epidemias de cólera que habían acelerado la construcción de canales para mejorar la salubridad de Manhattan. Con tanto frío había muchas estufas de carbón encendidas; una de ellas en una casa cualquiera de Wall Street tenía unas cortinas cerca y empezó un incendio. Entiéndase que en Nueva York en aquel momento había almacenado un tercio de todos los bienes y mercancías que iban y venían de los Estados Unidos. Todos estos almacenes tenían estructuras de hierro pero básicamente eran de madera. Cuando el incendio se empezó a extender los bomberos no tuvieron agua para apagarlo -estaba congelada- y tuvieron que pedir ayuda a los marines para volar por los aires edificios enteros para crear un cortafuegos. Tampoco había pólvora suficiente y hubo que buscarla. Entretanto el incendio se fue totalmente de las manos e incluso se veía desde Filadelfia, a 130 km de distancia. El resultado nefasto fueron 17 manzanas arrasadas y unos 700 edificios destruidos, sin contar con millones y millones de pérdidas en mercancía.

De las 26 compañías aseguradoras de incendios que cubrían la ciudad en ese año de 1835, 23 se fueron a la mierda y quebraron. Una de las tres que no lo hizo la llevaba un tipo desde una posada, nuestro Joseph III Morgan que pagó religiosamente lo que le correspondía, justo dos siglos después de que su tatatarabuelo llegase al Nuevo Mundo desde Gales.

Al año siguiente del incendio el hijo de Joseph, llamado Junius Spencer Morgan, se metió en el mundo financiero con la gran ventaja de que -gracias a su padre- todo el mundo confiaba en su apellido. Junius ya de pequeñito apuntaba maneras de fenicio y lo demostró con creces a lo largo de su vida. Trabajó en una firma bancaria de Londres que en 1864 cambiaría su nombre por "J.S. Morgan & Co". y que durante los años de la Guerra Civil Americana (1861-1865) amasó una increíble fortuna gracias a su inteligente uso del telégrafo (que un vecino de Nueva York llamado Samuel Morse había inventado un par de años antes del gran incendio; de hecho tras la devastación de la ciudad el tal Morse intentó ser alcalde de la misma pero fracasó).
Junius murió en un accidente de carruaje en 1890 (es lo que tenía vivir en el siglo XIX) con una fortuna acumulada de diez millones de dólares, que equivalen a más de doscientos sesenta de hoy en día. Su hijo, John Piermont Morgan, tomó el control de la compañía y le cambió el nombre a "J.P. Morgan & Co". No tardaría en convertirse en el banquero más importante de la historia de los Estados Unidos estando detrás de la modernización financiera del país, de la creación de la General Electric, del auge de la industria del acero, la mecanización del campo americano y la expansión de las comunicaciones (uno de sus pocos fracasos fue el financiar el primer intento de la historia de crear una red inalámbrica transatlántica en Long Island, Nueva York, a cargo de su amigo Nikola Tesla). Era tan sumamente millonario que poseía muchas casas, una mansión en la Avenida Madison con la calle 36 en Nueva York, alguna isla en la costa de Long Island, numerosas colecciones de arte (era presidente del Museo Metropolitano), gemas, así como yates y barcos. Le gustaba tanto la navegación que estando en Europa en un viaje de negocios decidió comprar pasajes en la sensación del momento: el RMS Titanic. Horas antes de embarcar cambió de opinión y decidió irse a los Alpes.

Tampoco es que se librase por mucho porque un año después J.P. Morgan murió en Roma, corría el 1913. A lo largo de su vida no había tenido muy buena salud, de hecho había pasado tiempo en las islas Azores para recuperarse de su reumatismo. Heredó el imperio su hijo J.P. Morgan Jr. recién salido de Harvard; al año siguiente del fallecimiento de su padre abrió un establecimiento de la "J.P. Morgan & Co." en el número 23 de Wall Street, Nueva York. El lugar empezó a llamarse "La Casa de Morgan" o "la Esquina" y durante mucho tiempo fue el lugar financiero más importante de los Estados Unidos, aunque no sin contratiempos: en el año 1920 una presunta bomba anarquista explotó frente al banco y mató a 38 personas e hirió a 400. Se encontró en Broadway una nota anónima que decía "Recuerden que no toleraremos esto mas. Liberen a los presos políticos o tengan la certeza de que les llegará la muerte a todos ustedes. Luchadores Anarquistas Americanos". El FBI investigó durante 20 años el asunto, que se quedó así sin resolver.

En fin, J.P. Morgan Jr., a pesar de los sustos, se forró a lo bruto en la I Guerra Mundial prestando dinero a los Aliados e invirtiendo en la industria de guerra que nutría a Gran Bretaña y Francia. Tras el conflicto decidió donar la mansión de su padre en Nueva York como biblioteca y museo bajo el nombre de Morgan Library & Museum. El edificio había sido diseñado por un señor llamado Isaac Newton Phelps Stoke que no es el físico, por supuesto, pero sí es un tipo que sale aleatoriamente con su mujer en un famoso cuadro de Sargent pintado en 1897.

La historia de los Morgan continúa, por supuesto, y se ramifica hasta hoy en día. Antes de la II Guerra Mundial el banco empezó a ser una multinacional y tras muchos devenires cambió de nombre en 1990 para llamarse "JPMorgan Chase", el sexto banco más poderoso del mundo. Desgraciadamente fue uno de los responsables de la crisis global del año 2008 por culpa de las llamadas "subprime" o hipotecas basura que estuvo cerca de reventar sin remedio la economía mundial. Tras una tormenta de denuncias y juicios en el año 2013 llegaron a un acuerdo con el gobierno americano que les obligó a pagar $13.000.000.000 de indemnización. De este dinero solo un 25% llegó a los consumidores.

Hoy es viernes y la Morgan Library abre gratis de 5 a 8. Resulta que está justo al lado de mi casa, como a treinta metros. Me daré un paseo por dentro y me preguntaré qué habría sido del mundo si Miles Morgan no hubiese salido de Gales o si el diciembre de 1835 no hubiese sido tan frío en Nueva York. Daré un portazo y tendré la certeza de que por mi culpa alguien en Ulan Bator acabará estornudando. Salud.


NY, 13

En los años 70 del siglo XIX el ya anciano señor Cornelius Vanderbilt, uno de los gigantes del ferrocarril y de las navieras en los Estados Unidos, emprendió la construcción de una estación en el medio y medio de Manhattan. Hasta ese momento el tren sólo llegaba a Harlem, pero en 1871 por fin se abrió lo que se llamaría Grand Central Depot. En aquella época los pasajeros tenían que caminar por tierra y gravilla hasta los vagones y subir por una escalerilla pero como corrían tiempos modernos se puso en práctica una idea inglesa llamada "andén": las plataformas del Grand Central Depot -que hacían que los pasajeros estuviesen a la altura de los trenes- fueron las primeras que hubo en América.

Un cuarto de siglo después, entre 1899 y 1900, el edificio ya estaba viejo y hubo que reconstruirlo y ampliarlo. Fue entonces cuando le cambiaron el nombre a Grand Central. Tengamos en cuenta que los trenes del momento eran a vapor y no eran la cosa más segura del mundo; esto quedó demostrado en 1902 cuando uno de ellos se estrelló y voló por los aires matando a quince personas e hiriendo a ni se sabe cuántas. El asunto preocupó a los dueños (Vanderbilt II, Rockefeller y JP. Morgan, ni mucho menos) que optaron por tirar todo abajo y construir de cero una terminal para trenes modernos y eléctricos. Las obras multimillonarias acabaron exitosamente en 1913 y resultaron en la estación de tren más grande del mundo -un clásico en Nueva York-. Su estilo Beaux-Arts era el que estaba de moda e hicieron falta 10.000 trabajadores para acabar el icono arquitectónico.

La estación vivió un momento clave durante la II Guerra Mundial cuando el 80% de tropas y material de guerra transportado en ferrocarril pasaba por ella. Resulta que la estación funcionaba con un convertidor eléctrico que estaba situado en la famosa sala secreta "M42" a trece pisos bajo el suelo; era tan grande como la inmensa sala principal y era tan secreta que no salía en los planos del edificio para que no se pudiese localizar. El sueño de Hitler -uno de muchos- era volar la estación y mandar a tomar por culo el principal nodo de comunicaciones americano y para ello envió a unos agentes saboteadores que llegaron en submarino a Long Island en 1944: George John Dasch, Ernest Peter Burger, Richard Quirin y Heinrich Harm Heinck. El ansiado convertidor de corriente alterna/contigua era tan antiguo que sólo se necesitaba un saco de arena para destruirlo así que los agentes nazis se infiltraron en Nueva York, entraron en la estación y trataron de encontrar la sala M42. Mala suerte, el FBI tenía la sospecha de que algo así podía pasar y tenía bien vigilada la estación. Los saboteadores cometieron un sólo error fatal: dejaron sus maletas en la sala de equipajes -muy alemán- que periódicamente registraba el FBI. Una cosa llevó a otra y acabaron detenidos. Entretanto abajo, en la sala secreta, había soldados con orden de disparar a matar a cualquiera que llevase un saco de arena.

La sala M42 no era el único secreto de Grand Central. El rumor de que existía un subterráneo entre Grand Central y el hotel Waldorf Astoria era mucho más que un rumor: se trataba un tramo completo de vías llamado track 61; incluso hoy en día mucha gente piensa que fue construido de forma específica para transportar al presidente Franklin D. Roosevelt entre un sitio y otro de forma invisible (quizás para ocultar sus problemas para caminar) pero lo cierto es que el New York Times ya había mencionado el dichoso túnel en 1929. El que finalmente bombardeó el secreto unos cuantos años después no fue otro que el artista Andy Warhol cuando montó un fiestón en el subterráneo misterioso en el año 1965: los invitados, para llegar a las vías, debían bajar por largas escalerillas de incendios y no había comida debido a las ratas.
Tras la guerra la estación tenía un flujo de 65.000.000 personas al año, más o menos un 40% de la población total de los Estados Unidos. Incluso así, hubo planes para demolerla, exactamente igual que le pasó a su vecina Penn Station. Por suerte dichos planes no prosperaron.

Nueva York entró en los 70 de forma decadente y lo mismo le pasó a su estación. Fue un señor llamado Donald Trump quien en 1975 compró una parte por 10 millones de dólares y renovó las fachadas, cubriendo los muros grandes de la estación con cristal y abriendo el Hotel Hyatt. Años más tarde vendió todo por 142 millones.

En 1988 los trenes que llegaban de Nueva Jersey y Pennsilvania empezaron a operar en Penn Station dejando únicamente en Grand Central los que iban al norte. Luego en 1994 hubo que volver a restaurar toda la estación porque su estado era lamentable. Para hacernos una idea: uno de los lugares más lujosos de la estación, la sala Campbell, había pasado de ser un despacho opulento con decoración florentina del siglo XIII a ser un almacén de la policía y cárcel. En fin, todo se reformó, lustró, limpió, e incluso se redescubrió -como la famosa bóveda pintada con las constelaciones que había sido semiolvidada-. Aún de vez en cuando en la actualidad hay alguna reparación y aparece algún fresco increíble. La sala Campbell, por cierto, volvió a sus días de gloria y pasó a ser un bar de lujo hasta que cerró hace dos meses al perder un litigio por el alquiler. El que no se tomó una copa ahí ya no lo podrá hacer jamás -yo lo intenté pero mis zapatillas no les gustaron y educadamente me mostraron la salida-.
Hoy en día la estación tiene 44 andenes en dos plantas subterráneas y recibe 22 millones de visitantes al año. Desde hace nada se ha empezado a construir un rascacielos justo al lado. Llevará el nombre de la persona que empezó todo: Vanderbilt.


NY, 12

En los años 70 la ciudad de Nueva York estaba a punto de la bancarrota y era un lugar poco recomendable para vivir o visitar porque era una de las urbes más peligrosas del planeta. Por ese motivo el Departamento de Comercio, en 1977, pensó en contratar a una agencia publicitaria para que mejorase un poco la visión de NY de puertas afuera.
El hombre que la agencia envió para hablar sobre esto fue el diseñador newyorkino Milton Glaser que había estudiado en la gratuita Cooper Union. Mientras iba en taxi a la reunión dibujó el logo de la campaña en una servilleta (aunque el original era en una sola línea; lo puso en dos bloques más tarde).

Glaser pensaba que esto resultaría en una aventurilla de uno o dos meses por lo que decidió trabajar pro bono, es decir, gratis.

Hoy en día es una de las imágenes icónicas de la cultura moderna. La ciudad recauda 30 millones de dólares anuales con ella y ha sido copiada hasta decir basta.


NY, 11

En 1927 el Partido Comunista Americano (llamado CPUSA por sus siglas) trasladó su cuartel general de Chicago a Nueva York alquilando un edificio en el número 35 East de la calle 12, muy cerca del rotativo Daily Worker y justo al lado de Union Square.

Curiosamente los dueños del edificio eran la familia Kilberg de origen sueco y pertenecientes a una congregación judía liberal (B’nai Israel) que aunque vivían en Nueva York, también venían de Chicago (es fácil especular que el CPUSA cerró el contrato de alquiler con ellos por ese motivo, quién sabe). En fin, no era una época particularmente buena para ser comunista en los Estados Unidos así que las oficinas sufrieron todo tipo de aventuras hasta que la URSS decidió invadir Hungría en 1957 y la animadversión contra los rojos se fue a las nubes. Ese año las oficinas cerraron y los dueños de la propiedad, Lena y Samuel Kilberg, aprovecharon el momento para vender el edificio a la comunidad judía del Greenwich Village para que por fin tuviesen una sinagoga en condiciones. Ésta se puede visitar hoy en día, se llama Village Temple. El precio de venta de las antiguas oficinas comunistas fue de un dolar.

Actualmente el CPUSA tiene su sede en la calle 23, justo enfrente del famosísimo Hotel Chelsea.


NY, 10

Si uno se pasea por la Sexta Avenida en Nueva York y ve a gente con iPhones y sucedáneos, quizás le interese saber que la primera llamada desde un teléfono móvil de la Historia se realizó desde esa calle. Sucedió el 3 de abril de 1973 y el responsable fue el ingeniero de Motorola llamado Martin Cooper. El que recibió el telefonazo no fue otro que Joel D. Engel, director de Bell Labs, es decir, la competencia de Motorola. Ambas compañías se estaban dejando los huesos para ser la primera en inventar el aparato.

-Joel, soy Marty. Te llamo desde un teléfono celular, un móvil de mano portátil de verdad.

Algunos sostienen que la idea original vino de la serie Star Trek pero el propio Martin Cooper lo desmintió afirmando que se le ocurrió con Dick Tracy y su dispositivo de pulsera. El teléfono era un ladrillo, se llamaba DynaTAC 8000X, pesaba 1'1 kg y medía 25 cm. de largo.

Piensen en ello si caminan por la ciudad.


NY, 9

Durante la Guerra de Secesión americana un español granadino llamado Eduardo Ferrero, amigo de Garibaldi y afincado en Nueva York, llegaría al puesto de general a pesar de haber perdido a toda una unidad estando borracho. Edward -como se le conocía por estos lares- también se dedicaba a la danza y era un coreógrafo de bastante renombre en la sociedad newyorkina. Durante el asedio de Vicksburg el general-bailarín Ferrero estuvo a las órdenes del famoso y también general Ulysses S. Grant.
Tras la guerra, el ya exgeneral Edward Ferrero fundó una escuela de danza en Nueva York llamada Apollo Hall. Cuando finalizó el contrato de alquiler en 1872 pasó a llamarse Apollo Theater. Está en Harlem, en la calle 125.

En ese mismo año de 1872 un periodista del New York Tribune llamado Julius Chambers se hizo pasar por loco para poder investigar una institución mental desde dentro. El lugar se llamaba Bloomingdale Insane Asylum y estaba situado al norte de Manhattan, bastante cerca del que todavía se llamaba Apollo Hall. El periodista estuvo diez días dentro del manicomio y comprobó lo que ya sospechaba: trato demencial, abusos, internos que en realidad no estaban locos y toda una serie de despropósitos que acabaron en un escándalo mayúsculo. Julius Chambers se ganó con aquello un puesto en el rotativo de Pulitzer, la prensa amarilla.

Unos días después de destaparse lo del manicomio Bloomingdale se nominaba en el mencionado Apollo Hall a la primera mujer que intentó ser Presidenta de los Estados Unidos. Su nombre era Victoria Woodhull. La candidata se enfrentaría, curiosamente, al Republicano Ulysses S. Grant, exjefe de Edward Ferrero. Recordemos que el voto femenino en el país se consiguió cincuenta años después, en 1920, aunque en el Estado de Nueva York se logró un pelín antes; por eso -y otros motivos que no vienen al caso- ella no pudo votar ni por si misma. Como bien sabemos la elección la ganó Ulysses S. Grant por mayoría aplastante.

El general Grant murió no muchos años después de cáncer de garganta, en 1885. En sus últimos años se arruinó y volvió a adinerarse publicando sus memorias de la Guerra de Secesión (en las que salía Edward, el general/bailarín granadino fundador del Apollo Hall). Paseaba Grant tan a menudo por las cercanías del Bloomingdale Insane Asylum, al lado del río, que cuando murió levantaron allí un mausoleo (el mayor del mundo) inspirado en el de Halicarnaso. Como estaban de moda, se usaron losas Guastavino en el suelo circular.

El mausoleo se puede visitar hoy en día, al igual que el Teatro Apolo. El manicomio ya no pues sus antiguas dependencias fueron ocupadas por la Universidad de Columbia que se trasladó al norte de la isla abandonando su desaparecida sede de la calle 49 con la avenida Mádison, casi al lado de una tienda llamada Bloomingdale.


NY, 8

Hace unos 300 millones de años la mayor parte del territorio que ocupa en la actualidad el Estado de Nueva York estaba bajo el mar, se deduce por sus formaciones rocosas sedimentarias típicas de fondo oceánico. Sin embargo había una zona geológicamente diferente, volcánica, de rocas llamadas metamórficas o ígneas que formaban islas montañosas ariscas y muy duras. Sobre esta área violenta y tectónica algún día habría de estar la ciudad de Nueva York.

Obviamente el mundo cambió poco a poco. El devenir continental elevó las tierras, se extinguieron los dinosaurios, hubo glaciaciones. Los hielos, de unos tres kilómetros de grosor, erosionaron todo, los sedimentos se limpiaron y las montañas se arrasaron. Fue así como se formaron los miles de lagos que rodean la ciudad, el fiordo del río Hudson, el descabalgue de los Palisades y algunos valles rotos. Los sedimentos arrastrados por los hielos movedizos crearon playas largas y bahías amplias.

Cuando acabó el Pleistoceno y las glaciaciones, más o menos en el 10.000 a.C, es cuando el ser humano empezó a llegar a América. Hay muchas teorías, la que más me gusta es la que dice que entraron por el estrecho de Bering, es decir, entre Asia y Alaska. Recordemos que en la época glacial el nivel del mar llegó a bajar hasta cien metros de forma que toda costa poco profunda era en realidad tierra o isla. Así cruzaron y luego se desperdigaron. Los primeros grupos que llegaron a la costa este de Norteamérica se conocieron como Algonquinos. Y allí estaban, invisibles, mientras en el otro lado se construían zigurats, templos de Zeus, acueductos romanos y se emprendían reconquistas contra los moros. Sólo entraron fugazmente en la Historia europea en el siglo XI cuando un grupo de vikingos liderados por Thorfinn Karlsefni intentaron montar una colonia en Terranova (ellos la llamaban Vinland, la "tierra de los pinos"), en la localidad que hoy en día se llama L'Anse aux Meadows ("la Ensenada de las Medusas"). Los skræling de los que hablaron los vikingos no eran otros que los Algonquinos. Por supuesto hubo leña y los europeos tuvieron que salir pitando.
Los Algonquinos estaban formados por muchas tribus y gentes, los que finalmente llegaron a la zona de Nueva York se llamaban Lenapes (que significa "el pueblo"). Estos vivían por la costa y también en una isla abrupta y rocosa a la que decían Manna-hata, que significaba "isla de muchas colinas". Es el actual Manhattan.

Estas gentes eran matriarcales y no existía para ellos la propiedad privada de la tierra. Cultivaban maíz y frijol, cazaban y pescaban. Su religión era animista, es decir, creían en espíritus naturales llamados "manitus" y tenían chamanes. No usaban dinero pero sí wampum que eran collares de abalorios. A veces -cómo no- hacían la guerra con los vecinos iroquis.

En el año 1524 el primer europeo de la Historia (aparte de nuestros amigos vikingos) llegó a esas costas. Se trataba de un navegante italiano llamado Giovanni da Verrazano que capitaneaba una carraca llamada Dauphine, había sido enviado por el Rey Francisco I de Francia. El marino, que en realidad estaba buscando una ruta para llegar a China bordeando la costa norte, cometió numerosos errores cartográficos e incluso pensó que la desembocadura del río Hudson era un lago. Antes de proseguir pasaron unas semanas explorando la zona. Un par de años después de eso unos caribes caníbales se lo comerían en las Antillas.

Hoy en día -en su honor- hay un puente magnífico llamado Verrazano-Narrows que une Staten Island y Brooklyn. Hasta 1981 fue el puente colgante más grande del mundo. Supongo que alguna vez lo han visto porque es de donde sale la famosa Maratón de Nueva York.

Los Lenapes siguieron con su vida hasta el año 1609 en el que el explorador británico Henry Hudson (famoso por sus viajes al Ártico), al servicio de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, estuvo explorando el río que más tarde llevaría su nombre. Le llamó la atención la enorme cantidad de castores que había, muy apreciados por aquel entonces por su piel para hacer gorros impermeables. Siguiendo la tradición, dos años después Hudson moriría en un motín a bordo de su barco, el Discovery. Sus hombres le dejaron abandonado a su suerte en un bote.

En 1614 el holandés Adriaen Block intentaba explorar de nuevo el río Hudson (que aún se llamaba Noort Rivier o río del Norte) cuando su barco, el Tyger, se incendió. Él y sus hombres decidieron establecerse en el sur de la isla de Manna-hata, donde por un año los lenapes los ayudaron a construir otro barco para salir de allí. Lo consiguieron, pero a los holandeses ya les había gustando Manhattan.


NY, 7

Corría el año 1857 cuando una compañía localizada en el número 148 de Fulton Street, Nueva York, reinventó el papel higiénico. El dueño era un señor llamado Joseph Gayetty. No sin cierta controversia, su producto se publicitó como un accesorio anti-hemorroides y se vendía en paquetes de mil hojas por un dolar. Fue un fiasco comercial, por supuesto.

Hasta ese momento la gente usaba agua, arena, hojas, pieles e incluso palos para limpiarse el culo y supongo que nadie vio la necesidad de mejorar la experiencia. Hubo que esperar al año 1867 a que los tres hermanos Scott lanzasen un producto similar al del señor Gayetty; algo después se les ocurrió lo de venderlo en rollo y ahí triunfaron.

Decimos reinventar porque en China ya lo usaban desde el siglo II a.C. Pero como ustedes saben, eso parece que no interesa.


Sandra Sara Be


sin título


tres fotografías del lago Sebago


sin título


jueves, 8 de diciembre de 2016

NY, 6

Hace algún tiempo asistí aquí en Nueva York a una charla de la fotógrafa Annie Leibovitz en la que habló de esta serie de fotos de John Lennon y Yoko Ono (alguna gente quizás no sepa que las sacó ésta magnífica señora cuyo único defecto es que olvida pagar los impuestos de vez en cuando). Contó que por aquel entonces trabajaba para la revista Rolling Stone y que estaban sinceramente hasta los cojones de Yoko Ono y sus movidas de forma que la mandaron al edificio Dakota (en la calle 72 con Amsterdam, frente a Central park), donde residía la pareja, con la intención de que consiguiera una foto sólo de John para la portada. Lennon dejó claro que quería una foto de los dos pero Leibovitz no pensaba hacerle caso.

Esa misma noche, a eso de las 10:50 PM, el tarado de Mark David Chapman mató de cuatro tiros a Lennon mientras sostenía en una mano la pistola y en la otra una copia del libro "El guardián entre el centeno" de Sallinger (lo que consideraba su declaración).

Annie Leibovitz decidió cumplir el último deseo de John Lennon y la foto de portada de la Rolling Stone fue con Yoko Ono.

Hoy se cumplen exactamente 36 años desde que pasó todo esto.


martes, 6 de diciembre de 2016