Hace unos 300 millones de años la mayor parte del territorio que ocupa en la actualidad el Estado de Nueva York estaba bajo el mar, se deduce por sus formaciones rocosas sedimentarias típicas de fondo oceánico. Sin embargo había una zona geológicamente diferente, volcánica, de rocas llamadas metamórficas o ígneas que formaban islas montañosas ariscas y muy duras. Sobre esta área violenta y tectónica algún día habría de estar la ciudad de Nueva York.
Obviamente el mundo cambió poco a poco. El devenir continental elevó las tierras, se extinguieron los dinosaurios, hubo glaciaciones. Los hielos, de unos tres kilómetros de grosor, erosionaron todo, los sedimentos se limpiaron y las montañas se arrasaron. Fue así como se formaron los miles de lagos que rodean la ciudad, el fiordo del río Hudson, el descabalgue de los Palisades y algunos valles rotos. Los sedimentos arrastrados por los hielos movedizos crearon playas largas y bahías amplias.
Cuando acabó el Pleistoceno y las glaciaciones, más o menos en el 10.000 a.C, es cuando el ser humano empezó a llegar a América. Hay muchas teorías, la que más me gusta es la que dice que entraron por el estrecho de Bering, es decir, entre Asia y Alaska. Recordemos que en la época glacial el nivel del mar llegó a bajar hasta cien metros de forma que toda costa poco profunda era en realidad tierra o isla. Así cruzaron y luego se desperdigaron. Los primeros grupos que llegaron a la costa este de Norteamérica se conocieron como Algonquinos. Y allí estaban, invisibles, mientras en el otro lado se construían zigurats, templos de Zeus, acueductos romanos y se emprendían reconquistas contra los moros. Sólo entraron fugazmente en la Historia europea en el siglo XI cuando un grupo de vikingos liderados por Thorfinn Karlsefni intentaron montar una colonia en Terranova (ellos la llamaban Vinland, la "tierra de los pinos"), en la localidad que hoy en día se llama L'Anse aux Meadows ("la Ensenada de las Medusas"). Los skræling de los que hablaron los vikingos no eran otros que los Algonquinos. Por supuesto hubo leña y los europeos tuvieron que salir pitando.
Los Algonquinos estaban formados por muchas tribus y gentes, los que finalmente llegaron a la zona de Nueva York se llamaban Lenapes (que significa "el pueblo"). Estos vivían por la costa y también en una isla abrupta y rocosa a la que decían Manna-hata, que significaba "isla de muchas colinas". Es el actual Manhattan.
Estas gentes eran matriarcales y no existía para ellos la propiedad privada de la tierra. Cultivaban maíz y frijol, cazaban y pescaban. Su religión era animista, es decir, creían en espíritus naturales llamados "manitus" y tenían chamanes. No usaban dinero pero sí wampum que eran collares de abalorios. A veces -cómo no- hacían la guerra con los vecinos iroquis.
En el año 1524 el primer europeo de la Historia (aparte de nuestros amigos vikingos) llegó a esas costas. Se trataba de un navegante italiano llamado Giovanni da Verrazano que capitaneaba una carraca llamada Dauphine, había sido enviado por el Rey Francisco I de Francia. El marino, que en realidad estaba buscando una ruta para llegar a China bordeando la costa norte, cometió numerosos errores cartográficos e incluso pensó que la desembocadura del río Hudson era un lago. Antes de proseguir pasaron unas semanas explorando la zona. Un par de años después de eso unos caribes caníbales se lo comerían en las Antillas.
Hoy en día -en su honor- hay un puente magnífico llamado Verrazano-Narrows que une Staten Island y Brooklyn. Hasta 1981 fue el puente colgante más grande del mundo. Supongo que alguna vez lo han visto porque es de donde sale la famosa Maratón de Nueva York.
Los Lenapes siguieron con su vida hasta el año 1609 en el que el explorador británico Henry Hudson (famoso por sus viajes al Ártico), al servicio de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, estuvo explorando el río que más tarde llevaría su nombre. Le llamó la atención la enorme cantidad de castores que había, muy apreciados por aquel entonces por su piel para hacer gorros impermeables. Siguiendo la tradición, dos años después Hudson moriría en un motín a bordo de su barco, el Discovery. Sus hombres le dejaron abandonado a su suerte en un bote.
En 1614 el holandés Adriaen Block intentaba explorar de nuevo el río Hudson (que aún se llamaba Noort Rivier o río del Norte) cuando su barco, el Tyger, se incendió. Él y sus hombres decidieron establecerse en el sur de la isla de Manna-hata, donde por un año los lenapes los ayudaron a construir otro barco para salir de allí. Lo consiguieron, pero a los holandeses ya les había gustando Manhattan.
Obviamente el mundo cambió poco a poco. El devenir continental elevó las tierras, se extinguieron los dinosaurios, hubo glaciaciones. Los hielos, de unos tres kilómetros de grosor, erosionaron todo, los sedimentos se limpiaron y las montañas se arrasaron. Fue así como se formaron los miles de lagos que rodean la ciudad, el fiordo del río Hudson, el descabalgue de los Palisades y algunos valles rotos. Los sedimentos arrastrados por los hielos movedizos crearon playas largas y bahías amplias.
Cuando acabó el Pleistoceno y las glaciaciones, más o menos en el 10.000 a.C, es cuando el ser humano empezó a llegar a América. Hay muchas teorías, la que más me gusta es la que dice que entraron por el estrecho de Bering, es decir, entre Asia y Alaska. Recordemos que en la época glacial el nivel del mar llegó a bajar hasta cien metros de forma que toda costa poco profunda era en realidad tierra o isla. Así cruzaron y luego se desperdigaron. Los primeros grupos que llegaron a la costa este de Norteamérica se conocieron como Algonquinos. Y allí estaban, invisibles, mientras en el otro lado se construían zigurats, templos de Zeus, acueductos romanos y se emprendían reconquistas contra los moros. Sólo entraron fugazmente en la Historia europea en el siglo XI cuando un grupo de vikingos liderados por Thorfinn Karlsefni intentaron montar una colonia en Terranova (ellos la llamaban Vinland, la "tierra de los pinos"), en la localidad que hoy en día se llama L'Anse aux Meadows ("la Ensenada de las Medusas"). Los skræling de los que hablaron los vikingos no eran otros que los Algonquinos. Por supuesto hubo leña y los europeos tuvieron que salir pitando.
Los Algonquinos estaban formados por muchas tribus y gentes, los que finalmente llegaron a la zona de Nueva York se llamaban Lenapes (que significa "el pueblo"). Estos vivían por la costa y también en una isla abrupta y rocosa a la que decían Manna-hata, que significaba "isla de muchas colinas". Es el actual Manhattan.
Estas gentes eran matriarcales y no existía para ellos la propiedad privada de la tierra. Cultivaban maíz y frijol, cazaban y pescaban. Su religión era animista, es decir, creían en espíritus naturales llamados "manitus" y tenían chamanes. No usaban dinero pero sí wampum que eran collares de abalorios. A veces -cómo no- hacían la guerra con los vecinos iroquis.
En el año 1524 el primer europeo de la Historia (aparte de nuestros amigos vikingos) llegó a esas costas. Se trataba de un navegante italiano llamado Giovanni da Verrazano que capitaneaba una carraca llamada Dauphine, había sido enviado por el Rey Francisco I de Francia. El marino, que en realidad estaba buscando una ruta para llegar a China bordeando la costa norte, cometió numerosos errores cartográficos e incluso pensó que la desembocadura del río Hudson era un lago. Antes de proseguir pasaron unas semanas explorando la zona. Un par de años después de eso unos caribes caníbales se lo comerían en las Antillas.
Hoy en día -en su honor- hay un puente magnífico llamado Verrazano-Narrows que une Staten Island y Brooklyn. Hasta 1981 fue el puente colgante más grande del mundo. Supongo que alguna vez lo han visto porque es de donde sale la famosa Maratón de Nueva York.
Los Lenapes siguieron con su vida hasta el año 1609 en el que el explorador británico Henry Hudson (famoso por sus viajes al Ártico), al servicio de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, estuvo explorando el río que más tarde llevaría su nombre. Le llamó la atención la enorme cantidad de castores que había, muy apreciados por aquel entonces por su piel para hacer gorros impermeables. Siguiendo la tradición, dos años después Hudson moriría en un motín a bordo de su barco, el Discovery. Sus hombres le dejaron abandonado a su suerte en un bote.
En 1614 el holandés Adriaen Block intentaba explorar de nuevo el río Hudson (que aún se llamaba Noort Rivier o río del Norte) cuando su barco, el Tyger, se incendió. Él y sus hombres decidieron establecerse en el sur de la isla de Manna-hata, donde por un año los lenapes los ayudaron a construir otro barco para salir de allí. Lo consiguieron, pero a los holandeses ya les había gustando Manhattan.
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