Hoy llegamos a la mismísima tumba de Jasser Arafat y pudimos verla a
solas, cercanamente vigilados por un guardia palestino que no supo qué
hacer cuando me puse a dibujar allí mismo. Tras eso nos fuimos a Belén
donde sufrimos un descarado atropello por parte de un ministro del país
al que se le tuvo que antojar pasar por allí a la vez que nosotros:
resultado nefasto, desalojan a todos y pasa el fulano ante nuestras
narices dándose importancia por tener guardaespaldas; sin drama. Al
regresar a la ciudad hay montado el fiestón padre, miles y miles de
judíos desbocados con banderas atentamente vigilados por cientos y
cientos de policías secretos, soldados, policías normales y hasta algún
francotirador; los del barrio musulmán se mascan la tragedia y cierran a
las 5 pero, eso sí, dejan el suelo bien mojado para que alguno se rompa
la crisma. Huimos del quilombo bajo las murallas con un grupo de
argentinos sexagenarios, del PAMI como diría Cecilia, y acabamos
pasándolo bien soñando con dragones y mazmorras gracias a Herodes y los
mamelucos. Volvemos al hostal, pasa una monja con un perro. Como el
mundo es un eterno devenir, otro ladra en la distancia. Y otro. Hasta da
nostalgia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario