miércoles, 25 de enero de 2006

Estatua


Cuando me preguntan por Buenos Aires la verdad es que no sé qué contestar. No porque yo sea corto de palabras sino porque es una ciudad extremadamente ambigua. Se combinan en un sólo sitio las verdades más extrañas, contradicciones, sinsentidos y varios mundos en uno. Puede que sea defecto mío por ser de pueblo y, cuando camino por la calle, aún me sorprendo al ver gente con traje y chaqueta hablando por teléfono por la calle y sorteando con presteza a durmientes en el suelo, desposeídos de todo, incluso del sentido de dónde quedarse quieto y cerrar los ojos. Mi primer impulso era de ayudar y lo hice, luego vi otro, y otro, y otro, y muchos otros. Invité a niños a helado, les di monedas a unos que se bañaban, en los semáforos, le hablé con amabilidad a un desgraciado como salido de una guerra, incluso invité a uno a comer... ¿qué hago? me dije un día. No tenía sentido lavar mi moral con unos restos. ¿O sí lo tiene, por poco que sea?

Quizás el día que eso te deja de importar te conviertes en una estatua perfecta, Buenos Aires está lleno de ellas.

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