Caminé frente al Congreso mientras el sol me daba con fuerza en la cara. Me tapé los ojos con la mano y durante un instante vi cierto parecido entre mis dedos y las alas del buitre, y me hizo gracia. Fue un momento bastante feliz y me gustó darme cuenta. Luego hice la foto, aún con el gesto de la sonrisa solitaria. Temí que no fuese suficientemente buena como para que valiese para algo, mucha luz y a esos dos se les nota que me han visto y se susurran algo entre ellos, imagino que "éste qué hace" o "cariño, pegale una patada a ese boludo" o yo qué se. Además, en la lente podía notar las irisaciones del ambiente lumínico, esos destellos que nunca ves si no llevas gafas y que, si te descuidas, te estropean las mejores fotos. Si, cuando me fui no sabía si la borraría o qué pasaría. Casi cada instantánea se acaba convirtiendo en un mar de dudas. Reflexioné acerca del por qué.
Para alguna gente uno de los grandes miedos en la vida es el que tiene a convertirse en alguien mediocre. Se pasa años preparándose para no serlo, de manera que absolutamente todo lo que hace, estudia, dibuja, escribe o fotografía no son libros, cuadros o fotos sino un simple preludio de lo que que será realmente algún día. Nada lo valora por sí solo y pocas veces le llena realmente. Las relaciones con los demás tampoco están libres de esta tara, muchas veces las aborda como algo meramente temporal, una simple etapa y nada más, su vida no es esa. Y el trabajo también es sólo por un tiempo, por unos años. Nunca sabe si es suficiente o si ese día que tanto espera ha llegado hace tiempo, sin que se diese cuenta. O mucho peor, ese momento nunca existió ni lo hará.
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