Tras el retorno siempre acaba por llegar la hora de subir por otros ríos, de caminar otras playas, de andar otros montes donde el aire sea diferente y la luz cambie nuestra visión de las cosas. El apego al pasado sólo es un eco de lo que fuimos, de lo que nos gustó ser. Y no es algo malo. Pero si aspiramos a la virtud en aquello que hagamos -no a la mera y fútil grandeza- es extremadamente importante saber aceptar el genuino final de las cosas.
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