miércoles, 25 de enero de 2006

Nubes


Siempre me gustó empezar por el final, estaba sentando en el avión contando nubes y ligeramente ofuscado por la chica que me había tocado al lado. Ya es casi una constante, siempre me toca sentarme al lado de mujeres silenciosas, no dicen ni mu. Esta era la mar de guapa, la verdad sea dicha, aunque no paraba de mesarse el pelo y empecé a obsesionarme con la idea de que parase. Fantaseé con ser capaz de decirle que se estuviese quieta de una vez, pero no me atreví. Parecía española, leía a Joyce traducido con un poco de desgana, la verdad es que no conseguía acabar una sola hoja sin detenerse un rato, o estaba inquieta o yo no sé. A veces bostezaba como un gato, quizás no se daba cuenta de que la veía mirarme de reojo cuando yo me giraba a hacer fotos de nubes. Me hice el interesante y dibujé en mi libreta arqueando la ceja izquierda, con un gesto clásico de sabiondo. Cuando pasó la azafata bebimos lo mismo, agua: almas gemelas. Empecé a preguntarme cómo sería su apellido. El de mi madre es bonito, el de mi padre la mar de común. Tendríamos que ver si pegaba bien, yo siempre estoy dispuesto a claudicar en aras de un nombre más sonoro. Creo que tenía -no me atreví a mirarla directamente- unas mechas rubias sobre un fondo moreno, eso teníamos que hablarlo porque no hay nada como el color natural de uno mismo, seguro que con algo de tiempo la convencía de que abandonase esas costumbres bárbaras de colorearse el cabello. En esto se durmió y arruinó nuestra relación, no soporto a las mujeres que roncan.

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