En los semáforos no sólo paran vendedores de pañuelos de papel o tabaco o limpiadores de parabrisas. Hay también gente con publicidad, la levanta sobre su cabeza una y otra vez, durante todo el día. Y niños malabaristas, se ponen delante de los coches con pelotas de goma a hacer juegos de manos para que les den una moneda.
Un día crucé el puente de Puerto Madero al otro lado del canal. A lo lejos parecía que había una especie de feria popular o algo así, anduve hasta allí para ver cómo eran esas fiestas donde todos eran argentinos de verdad, las que no estaban pensadas como una opereta para atraer turistas -me pareció que yo era el único foráneo-. Me llamó la atención la gran diferencia que existía entre la gente de allí y los porteños de Recoleta, parecían personas de distintas épocas, no sé expresarlo. Y aunque todo era mucho más humilde, la ropa, la expresión, incluso los coches -o sobre todo los coches-, la comida y la música, me sorprendió que apenas había mendigos o gente tirada en las aceras. Luego me enteré que sólo abundan realmente en los barrios más ricos, porque el que no tiene mucho no puede dar nada.
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