jueves, 6 de octubre de 2016

...

En Kostromá te diste cuenta de lo que el vodka le hace a los hombres rusos -los mata- porque la cantidad de fotografías con una señora abrigada caminando sola empezaba ya a ser notable. Sacaste señora con pañoleta azul, señora subiendo escaleras, señoras esperando el trolebús, señora vendiendo calcetines, flores, setas, medallitas, muñecas, señora con niña, o -a palo seco- señora. La única explicación era que los hombres estaban o en el bar o finados, que para el caso era lo mismo.

Llegasteis por la tarde a la pequeña aldea de Plyos, famosa por sus paisajes de pintura romántica y a decir verdad era cierto el renombre. Faltaban un par de cosacos batiéndose a espadazos en la hojarasca, o una silueta embozada junto al cementerio, o incluso una montería de perros para completar el típico cuadro de abuela, el manido tapiz de caza de comedor español que todos odiamos hasta el fondo sin saberlo. Pero estar en el paisaje era otra historia pues no existe nada más reconfortante en la vida que el olor del barro al atardecer otoñal en un sendero del bosque caduco. Goya opinaba lo mismo, creo.

La noche rusa oscureció todo y por enésimo día consecutivo soñaste con Extremadura. Hablaste aquella noche -mientras dormías- con Luis, con Miguel, con Juanito y con Manel (hacía más de una década que no les veías). Luego apareció tu abuelo Vicente -que había muerto hacía mucho- y te dijo que estaba amaneciendo en Rusia y te estabas perdiendo una bonita foto.

No hay comentarios: