domingo, 2 de octubre de 2016

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Aquel mercado en la ciudad de Tver tenía un deje gallego de venta de gallinas, repollos y miel aunque otras partes eran más humildes y se veían radios usadas, cargadores Nokia de tercera mano, monedas de tiempos de Trosky y zapatos sueltos (algo inexplicable para tu mente simétrica). Entrasteis en aquella iglesia flanqueada por tres mendigos con tazas y de nuevo os pareció cambiar de mundo a otro de velas, cantos e inciensos. Experto en vituperar lo sagrado, aquella vez no fallaste: sacerdote confesando a un niño, mujer besando un icono, abuela repartiendo velas, espalda de un ruso cercano, señora repartiendo limosna, así llamarías a aquellas fotos en su día.

Salisteis felices pero Ceci necesitaba ir al baño de modo que balbuceaste a una señora algo que en tu mente sonó a "Gde tualet pozhaluysta? spasibo" y milagrosamente funcionó porque os acabaría señalando una caseta y al personaros en la misma aparecería en el suelo raso un agujero que apestaba a cacas y orines ancestrales pero que cumpliría su cometido en aquella tibia mañana de octubre.

Desde que habías pisado Rusia habías notado que hombres y mujeres miraban a uno a los ojos de forma implacable. Habías intentado sostener numerosos pulsos visuales y los habías perdido todos, incluso con una niña. Tiempo después, ojeando las fotografías de aquella mañana en el mercado, decidirías que aquella cualidad no era sino una virtud. Los extraños parecían dejarse el alma en la foto, inmunes al miedo o la ofensa, forjados por el invierno y el vodka y ajenos a tus pantomimas y maniobras distractorias que simplemente les traían sin cuidado.

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