domingo, 3 de julio de 2016

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La pensión es demencial pero por algún motivo extraño me gusta igualmente; quizás es cierto aire extremeño de muros blancos y altos, sus puertas de doble hoja o su patio con higueras y limoneros y un pozo, o el dueño Zippo, un viejito de ojos azulísimos y mirada alegre. Casi no importa que la ducha esté rota, el agua caliente titubee, la cama tenga un colchón decimonónico o la ventana dé a una carretera transitada a todas horas. Es como un hotelucho para estudiantes de los años ochenta, estoy seguro que las persianas de ganchillo son hechas a mano y las puertas amarillas las abres de un empujón a pesar de sus cerraduras toledanas dignas de un cuento.

Cecilia arregla el teléfono de la ducha con una goma del pelo y nuestros problemas se disipan. Tiene esa bonita mirada de ingeniera.

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