lunes, 18 de julio de 2016

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Juraría que este fin de semana me crucé con Woody Allen en la Quinta Avenida. Por supuesto llevaba la cámara pero en esos casos no puedo evitar una oleada de rebeldía adolescente que se apodera de mi y me impide hacer una puta foto porque quizás en el fondo no soporto ser como todo el mundo. Y tuve tiempo, no fue un pestañeo ni nada de eso. Mientras caminaba intenté desentrañar mentalmente qué coño es lo que nos sorprende de los famosos y quizás no sea otra cosa que verificar lo que ya sabíamos: que son personas como los demás. Usan zapatos. Comen. Se tiran pedos. Tienen días alegres y tristes. O el sueño, que les puede esa tarde. Pero si ellos son como todo el mundo (aunque escribiesen Manhattan o Annie Hall) quizás yo también lo sea.

Antes de encontrar una salida digna a mi razonamiento/trampa pasé por una nube de buscadores de pokemon, decenas de ellos con esa motricidad del que no presta plena atención a dónde pisa. Resultaban tan inanes que tampoco les hice ninguna fotografía en serio. Vagaban cuan criaturas.

A la altura de las boutiques más famosas se junta una pequeña horda de negociantes de lo que en España llamamos top manta pero en versión bolsos de lujo de imitación, pañuelos y chorradas de ese tipo. Como se acababa de poner el sol y la mayor parte de los vendedores son musulmanes, llegó el momento del cuarto rezo diario, el que ellos llaman maghrib. Me estaba preguntando cómo harían cuando vi a varios de ellos que en plena Quinta Avenida colocaban un plástico en el suelo mirando al este y se ponían a rezar. Estamos en Nueva York así que nadie pestañeó, claro. Dudé si hacer una foto o no porque a fin de cuentas deben estar hasta los cojones. Finalmente lo dejé pasar.

Tras eso vi a una familia argentina cruzando una calle. Padre, madre, niño. De repente al nene se le cae un juguete al suelo; mira atrás y duda si recogerlo. Se me encoge el corazón al ver que decide dejarlo tirado. Se alejan. Nada de instantáneas.

Llegué a casa y antes de entrar le hice una foto al Empire State. La locura.

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