sábado, 28 de noviembre de 2015
j 1
No sé si es muy buena idea esto de tomarse un café a las nueve de la noche pero es lo que tienen los humanos y el planeta, que no estamos pensados para cambiar tan rápido de usos horarios. Me gustaría ver la cara del primer pionero de los aviones -o barcos a vapor- que lo sintió por primera vez, un mal moderno y maravilloso, una broma astronómica.
Hablando de bromas, ya he llegado a Tokio. Vi al atardecer el monte Fuji desde el cielo y me quedé pasmado, los volcanes siempre me impresionan mucho, me recuerdan a Julio Verne y a la prehistoria y al origen del mundo que no deja de ser un bombazo de algo caliente. También impresiona cuando aterriza el trasto este de nosecuantas toneladas y yo sigo sin saber cómo cojones hacemos para que vuele un avión, será que soy de letras. En tierra todo ordenadito, pulcro, y ese olor agradable a arroz, té verde, tierra, bosque, madera de cedro, cemento y yo qué sé que es como huele Japón.
Tras tres segundos de infarto, reconocí la línea de metro y me compré el billete y tímidamente -como de broma- saqué la cámara y me puse a mirar. Mentalmente puse títulos preliminares, gente en el andén, vagón de metro, restaurante subterráneo, vapor, casas por la noche, escaleras mecánicas, gente, gente, paso de cebra, gente, gente, gente, taxi, gente.
Llegué al piso que hemos alquilado en Shibuya, me pegué con las instrucciones para entrar, dejé las zapatillas -los tenis, decimos en Galicia- en la entrada y examiné la casa con dos futones, una cocinita, un retrete con mil teclas y calientaculos, una botella de licor de cerezo de bienvenida y, en la pared, un póster gigante de Nueva York.
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