sábado, 28 de noviembre de 2015
j -1
Nada como ese temblor en las manos de miedo e incertidumbre antes de un viaje, el vacío en el estómago, sequedad en la garganta, sensación de tormenta, de lluvia, de labios resecos, ojos escocidos, la mente repasando el pasaporte, el dinero, la cámara de fotos, el horario, la terminal A, el libro de viaje de letra pequeñísima, los rotuladores y la libreta negra con todas las hojas por contar -predestinadas-, las tarjetas de memoria, las dudas con el calzado -que si éste o aquel-, y esa certeza casi mágica de que algo se te olvidará, ya sea el bañador o la pasta de dientes o el mapa anotado sabe dios y aún faltan seis horas, no, cinco cincuenta y el tiempo se estira y acorta y no sabes si estás desvelado o revientas de sueño y el jet lag que dice hola serás mío y de repente caes en sacar la basura, desenchufar lo que sea, abrir la ventana, no, demasiado tiempo, cerrarla, entreabrirla, cinco cuarenta, cierras los ojos, te dices que ya has hecho esto muchas veces por favor, vas a mojarte la cara y ves en el reflejo a un tipo que no puede parar de sonreír porque sabe que algún día lejano y triste echará de menos este preciso instante pero justo aquí y ahora está él, desgranando el tiempo en microscopismos: sala, pasillo, puerta, ascensor, coche, avión, Canadá, Alaska, Polo Norte, Pacífico, nubes, sueño, más nubes, islas, Japón.
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