sábado, 23 de enero de 2016

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Me subí al taxi mientras empezaba a nevar sutilmente, dejé la bolsa del supermercado, le dije la calle, 36, Madison, gracias. Me puse el cinturón, apagué la pantalla del asiento de atrás -odio los anuncios- y miré por la ventanilla mientras la ciudad empezaba a moverse de noche. Fue entonces cuando me di cuenta de que el taxista -creo que era de Pakistán- estaba haciendo una videoconferencia con su mujer mientras conducía. Tenía el iphone amarrado al volante con cinta adhesiva y alternaba la atención entre el tráfico loco y una señora de unos cuarenta años de pelo moreno, despeinada, en bata, en una habitación con las paredes pintadas de verde y luz matutina. A la altura de la 22 faltó un pelo para que nos llevásemos otro taxi por delante y en la 35 un camión de mudanzas -que venía marcha atrás- casi nos aplasta.

No dejé propina.

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