jueves, 22 de diciembre de 2011

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Lo que aconsejo al lector es que cierre este libro, coja la cámara y baje a la calle a hacer fotos. A fin de cuentas es la única manera de aprender. No va a importar nada de lo que yo diga en este libro, ningún concepto, regla, técnica o explicación puede llevarnos a realizar fotografías que nos hagan felices, pero sí la práctica exhaustiva. No importa si poseemos una Nikon de miles de dólares o una simple camarita de teléfono de antepenúltima generación, como tampoco importará si nos creemos artistas o no lo somos en absoluto. Sólo importa que practiquemos. Que sigamos el impulso irracional de fotografiar a la cajera del supermercado, al abuelo, a la chica de tacones altos, a la tostada con mermelada, a la luz templorosa en la ventana, a la lluvia, a nuestro pie, a los cables de la luz, que demos rienda suelta a esos demonios y a todos los que surjan por el camino, ya sean los del color, los del blanco y negro, los del trípode o los del desenfoque, o cualquiera de los miles de laberintos en los que habremos de perdernos y que nos mantendrán insatisfechos por los siglos de los siglos. Mientras exista luz.

(de "La predicción y la espera")

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