lunes, 21 de noviembre de 2005

Atenas

Había acabado el milenio y ya estaba claro que no habría sonoros finales apocalípticos, o eso pensé yo. No era una época precisamente feliz, hacía un año que tenía novia y las cosas no estaban muy claras. Quizás me gustaba demasiado y eso me nublaba la vista hasta convertirme en tonto. Un día –a los pocos meses de estar juntos- surgió el primer engaño. Lo descubrí con dureza y supo más amargo que ninguno, pero decidí olvidarlo. Me costó muchas noches sin dormir. Cuando creí que volvía a ser feliz, segundo aviso, en primavera: cartas de amor de procedencia desconocida y ella que desapareció una semana. Sufrí como un perro abandonado pero cuando volvió no me salieron las palabras que la mandaban directamente a la mierda. Tercer aviso y hundido, se fugó con otro al sur, en plan película. Volví a verla un día antes de irme a Atenas, por supuesto lo dejamos. En el avión tuve ganas de que nos estrelláramos de una santa vez.

Al llegar a Grecia me llegó el primer mensaje “tenemos que hablar en cuanto llegues, un beso”. Tenía que estar en la Acrópolis sacando fotos una semana entera y mi cabeza daba vueltas como loca. El tiempo pareció dilatarse. Más mensajes, la impaciencia era insostenible. No tenía más opción que joderme en aquella cima rodeada de un millón de casas con el aire tan contaminado que apenas se distinguía el horizonte. Había oleadas de turistas furiosos por conseguir su piedra única y su foto única para sus vidas únicas, en tandas de treinta minutos en grupos de a sesenta por guía, de la mañana a la noche. Y yo sentando junto al Partenón dibujando hasta que me preguntaron si los vendía, me refiero a los dibujos.

Finalmente regresé, sólo era cuestión de tiempo. Nos vimos en un bar; pedí un café solo y nos sentamos. La recuerdo frente a mi mirando al suelo.

-Ra -dios, me encantaba cómo lo decía, no puedo negarlo- tengo que confesarte una cosa un poco fea. Joder, me había engañado a saco durante meses con un pelotón de gente ¿qué podía ser peor? ¿me habría quemado los cómics? Por desgracia no se me ocurrió ningún chiste, en mis recuerdos me gusta pensar que soy la mar de simpático. Ella siguió- La verdad es que nunca te engañé, me inventé todas esas historias para que me dejases.

Pestañeé dos o tres veces antes de entender lo que me estaba diciendo.

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