martes, 18 de junio de 2019

París 3

Caminabas a toda prisa por a Rue Comerce cuando te cruzaste fugazmente con dos señoras. Escuchaste, por el rabillo de la oreja, la siguiente frase dictada con un tono equilibrado de fastidio y sorpresa.

-Je ne comprends pas les hommes!

La imagen de la mujer de pelo blanco agarrada con un punto de desesperación al codo de la amiga -octogenarias ambas- y más blanca que el sulfato de bario te persiguió durante un buen rato. Al menos hasta llegar a la esquina de la Rue Motte Picquet donde había un puente tan bonito que siempre te despistaba de tus cavilaciones varias. Pese a todo fue imposible ignorar a un grupo de franceses espigados que esperaban cabalmente en el semáforo, cada uno de ellos con una barra de pan bajo el brazo. Flotaba una conversación en el aire, como si el tráfico les hubiese interrumpido. Entonces uno sentenció:

-Personne comprend les femmes...

Los demás rieron. Tú te limitaste a andar.

Jung, viejo zorro.

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