lunes, 14 de diciembre de 2015

c 2

Lo cierto es que en España ni dios sabe dónde está la isla de Jeju. No vale mirar en el google y luego decir que si, que claro, que no me lo creo. Yo mismo tuve que hacer lo propio cuando Alfonso me preguntó si íbamos allí (aquí, porque aún estamos). Es el saber moderno, el catedrático de wikipedia y doctor en rumores de internet. ¿O quién no es politólogo estos días antes de las elecciones? ¿Cuántos estadistas agazapados han surgido desde que el Estado Islámico se dedica a dar por saco? Pero bueno, volviendo a la isla de Jeju, aterrizamos ayer. He de admitir que la primera impresión fue nefasta no, lo que sigue. Aterrizamos en un aeropuerto cutre de paredes sucias y subimos a un autobús de cristales aún más sucios, tanto que se veían refracciones anisotrópicas y la hora y media hasta el sur -el puerto de Seogwipo- fue como un mal sueño. Estuvimos por morir tres o cuatro veces en curvas y adelantamientos y el altavoz donde decían las paradas era ininteligible (y no solo porque las dijesen en chino o coreano, las podía leer el mismísimo Cervantes que no las entendías). El terror pánico empezó cuando vimos el primer ressort hotelero y nos vino a la mente que quizás -solo quizás- la habíamos cagado a lo grande. Tras el primero, el segundo, y toda esa serie de casas tipo Torremolinos de los ochenta, con sus balcones y fachadas tremebundas color crema, sus palmeritas y sus barandas doradas. El tercer complejo hotelero y yo estaba por infartar, tenía caballos esculpidos en bronce autooxidado y columnas neoclásicas que si ve la Ceci le da el telele -ella se quedó en Japón-. Por si fuera poco pasamos por una imitación de una fortaleza africana de Tombuctú y un estadio de fútbol sin usar que hicieron para la Copa del Mundo de hace años -en la que por cierto Corea apeó a España injustamente, como todo apeo-. Tres, cuatro hoteles más estilo nefastísimo y yo ya me daba por perdido en la isla cuando por fin el bus-cápsula llegó a su destino. Y nos bajamos.

Si uno dejase de leer ahí pensaría -como yo en aquel momento- lo peor. De verdad lo parecía. Pero es que no sabíamos nada del volcán rodeado de nubes, de las grutas de magma, del amanecer tras subir a un cráter junto al océano, de las tumbas antiguas, los dólmenes, las estatuas fúnebres, las columnas de basalto en los acantilados, las cataratas al mar, los bosques tropicales, la nieve, las playas de arena negra volcánica, los mercadillos locales, el cerdo negro, el sabor de la fruta y los barcos de pesca y las viejas buceadoras frente a los arrecifes oscuros. Son muchas cosas que no salen en el google (y menos mal).

No hay comentarios: