miércoles, 26 de junio de 2013

hombre con un casco de mimbre

Como estábamos en Sichuan pensábamos que esto había sido por el terremoto, una manzana entera que se vino abajo. En nuestras mentes poblamos los escombros de cadáveres y vidas sepultadas, juguetes olvidados -que por algún motivo misterioso impresionan a la gente más que una televisión de plasma reventada o una mesa de dentista retorcida-, muebles astillados, quizás una mano saliendo de un dintel aleatorio en gesto de petición de una ayuda que nunca llegó, y bueno, mierdas de esas que la imaginación te susurra al oído ávido -ya todo el cuerpo, no sólo el oído- de estar en un lugar exclusivo y macabro y sorprendente y todas esas cosas que los occidentales con suerte adoran -incluso yo-. Pero sin que nosotros lo supiésemos, en perfecto chino, en las solapas amarillas de los trabajadores lucía una frase que revelaba que aquello era un equipo cualquiera demoliendo casas viejas. Bueno, no viejas exactamente, sino la que el Gobierno decía que eran viejas -que en China no es lo mismo, no hay que confundirse-.

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