lunes, 8 de agosto de 2011

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En otro lugar explicaremos cómo hemos llegado a esto. Nos encontramos en algún punto de Norteamérica rodeado de árboles frondosos, tormentas de verano, calor camuflado por aires acondicionados de dudosa eficacia y sombra. Sobre todo sombra. Pensamos el viento salado y la piedra radiactiva del Viejo Mundo pero sin embargo lo evitamos a toda costa. Sabemos que, en caso de regresar, no querríamos hacer sino eso una y otra vez. Mejor dejarlo como un anhelo. Así que nos iremos al Asia más profunda, la del lodo maloliente de las orillas del Ganges con sus aguas venenosas, la de los ancianos sin dientes con la frente pintada, la de animales de barrigas hinchadas poblada por moscas, la del color templo y basura; deseosos de ver esa muerte que nos haga sentir vivos.

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