martes, 1 de marzo de 2011

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Estabas allí sentado en el gallinero del Lincoln Center esperando a Mahler cuando te diste cuenta de que no había negros en todo el edificio. Escrutaste la multitud. Ni uno. Viejos y viejas blancas en su mayoría anglosajones. Ropa cara en los cincuentones. Botas altas en las cuarentonas. Ni siquiera había gafapastas, esos en Nueva York iban a otras cosas, suponías. Se escuchaba aquel sonido de pruebas de la orquesta que tanto te gustaba mezclado con murmullo -pero un murmullo extraño porque era en inglés-. Y en esto entró el director y sonaron los aplausos, empezaron las toses y bajaron las luces. De repente -como por arte de magia- todos eran negros.

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