miércoles, 28 de noviembre de 2007

Campos de arroz al atardecer


Edu y yo llegamos a las Montañas del Mármol aquella tarde calurosa después de recorrer a pie toda Playa de China desde Da Nang. En el último tramo habíamos visto a un hombre pasar en moto y le hicimos una seña con la mano en alto; el hombre dio la vuelta y vino a por nosotros. Con señas acordamos un trato, él nos llevaría al pueblo más cercano. Como Edu ya casi no podía andar entonces fue él primero y llevó las mochilas. Hacía tanto calor que se había quitado toda la ropa salvo los calzocillos blancos y, para ser sinceros, tenía un aspecto ridículo. En cualquier caso no nos importaba. Cuando los vi alejarse me puse a correr por la carretera. Después de varias horas de caminata me latía el pecho con fuerza pero me sentí vivo como nunca. Podía hacerlo. Había corrido más de un kilómetro cuando regresó el tipo de la moto quizás preocupado porque yo llegase a la aldea y él no cobrase por los dos. Así que me dejé llevar los cien metros que quedaban y llegué a la plaza del pueblo donde estaba Eduardo rodeado de mujeres y mojado de arriba abajo. Su llegada había sido triunfal, tipo musculoso en calzoncillos sudando hasta las cejas en medio de diez o doce mujeres aburridas. Todas sonreían como si fuese un día de fiesta. Yo les compré dos cocos y varios litros de agua.
(...)
Cuando bajamos de las montañas ya casi había bajado el sol. Apenas quedaba gente por las calles de la aldea. Vimos a una señora y le preguntamos -a base de señas- cómo llegar a Hue. Montó una que no veas, salió media aldea de sus casas y en diez minutos un viejecillo y un jovenzuelo llegaron con sus motos para llevarnos a Hue por los campos de arroz. Acordamos un precio con las manos y cerramos el trato.Me subí a la parte de atrás de la moto. Me había tocado ir con el viejo. Me agarré a él y noté que olía a jabón y arroz y gasolina de motocicleta. Estaba delgadísimo, tanto que pensé que no podríamos ir sin caernos. Arrancó con seguridad. El viento en la cara. El calor suave de última hora. Los músculos tiernamente doloridos. Los campos de arroz brillando bajo las nubes de verano.
Hice esta foto con una mano, agarrado al viejo. Luego cerré los ojos porque casi me caí y me asusté. Con los ojos cerrados pensé en mi forma de ser y en que seguramente nunca enseñaría esta foto. Siempre me esmero demasiado y eso a veces me amarga un poco. En las que descarto -porque no son perfectas- a veces se van fotos frescas, tontas, geniales.

1 comentario:

Irene dijo...

m'encanten els teus escrits i les teves fotos