sábado, 15 de octubre de 2005

Araña

Entré en el templo siguiendo a una pelirroja de ojos verdes, seguramente de algún país anglosajón. En la puerta pagué quinientos yenes distraídamente, sin dejar de mirarla, su manera de andar descalza. Me acerqué al estante para dejar las sandalias, siempre en la cuarta fila porque dicen que da mala suerte. Cuando levanté la vista ella ya no estaba. Subí los dos o tres peldaños hasta una zona de madera oscura y mis pies cansados agradecieron el tacto desnudo del suelo. Creí que sólo había un camino y lo seguí. Tarde o temprano me encontraría con ella así que me lo tomé con calma, no podía escapar. Me detuve a fotografiar una araña al lado de un jardín zen, me arrodillé para hacerlo y dos niños curiosos se acercaron a mirar qué hacía. Por un segundo temí que alguno metiese la mano, más por la foto que por el niño -me recriminé internamente por mi falta de sensibilidad-; cuando acabé me quedé satisfecho como el que termina el postre. Entretanto, la madre se los llevó cogiéndolos por los hombros sin dejar de mirarme de reojo. Sonreí y seguí por el pasillo, ahora cubierto de esterilla blanca de bordes negros. En las paredes estaban pintados tigres de oro y había una señal de prohibido hacer fotos. Miré atrás y adelante, ni rastro de la pelirroja. Sólo quedaba una sala para terminar el paseo, me quité la gorra sin pensar por qué, me rasqué la nuca en ese gesto de siempre y entré agachando la cabeza por una puerta de dintel bajo. Encontré la sala vacía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En realidad, la araña era ella ;)