Estoy sentado en la arena. Por fin descalzo. Se me ha mojado la libreta negra y parte de la tinta se ha corrido por el papel de modo que parece que estuve llorando al escribir las hojas de atrás. El resto está seco pero se acartonó un poco, aunque quizás gane en encanto porque huele a mar, un olor muy suave levemente salado pero océano a fin de cuentas. Creo que me gusta más el Atlántico, será una cuestión de localismo. Corren críos por la playa como si fuesen autómatas programados para jugar y me ha hecho gracia fijarme en que no hacen castillos de arena como nosotros sino montoncitos redondos sobre los que ponen una pluma. Me pregunto qué demonios significan, ¿una montaña? Hay decenas con plumas de cuervo, negras con brillos azulados.
El cielo se oscurece por instantes. Por el oeste una franja roja inmensa, como un borrón de tinta en el cielo de la tarde.
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