domingo, 16 de octubre de 2005

Calle torcida


A veces se me ocurre pensar que esta foto u otras ya las he hecho mil veces. Fotos de cielo, de gente, de árboles, resulta complicado dejar de ser yo para hacer otras fotos distintas a las que me salen. Lo mismo pasa con lo que escribo de las propias imágenes. Querría hacerlo mejor, todo. Cada foto tendría que ser única y cada texto debería estar a la altura de las circunstancias en vez de ser lo que se me pasa por la cabeza y varíe mucho dependiendo de si lo escribo por la noche cansado y con sueño o recién levantado en domingo, café negro, tostadas sin mermelada. No es así. Muchas veces -demasiadas- hablo de un mundo oscuro en blanco y negro que está roto, no funciona cómo debería. Y es así como lo veo, esté donde esté. Otras hablo de la belleza de las cosas, desde las más simples a las más complejas, porque es una de las cosas que me interesan sin caer en los rollos esotéricos de los artistillas de medio pelo que llenan las salas de muchos museos y dicen palabras como esencial, lírico, contracorriente, hiperclonado, ecléctico o superficial. Dios -ese que no existe- me lleve al infierno antes de que me convierta en uno de ellos y acabe siendo vegetariano y comiendo con palillos, vistiendo siempre de negro y moviéndome por la vida como lobo solitario entre ovejas que no entienden. Y hay más temas, las mujeres, arquitecturas, niños solitarios con pinta de abandonados, objetos extraños o el agua en cualquiera de sus formas -nieve, niebla, mar, lluvia, sed-. No sé, simplemente son las cosas que me pasan por los ojos, en las que me fijo entre millones de otras cosas. Pero no se puede -ni se quiere- ser original cada día de tu vida. Como dice Biedma -me encanta esta frase, ya la he dicho más veces- después de todo, no sabemos si las cosas no son mejor así, escasas a propósito... quizá, quizá tienen razón los días laborables.

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