martes, 6 de diciembre de 2005
Valencia
Una party es una reunión de chavales a los que les gusta el rollo de la informática, alguien encuentra un sitio y patrocinadores y se arma un lío de campeonato (van miles), normalmente para jugar, intercambiar pirateos, conseguir música y programas con facilidad y hacer exactamente lo mismo que haces en tu casa pero rodeado de cables por todas partes y ruido, mucho ruido.
A mi siempre me gustó ir, la verdad es que antes me lo pasaba de miedo, jugaba con los amigos y le veía la cara a alguno con el que llevaba meses jugando por internet; para mi era un evento por el que esperaba impaciente todo el año.
Sin embargo en el 2001 debí hacerme mayor o algo así. De repente el asunto había pedido su gracia, estaba allí sentado delante del monitor sin ganas de jugar a nada, sin motivos para escribir, sin ánimo para botellones o juergas de ningún tipo. Notaba un sabor distinto a todo. Tenía que pasar allí una semana y repentinamente se me antojaba como un suplicio. No podía fingir que me estaba divirtiendo, era imposible, así que decidí buscarme un pasatiempo. Por suerte había llevado una cámara prestada, una Canon Powershot II, una compacta digital que hoy en día no vale un peso pero de aquella estaba más que bien. Salí por los alrededores a sacar unas fotos porque si, sin afán turístico y -por primera vez- deseando que no saliese nadie conocido en ellas. Opté por el blanco y negro porque quería hacerme el listo aunque a la tercera o cuarta foto me di cuenta de que -sin saber por qué- me gustaba de verdad. Unos meses antes había comprado -por error- una de esas cámaras de usar y tirar en formato panorámico, me había llamado la atención la posibilidad de sacar imágenes en una tira; recordando eso, hice lo mismo.
No sabía nada de nada acerca de cómo sacar una foto artística -hoy tampoco lo sé- pero decidí dejarme guiar por la intuición y mentalmente empecé a generar normas que me guiasen. Me acostumbré a buscar series en las cosas, orden, desorden, luz, sombra y ese lado bonito que casi todo acaba teniendo dependiendo de cómo lo mires. Descubrí sensaciones nuevas que jamás había tenido, por ejemplo cuando esa chica de arriba hizo ese gesto de rascarse en el preciso instante en el que yo la miraba por el visor -a sus espaldas- y la pillé en el momento justo, fue indescriptible. Tuve que sentarme a respirar porque no sabía qué me pasaba. Bueno, era la emoción.
Las fotos gustaron mucho en su momento. De repente descubrí el poder de estas cosas, me escribieron correos preguntándome cosas que no sabía de mis propias fotos, varias personas vinieron a conocerme -me daba vergüenza decepcionarlas con mi ignorancia- e incluso el año siguiente usaron algunas para rediseñar el aspecto del evento. Por supuesto eso me animó a ir a más, poco a poco, comprarme una cámara, llevarla encima, hacer otras fotos de otras cosas, montones de veces hasta hoy.
En muchas cosas he cambiado, como es normal. Lo único que sigue idéntica es esa sensación interior después de haber hecho una buena foto, cosquillas en la garganta porque la vida es dulce... y te sonríe.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Fue aquí donde a alguien se le olvidó el ordenador en casa??? jijiji!!! ;)
Jejejej
No, eso fue dos años antes, cuando íbamos a Mollina (Málaga)...
Publicar un comentario