domingo, 19 de junio de 2016

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Esta mañana nos subimos al bus número dos y el conductor nos preguntó si estábamos en la ciudad por el festival y resultó que había sido modelador de videojuegos en 2003 y lo había dejado porque se moría de hambre, hasta nos enseñó alguna imagen en su teléfono y puedo decir honestamente (él jamás leerá esto) que estaban bastante bien y más para esa época prehistórica.

Nos fuimos atrás en el bus y tras sentarnos Cecilia me pasó una bolsa de caramelos. Vi a mi lado a una señora vieja con cara de fastidio de esas permanentes, un rictus facial de molestia absoluta y no se me ocurrió otra cosa que ofrecerle un caramelo. La bruja octogenaria transmutó de repente al sonreír y darme las gracias de forma amable, incluso adiviné que había sido guapa tiempo atrás. Me quedé contento.

Tras algunas gestiones en la estación de tren comimos en la zona vieja (no hablo mucho de la comida para no generar envidias pero todo está perfecto) y luego atendimos a la última proyección antes del cierre. Al salir vimos un pajarito desvalido que apenas se podía mover y nos dio tanta pena que Cecilia lo trasladó a unos arbustos. Al irnos me quedé pensando en el Universo y la casualidad y el pobre pájaro que es casi lo mismo que nosotros con una desviación evolutiva del cero coma mil por ciento desde el caldo primigenio y los organismos/bicho de los que salimos todos, incluso Trump.

Ahora estoy sentado a solas en un cine lleno de gente; como ella es directora se sienta en la zona reservada (no sea que gane); es la ceremonia de clausura y veremos qué pasa. Cierro los ojos y pienso en el conductor de autobús, en la vieja de los caramelos, en el gorrión perdido y en el corto de Cecilia y de repente recuerdo que no todo en la vida está conectado, que existe la coincidencia, el puro azar y la justicia es un invento humano igual que la bombilla o el abrelatas. Lo que quiero decir es que no tengo ni puta idea de lo que pasará en un rato y dicho eso me apagan la luz.

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