viernes, 17 de junio de 2016

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Lo que quería contar en realidad (he borrado lo anterior) es que mientras Cecilia estaba en el baño me detuve un instante a mirar por la ventana y fue entonces cuando vi al gato pasar como una centella por el jardín y desaparecer tras un seto. Al poco regresó y llevaba en la boca un gorrión, se adivinaba un resto de ala inerte. Me alegré al ver que no me impresionaba pues es algo natural que un gato se dedique a la caza (al igual que un pájaro a la huida) y no es bueno o malo.

Anécdotas aparte el festival sigue su curso con parsimonia. Asistimos a proyecciones, aplaudimos, lloramos, sufrimos, lanzamos avioncitos de avión y tomamos bocadillos de queso que creo que ya sé pedir en francés. A veces sale el sol y vamos en bicicleta a orillas del lago con las montañas de fondo y la brisa de frente y somos felices sin aspirar a nada más.

Hay mucha gente muy agradable aquí, algunos que te hablan y otros a los que les hablas tú, unos trabajan en París, otros en los Estados Unidos o Londres o Barcelona, algunos estudian, otros enseñan, otros hacen películas o publicidad o cortos de cine o fotos polaroid; sólo tienen una cosa en común -que no es poco- y es que son gente que cree que no todos los mundos están en éste. Ya sea un dibujo o una bola de plastilina o un complejo de puntos tridimensionales en una computadora, sus mentes viajan de forma incansable. Al primer descuido se trasladan lejos del supermercado o la acera o la cola del notario. No pueden evitarlo, está en la naturaleza de cada uno.

Como la de un gato.

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