jueves, 30 de junio de 2016

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Se supone que la cueva Vjetrenica tiene la mayor diversidad de fauna subterránea del planeta pero no vimos ni una araña; tampoco es que nos adentrásemos mucho, solo unos quinientos metros (la cueva entera tiene siete kilómetros). Fuimos con más gente y al escucharles iban hablando de las minas de Moria e internamente estuve en total desacuerdo, en la obra de Tolkien los enanos se nos muestran como prolijos constructores y excavadores de profundidades absurdas que habrían de estar adornadas por miles de columnas, arcos, bóvedas y poblada por decenas de miles de escaleras de piedra y contrafuertes y sillares y todo ese tipo de parafernalia enanil. Vjetrenica evocaba más, sin la menor duda, a Julio Verne. Bien podía entenderse como la cueva en la que se fabrican la casa en La isla misteriosa (hasta que el capitán Nemo se desvela) o las mismísimas cavidades islandesas de Viaje al centro de la tierra. Eché en falta algún abismo aquí o una sima allá que apoyaran esa fantasía, pero me pareció la más plausible. Entre ensoñación y ensoñación Cecilia se golpeó la cocorota contra un techo traicionero y el casco amarillo hizo su trabajo y la mantuvo sana y salva (quizás el orgullo herido).

Tras las cuevas fuimos al pueblo de Ston, en Croacia, y ya no sé cuántas veces cruzamos la frontera. Está situado en el istmo de la larguísima península de Pelješac es decir, en la parte más estrecha. En la Edad Media pertenecía a la República de Ragusa (que se dice Dubrovnik en eslavo, y significa "bosque de robles") que existió desde el siglo XIV al año 1808 (Napoleón puso fin al cuento) zafando durante cuatro siglos a los otomanos a cambio de un impuesto anual. El lema de la gente de aquí era (en latín) "Non bene pro toto libertas venditur auro", lo que significa algo así como que la libertad no se vende ni por todo el oro del mundo. Me encantó pensar que unos gañanes medievales ya pensaran eso y mi carnet de conducir ponga a un lado: Reino de España.

Bueno, la gente de Ragusa (entre la que había muchos judíos sefardíes expulsados de Castilla y Aragón) construyó una muralla espectacular de varios kilómetros y subiendo y bajando por la montaña para defender la mencionada península. A cada extremo del muro, un castillo junto al mar. Fue ver esto y mi corazón se desbocó y ya no digamos cuando nos informaron educadamente que estaba cerrado.

Esa noche soñé con esa gran muralla de Ston. También recordé a mi padre cuando el otro día comíamos en familia (algo muy infrecuente) y por eso de interesarse por mis viajes me preguntó:

-Oye Ramón ¿es muy larga esa muralla china?
-Claro papá.
-Ah.

No estamos muy acostumbrados a hablar el uno con el otro y no sabemos qué decirnos, no es que nos volviésemos idiotas de repente.

Volvimos a Ston la mañana siguiente en un coche alquilado acompañados por un señor alemán que conocimos en Neum (es cineasta y resulta que ganó un Oscar hace años). Con todo el tiempo del mundo subimos felizmente los muros disfrutando cada talud y cada escalinata demencial que sin duda tenía bien sanos a los soldados de Ragusa, y todo eso bajo un sol de justicia que convirtió la brisa marina en una experiencia casi mística.

(una interrupción, escribo esto mientras Cecilia duerme plácidamente; son las siete de la mañana y en la iglesia local tocan las campanas como si ardiese la puta ciudad pero su sueño ni se inmuta... tampoco se ha enterado que las madres balcánicas que limpian las habitaciones del hotel siempre intentan entrar a las siete y cuarto y sólo las detiene el hecho fortuito de haber olvidado la llave en la puerta).

Yo no sé cuántas horas estuvimos correteando por las murallas de Ston pero fueron muchas. Luego bajamos a tomarnos una sopa de cangrejo a la ciudad y mojarnos los pies y perdernos por las callejuelas en sombra (no todo en ese orden) así que encontramos un restaurante y al sentarnos vi que tenían un piano. Les pedí permiso y estuve tocando un rato y fue bonito que el cocinero (visiblemente agradado) me trajo invitada una copa de vino afrutado como regalo por la música. Más tarde y en secreto Thomas y Cecilia dieron buena cuenta del presente pues yo tenía que conducir.

Comimos pues mirando al mar al lado de una torre medieval que tenía una grieta de arriba abajo y me pregunté qué coño había pasado. Luego me enteré que en el año 1667 un terremoto muy fuerte sacudió la zona y mató a casi la mitad de la población (hasta ese momento no eran eslavos, fue la repoblación tras la desgracia la que cambió Ragusa por Dubrovnik) y el rector de la ciudad y casi toda la nobleza murió en el palacio cuando éste se derrumbó. Borrón y cuenta nueva. Lo que necesitan mucho países es un buen terremoto entre ellos el Reino de España.

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