viernes, 24 de junio de 2016

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En el vuelo a Barcelona una mujer llora en primera fila; la impresión es de muerte o desgracia extrema.
Intento pensar en algo más alegre y entonces recuerdo la cena de ayer; hablamos de las galaxias, de vida extraterrestre, de teorías de percepción, del valor del tiempo, del uso energético cerebral, de videojuegos, de Marx, los topos que acosan a Fer, el neolítico y la numismática romana (aparte del uso de la cebolla en la tortilla). Casi se podría deducir que estamos locos de remate.

Le mandé una foto de todos a Cecilia y al hacerla sentí pena, como en las máquinas de la felicidad de Ray Bradbury en su libro El vino del estío: un vecino inventa un cacharro en el que entras y eres feliz pero luego todo el mundo sale llorando (como la pobre mujer) porque añora lo que tenía dentro. Pienso a menudo en esta idea cuando estoy con Cecilia o con mi hermano o con mis amigos, cuanto más especiales son más me jode que esta vida dure ochenta, noventa, cien años.

Maldito Ray Badbury, yo sí que estaba feliz antes de leerte desgraciado.

(Buen San Xoan)

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