domingo, 26 de junio de 2016

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Hoy fuimos de nuevo junto al mar hasta el fin del pueblo y tuvimos la precaución de no seguir. Leí no sé donde que aún hay que tener precaución por las minas antipersonales de tiempos de la guerra que son muy infrecuentes pero haberlas hailas.

Al regresar por fin nos alcanzó la tormenta que llevaba desde ayer en el horizonte y nos reímos un poco de los bosnios en bañador correteando arriba y abajo como si el agua de lluvia mojase más que la del mar. En cualquier tejadillo podías ver refugiados a uno o dos niños con aletas y gafas de buceo mirando al cielo desamparados. Nos fuimos a nadar porque no hay nada más bonito que la lluvia sobre la costa y estuve haciendo fotos de goterones y granizo y nubes negras y doradas.

Sonaron las campanas de una iglesia y recordamos que era domingo. Cecilia y yo siempre discutimos si el lunes es el primer día de la semana y no hay tregua que medie entre los dos en ese tema y otros donde hemos encontrado divergencias educacionales (tampoco nos ponemos de acuerdo en el número de continentes o en la temperatura ideal del agua de ducha, por poner dos ejemplos). Tampoco hay consenso total en lo que es una mina.

Mañana estaremos en Mostar, una de las ciudades más castigadas durante la guerra. Aún no sabemos si el tema es tabú, creo que no. Queremos ver el puente otomano que desde 1566 unió este y oeste. Cuando en 1992 (mientras en España celebrábamos tranquilamente las Olimpiadas y la Expo, parece que fue ayer) la ciudad fue atacada por tropas de Serbia y Montenegro contra bosnios y croatas. Estos últimos eran aliados de los musulmanes (a su vez leales a los bosnios) hasta que dejaron de serlo y murió mucha gente de todos los bandos. En 1993 el puente voló por los aires y con él la mitad de la ciudad. En 2004 fue reconstruido.

Ahora nos vamos a cenar algo raro.

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