jueves, 30 de junio de 2016

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Se supone que la cueva Vjetrenica tiene la mayor diversidad de fauna subterránea del planeta pero no vimos ni una araña; tampoco es que nos adentrásemos mucho, solo unos quinientos metros (la cueva entera tiene siete kilómetros). Fuimos con más gente y al escucharles iban hablando de las minas de Moria e internamente estuve en total desacuerdo, en la obra de Tolkien los enanos se nos muestran como prolijos constructores y excavadores de profundidades absurdas que habrían de estar adornadas por miles de columnas, arcos, bóvedas y poblada por decenas de miles de escaleras de piedra y contrafuertes y sillares y todo ese tipo de parafernalia enanil. Vjetrenica evocaba más, sin la menor duda, a Julio Verne. Bien podía entenderse como la cueva en la que se fabrican la casa en La isla misteriosa (hasta que el capitán Nemo se desvela) o las mismísimas cavidades islandesas de Viaje al centro de la tierra. Eché en falta algún abismo aquí o una sima allá que apoyaran esa fantasía, pero me pareció la más plausible. Entre ensoñación y ensoñación Cecilia se golpeó la cocorota contra un techo traicionero y el casco amarillo hizo su trabajo y la mantuvo sana y salva (quizás el orgullo herido).

Tras las cuevas fuimos al pueblo de Ston, en Croacia, y ya no sé cuántas veces cruzamos la frontera. Está situado en el istmo de la larguísima península de Pelješac es decir, en la parte más estrecha. En la Edad Media pertenecía a la República de Ragusa (que se dice Dubrovnik en eslavo, y significa "bosque de robles") que existió desde el siglo XIV al año 1808 (Napoleón puso fin al cuento) zafando durante cuatro siglos a los otomanos a cambio de un impuesto anual. El lema de la gente de aquí era (en latín) "Non bene pro toto libertas venditur auro", lo que significa algo así como que la libertad no se vende ni por todo el oro del mundo. Me encantó pensar que unos gañanes medievales ya pensaran eso y mi carnet de conducir ponga a un lado: Reino de España.

Bueno, la gente de Ragusa (entre la que había muchos judíos sefardíes expulsados de Castilla y Aragón) construyó una muralla espectacular de varios kilómetros y subiendo y bajando por la montaña para defender la mencionada península. A cada extremo del muro, un castillo junto al mar. Fue ver esto y mi corazón se desbocó y ya no digamos cuando nos informaron educadamente que estaba cerrado.

Esa noche soñé con esa gran muralla de Ston. También recordé a mi padre cuando el otro día comíamos en familia (algo muy infrecuente) y por eso de interesarse por mis viajes me preguntó:

-Oye Ramón ¿es muy larga esa muralla china?
-Claro papá.
-Ah.

No estamos muy acostumbrados a hablar el uno con el otro y no sabemos qué decirnos, no es que nos volviésemos idiotas de repente.

Volvimos a Ston la mañana siguiente en un coche alquilado acompañados por un señor alemán que conocimos en Neum (es cineasta y resulta que ganó un Oscar hace años). Con todo el tiempo del mundo subimos felizmente los muros disfrutando cada talud y cada escalinata demencial que sin duda tenía bien sanos a los soldados de Ragusa, y todo eso bajo un sol de justicia que convirtió la brisa marina en una experiencia casi mística.

(una interrupción, escribo esto mientras Cecilia duerme plácidamente; son las siete de la mañana y en la iglesia local tocan las campanas como si ardiese la puta ciudad pero su sueño ni se inmuta... tampoco se ha enterado que las madres balcánicas que limpian las habitaciones del hotel siempre intentan entrar a las siete y cuarto y sólo las detiene el hecho fortuito de haber olvidado la llave en la puerta).

Yo no sé cuántas horas estuvimos correteando por las murallas de Ston pero fueron muchas. Luego bajamos a tomarnos una sopa de cangrejo a la ciudad y mojarnos los pies y perdernos por las callejuelas en sombra (no todo en ese orden) así que encontramos un restaurante y al sentarnos vi que tenían un piano. Les pedí permiso y estuve tocando un rato y fue bonito que el cocinero (visiblemente agradado) me trajo invitada una copa de vino afrutado como regalo por la música. Más tarde y en secreto Thomas y Cecilia dieron buena cuenta del presente pues yo tenía que conducir.

Comimos pues mirando al mar al lado de una torre medieval que tenía una grieta de arriba abajo y me pregunté qué coño había pasado. Luego me enteré que en el año 1667 un terremoto muy fuerte sacudió la zona y mató a casi la mitad de la población (hasta ese momento no eran eslavos, fue la repoblación tras la desgracia la que cambió Ragusa por Dubrovnik) y el rector de la ciudad y casi toda la nobleza murió en el palacio cuando éste se derrumbó. Borrón y cuenta nueva. Lo que necesitan mucho países es un buen terremoto entre ellos el Reino de España.

miércoles, 29 de junio de 2016

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Llegar a Mostar no resultó tan sencillo como esperábamos, no sabíamos que el bus va serpenteando entre Croacia y Bosnia y hay un par de puestos fronterizos. Cometimos el error de no llevar los pasaportes y a base de sonrisas pasamos la primera frontera pero en la segunda nos dijeron nanai. Dimos la vuelta y punto. Habíamos hecho el pardillo pero a fin de cuentas los incidentes son parte natural de los viajes y sin ellos todo sería una sucesión de visitas y logros para olvidar, tendemos a recordar lo que no fue fácil, las vicisitudes y entuertos.

Obviamente al segundo intento lo logramos; conseguimos un conductor croata y pasaporte en mano todo fue como la seda. Al llegar a Mostar nos dijo que allí sólo había un puente y nada más pero sólo tienes que abrir la puerta del coche para entender lo subjetiva que es la percepción: el centro de la ciudad es alucinante (uno ha de evitar los clásicos anzuelos para turistas, cómo no) y está salpicado de callejuelas medievales, torres, el río que discurre por un cañón horadado en la piedra, iglesias en un lado, mezquitas en otro y bueno, el famoso puente que al final es lo menos interesante. Antes de que fuese hora de rezar para los musulmanes buscamos una mezquita junto al río y subimos al minarete por la espiral de escaleras y no sé a ustedes pero a mi esas cosas me transportan a mundos que ya no existen. Arriba la brisa añadía gracia al paisaje medieval y fuimos felices por un largo rato.

Sin embargo una mirada un poco más atenta nos quitó tanta felicidad y puso el off al modo cuento de hadas. Muchas casas no eran viejas sino ruinas bombardeadas, restos de la guerra, muros ametrallados y tejados aún cedidos a tiro limpio. Bajamos a la calle y la realidad es que hay cicatrices por todos lados, encontramos un cementerio donde todas las tumbas eran de 1994. Pensé en ese momento en toda esa gente en el mundo a la que le gusta lo bélico y le maravillan aviones y submarinos con misiles tácticos nucleares por lo bien que suena, táctico, táctico. Tendrían que darse un paseo por aquellas tumbas.

Seguimos de ruina en ruina mientras los imanes llamaban al rezo y siempre impresiona un poco. Volvimos al puente medieval y vimos que los turistas pagan a señores para que se tiren al río y como todas estas cosas me pareció un poco mal (serán 30 metros de caída, se juegan la espalda por 7€). El mundo no cambia.

De regreso supimos que el conductor tenía 10 años cuando tuvo que huir como refugiado por culpa de la guerra. Dijo que ahora todo es más normal porque el tiempo lo cura todo (salvo si te rompes las piernas contra el agua del río por lanzarte desde muy alto).

Se puso el sol en la Dalmacia. Al lado de la carretera había gente vendiendo verdura y miel.

domingo, 26 de junio de 2016

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Un señor me contó que Neum (la ciudad en la que estamos) significa "no mente" (ne-um), es decir: sinsentido. ¿Qué clase de nombre es ese? Compite claramente con un lugar de Chile que encontré una vez en una de mis exploraciones exhaustivas: la bahía inútil. Está al sur, la llamaron así porque no vale para nada. 

Ayer amaneció con unos truenos fortísimos y cielo azul. Deduje que la tormenta estaba lejos y que el mar y la garganta formada por la docena de islas nos traían el sonido amplificado y mi sentido gallego me hizo pensar que en realidad los relámpagos y la lluvia jamás los veríamos. Así fue.

En este hotel soviético te cambian las sábanas a las siete de la mañana, salí en vano a decirles que no lo hicieran (Cecilia y yo competimos para ver quién es más desordenado y no es plan, pero estas dos madres balcánicas decidieron por nosotros y asaltaron el cuarto toallas en mano pese a mis ruegos). Hoy Ceci está mirando en el traductor de google cómo decirles que nos dejen en paz, por dios.

Durante el día exploramos lo que pudimos, nos bañamos repetidas veces, comimos marisco, vimos unos bailes tradicionales (que se parecen sorprendentemente a los de Galicia incluso en pequeños detalles) y acabamos hablando con una ministra del país y la embajadora de Estados Unidos en Bosnia-Herzegovina. El surrealismo, al igual que los truenos, se desplaza por el mar y nos envuelve hora tras hora.

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Hoy fuimos de nuevo junto al mar hasta el fin del pueblo y tuvimos la precaución de no seguir. Leí no sé donde que aún hay que tener precaución por las minas antipersonales de tiempos de la guerra que son muy infrecuentes pero haberlas hailas.

Al regresar por fin nos alcanzó la tormenta que llevaba desde ayer en el horizonte y nos reímos un poco de los bosnios en bañador correteando arriba y abajo como si el agua de lluvia mojase más que la del mar. En cualquier tejadillo podías ver refugiados a uno o dos niños con aletas y gafas de buceo mirando al cielo desamparados. Nos fuimos a nadar porque no hay nada más bonito que la lluvia sobre la costa y estuve haciendo fotos de goterones y granizo y nubes negras y doradas.

Sonaron las campanas de una iglesia y recordamos que era domingo. Cecilia y yo siempre discutimos si el lunes es el primer día de la semana y no hay tregua que medie entre los dos en ese tema y otros donde hemos encontrado divergencias educacionales (tampoco nos ponemos de acuerdo en el número de continentes o en la temperatura ideal del agua de ducha, por poner dos ejemplos). Tampoco hay consenso total en lo que es una mina.

Mañana estaremos en Mostar, una de las ciudades más castigadas durante la guerra. Aún no sabemos si el tema es tabú, creo que no. Queremos ver el puente otomano que desde 1566 unió este y oeste. Cuando en 1992 (mientras en España celebrábamos tranquilamente las Olimpiadas y la Expo, parece que fue ayer) la ciudad fue atacada por tropas de Serbia y Montenegro contra bosnios y croatas. Estos últimos eran aliados de los musulmanes (a su vez leales a los bosnios) hasta que dejaron de serlo y murió mucha gente de todos los bandos. En 1993 el puente voló por los aires y con él la mitad de la ciudad. En 2004 fue reconstruido.

Ahora nos vamos a cenar algo raro.

sábado, 25 de junio de 2016

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Desde el cielo mirando el Adriático no puedo evitar pensar en La isla al mediodía, el relato de Cortázar. Si usted no lo ha leído le recomiendo que tire el teléfono al aire y corra como un desquiciado a la librería más cercana, entre gritando con los billetes ya en mano para apremiar al pobre librero (o librera) en la obligada actividad de buscarle un ejemplar y vendérselo; no espere ni a salir del establecimiento, léalo aunque sea a trompicones, entonces estaremos de acuerdo en cierta contradicción maravillosa que consiste en que cuando uno lee su mente se va lejos de viaje y sin embargo muchas veces viajando la misma mente se va al libro (como hoy al ver islas lejanas y brillos de mar).

Al aterrizar en Croacia nos esperaba un chico para llevarnos a Bosnia-Herzegovina. Estos son países pequeños y dan la falsa impresión de ser fáciles de atravesar, sin ir más lejos Bosnia es del tamaño de Aragón pero las carreteras (como comprobamos) son una delicia de curvas, barrancos, paisajes y ciudades junto al mar encaramadas a acantilados de libro (de nuevo evocamos).

Llegamos a Neum y nos esperaba un hotel surreal de época soviética con líneas rectas y ángulos bien marcados. Ya sólo el recibidor era un compendio de diseño del este totalmente trasnochado y encantador, casi demencial. En el mostrador una señora requisó nuestros pasaportes (a cambio nos dio la llave de la 534) y en el bar un camarero desgarbado fumaba con calma de funcionario.

Desde eso pasaron tres horas; ya nos bañamos, buceamos, nos duchamos, exploramos la mitad del pueblo, hicimos fotos, bebimos café, encontramos un banco y regresamos. No entendemos una sola palabra de nada pero no importa. La cena nos espera.

(hablando de contradicciones, reconozcan que suelen hablar de otras comidas mientras comen)

viernes, 24 de junio de 2016

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No sabía que los catalanes celebran el San Xoan con petardos y bombas pero me quedó bastante claro, aún a las cuatro o cinco se escuchaba alguna explosión ocasional entre las calles desordenadas del Raval.

Salimos de casa a las seis y algo, al amanecer. Al abrir la puerta de la calle creí ver a una niña con otras dos personas, lejos. Sin embargo cuando caminamos con las mochilas en esa dirección resultó que la niña no era tal sino una prostituta bastante envejecida; iban con un señor gigante que ni nos miró. Me impresionó el contraste.

Encontramos un taxi y mientras nos llevaba al aeropuerto pudimos ver lo magnífica que es la ciudad. Recordé entonces a mi escritor favorito, Jaime Gil de Biedma, y su poema "Barcelona ja no es bona". El bueno de Jaime era abogado y trabajaba para Tabacalera en Filipinas (de donde son muchas cosas que los españoles no sospechamos como por ejemplo la cerveza San Miguel). Se follaba a todo lo que se movía y escribía como dios. De vuelta a España trató de ingresar en el Partido Comunista pero lo rechazaron por ser homosexual. Creo que murió en los años ochenta, de sida (uno de los primeros). Hace poco me enteré que era tío abuelo de Esperanza Aguirre, o algo así, lo cual de ser verdad tiene cierta ironía.

Hace años le comenté a una amiga que me gustaba Biedma y asumió que yo era gay. Es como si tuvieses que ser mujer para que te guste Virginia Wolf o haber nacido en Brooklyn para poder leer "Hojas de hierba". Me lo dijo un día y me reí de ella (no le hizo gracia).

Ahora comemos nueces catalanas y alfajores de maicena en la puerta de embarque a Dubrovnik. En un rato despegamos, adiós San Xoan, putas, Raval, Biedma, Barcelona, Reino Unido.

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En el vuelo a Barcelona una mujer llora en primera fila; la impresión es de muerte o desgracia extrema.
Intento pensar en algo más alegre y entonces recuerdo la cena de ayer; hablamos de las galaxias, de vida extraterrestre, de teorías de percepción, del valor del tiempo, del uso energético cerebral, de videojuegos, de Marx, los topos que acosan a Fer, el neolítico y la numismática romana (aparte del uso de la cebolla en la tortilla). Casi se podría deducir que estamos locos de remate.

Le mandé una foto de todos a Cecilia y al hacerla sentí pena, como en las máquinas de la felicidad de Ray Bradbury en su libro El vino del estío: un vecino inventa un cacharro en el que entras y eres feliz pero luego todo el mundo sale llorando (como la pobre mujer) porque añora lo que tenía dentro. Pienso a menudo en esta idea cuando estoy con Cecilia o con mi hermano o con mis amigos, cuanto más especiales son más me jode que esta vida dure ochenta, noventa, cien años.

Maldito Ray Badbury, yo sí que estaba feliz antes de leerte desgraciado.

(Buen San Xoan)

miércoles, 22 de junio de 2016

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Se supone que tendría que escribir algo sobre Santiago o el reencontrarme con todos mis amigos pero uno ya puede imaginarse lo que es obvio: que me ha encantado verlos y me ha dado alegría y pena a la vez. Algunos son tan gallegos que no pueden evitar (en el reencuentro) fijarse si en el sitio se come bien o mal, pero los quiero y todos felices.

Acostumbrado a Manhattan la ciudad de repente es más pequeña y más baja y más corta pero también es más bonita. Lo pienso de veras; quizás no tenga los puentes de Queensborough o Brooklyn ni el Flatiron o Chrysler pero a cambio hay soportales, calles de piedra y un aire cotidiano de feliz tranquilidad. Y luego está la tortilla.

domingo, 19 de junio de 2016

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Es la primera vez que me toca un sitio 13 en el avión y me alegra porque en algunas compañías se saltan el número para alivio de los supersticiosos que hacen de este mundo un desastre, toca madera, bragas rojas, magia simpática, Jesús, crucemos los dedos, espejos rotos y nada de pasar bajo una escalera o el puto feng sui y la dichosa esquina noreste. Basta ya.

A mi lado van sentados un señor y una señora, hablamos los tres en gallego y creo que hace seis o siete años que no tengo una conversación normal como ésta (aunque hay un instante en el que casi contesto en inglés). Hablamos de lo que nos cuesta el alquiler, el seguro médico, de la clínica del hijo de la señora, la emigración, el chocolate suizo y el tema se acaba cuando el hombre dice que su hijo murió hace poco; no preguntamos detalles.

Al cruzar los Pirineos los veo desde arriba, están preciosos, y justo en ese momento Cecilia ha de estar subiendo a un tren a París, nos encontraremos al final de la semana en Barcelona.

Por cierto ayer no ganamos nada en el festival; tampoco fue un drama porque ya el estar seleccionados fue un premio. Nada de caras largas.

Voy a dormir un rato antes de aterrizar en Galicia. Mi hermano estará en el aeropuerto. Recuerdo perfectamente el día que nació, entré en el cuarto en el que estaba mi madre con él en brazos y allí estaba pequeñísimo, se podía ver a través de sus deditos traslúcidos. Ahora es más alto que yo y conducirá hasta casa. La vida es un viaje.

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Esta mañana nos subimos al bus número dos y el conductor nos preguntó si estábamos en la ciudad por el festival y resultó que había sido modelador de videojuegos en 2003 y lo había dejado porque se moría de hambre, hasta nos enseñó alguna imagen en su teléfono y puedo decir honestamente (él jamás leerá esto) que estaban bastante bien y más para esa época prehistórica.

Nos fuimos atrás en el bus y tras sentarnos Cecilia me pasó una bolsa de caramelos. Vi a mi lado a una señora vieja con cara de fastidio de esas permanentes, un rictus facial de molestia absoluta y no se me ocurrió otra cosa que ofrecerle un caramelo. La bruja octogenaria transmutó de repente al sonreír y darme las gracias de forma amable, incluso adiviné que había sido guapa tiempo atrás. Me quedé contento.

Tras algunas gestiones en la estación de tren comimos en la zona vieja (no hablo mucho de la comida para no generar envidias pero todo está perfecto) y luego atendimos a la última proyección antes del cierre. Al salir vimos un pajarito desvalido que apenas se podía mover y nos dio tanta pena que Cecilia lo trasladó a unos arbustos. Al irnos me quedé pensando en el Universo y la casualidad y el pobre pájaro que es casi lo mismo que nosotros con una desviación evolutiva del cero coma mil por ciento desde el caldo primigenio y los organismos/bicho de los que salimos todos, incluso Trump.

Ahora estoy sentado a solas en un cine lleno de gente; como ella es directora se sienta en la zona reservada (no sea que gane); es la ceremonia de clausura y veremos qué pasa. Cierro los ojos y pienso en el conductor de autobús, en la vieja de los caramelos, en el gorrión perdido y en el corto de Cecilia y de repente recuerdo que no todo en la vida está conectado, que existe la coincidencia, el puro azar y la justicia es un invento humano igual que la bombilla o el abrelatas. Lo que quiero decir es que no tengo ni puta idea de lo que pasará en un rato y dicho eso me apagan la luz.

sábado, 18 de junio de 2016

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Hoy se acaba el Festival de Animación de Annecy y aún no sabemos si Cecilia ha ganado o no, imagino que lo dirán a bocajarro en la ceremonia de clausura y listo.

Ayer nos invitaron a cenar en un sitio de estos de lujo donde los platos parecen un Miró y tienen nombres más largos que el mío (que ya es decir) y luego una orquesta de camareros ponen todos los platos a la vez como una coreografía culinaria que a la gente le maravilla; a mi no, yo soy de tupperware y las florituras me parece que sobran pero me permití pasarlo bien aunque aquello pareciese una película de Win Wenders.

Disney-Pixar daba una fiesta y estábamos invitados. Era un pabellón grande junto al Hotel Palace con música altísima y copas gratis. Yo no sé si es que llevo un anarquista escondido en algún sitio pero estos eventos de postín me dan igual y tengo que contenerme para no microsabotearlos causando el caos difundiendo rumores falsos y noticias inciertas sobre la primera estupidez que se me ocurra. Ayer alguien se me había adelantado atascando los baños y para trescientas personas con barra libre había disponible un sólo servicio con un único retrete. Lo pasé genial en miserable procesión viendo las caras de todos aquellos genios obligados al mundano acto de hacer cola para mear y mi risita me delató más de una vez pero es que las caras de disgusto, de asco, de descoloque y urgencia eran dignas de un Norman Rockwel y sólo lamenté mi cobardía fotográfica (estábamos demasiado cerca y no había apenas luz). Eso sí, le saqué una foto al famoso retrete de cuya existencia dependía totalmente la salubridad de aquellos jardines tan ilustres.

Duramos muy poco en la fiesta así que nos fuimos a ver más proyecciones, ya caída la noche. De camino a los cines brillaba el lago azul oscuro con un claro de luna casi llena y estaba precioso de forma que pensé que la fiesta de Disney-Pixar sería más especial si apagasen la música y las luces, retirasen los toldos y dejasen a la gente ver el cielo en silencio con la silueta de las montañas nevadas y las nubes dramáticas de marco inigualable. Tal inspiración sería pareja a la sentida por Beethoven o Debussy o Guy de Maupassant o el cineasta argentino Amadori o la revista franquista española para mujeres que se llamaba Claro de Luna.

Sumidos en estas divagaciones llegamos Cecilia y yo a la sala grande que estaba llenísima. La gente tiraba avioncitos de papel a la pantalla para amenizar la espera y he de admitir que hice uno y lleno de confianza lo lancé al vuelo pero ciertos errores de aviónica papiroflexia propiciaron un fortuito y catastrófico fracaso que pasó casi desapercibido en la sala. Luego se apagaron las luces y empezó el cine.

viernes, 17 de junio de 2016

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Lo que quería contar en realidad (he borrado lo anterior) es que mientras Cecilia estaba en el baño me detuve un instante a mirar por la ventana y fue entonces cuando vi al gato pasar como una centella por el jardín y desaparecer tras un seto. Al poco regresó y llevaba en la boca un gorrión, se adivinaba un resto de ala inerte. Me alegré al ver que no me impresionaba pues es algo natural que un gato se dedique a la caza (al igual que un pájaro a la huida) y no es bueno o malo.

Anécdotas aparte el festival sigue su curso con parsimonia. Asistimos a proyecciones, aplaudimos, lloramos, sufrimos, lanzamos avioncitos de avión y tomamos bocadillos de queso que creo que ya sé pedir en francés. A veces sale el sol y vamos en bicicleta a orillas del lago con las montañas de fondo y la brisa de frente y somos felices sin aspirar a nada más.

Hay mucha gente muy agradable aquí, algunos que te hablan y otros a los que les hablas tú, unos trabajan en París, otros en los Estados Unidos o Londres o Barcelona, algunos estudian, otros enseñan, otros hacen películas o publicidad o cortos de cine o fotos polaroid; sólo tienen una cosa en común -que no es poco- y es que son gente que cree que no todos los mundos están en éste. Ya sea un dibujo o una bola de plastilina o un complejo de puntos tridimensionales en una computadora, sus mentes viajan de forma incansable. Al primer descuido se trasladan lejos del supermercado o la acera o la cola del notario. No pueden evitarlo, está en la naturaleza de cada uno.

Como la de un gato.

miércoles, 15 de junio de 2016

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Cecilia se despertó con un gato en la cara y saltó asustada. Luego resultó que era el micho de la dueña de la casa que alquilamos que se había colado en la habitación. Qué sabrá el animal de alergias y extraños...
Para compensar el evento robamos un paraguas que salvó la mojadura pero como la ley de Murphy es religiosa -casi como una zarza en llamas- al rato salió el sol y nada, a cargar con el puto paraguas todo el santo día.

Tras ver unos cortos de animación del festival fuimos semitimados en una cafetería (nos cobraron el doble) y callejeamos por la zona vieja que por cierto tiene cierto aire a Santiago (y por tanto me gusta). Eso si, las casonas son más altas, los tejados más apuntados y las ventanas más desordenadas, como en un dibujo mal/bien hecho. Unas pocas cuestas y llegamos al castillo... y bueno, cualquiera que me conozca sabe que no hay nada que me guste más y el de Annecy es muy bonito, tiene varias torres, murallas, grandes salones con chimeneas gigantes, retretes medievales y hasta un torreón donde había una reina prisionera (porque se enfadaba con el marido cada vez que éste le era infiel y el gañán se hartó de discutir y la encerró).

Comimos bocadillos de queso fundido a orillas del lago transparente (no es broma, es el más limpio de Europa y se ve hasta el fondo, impresionante) y le tiramos migajas a los pajarillos curiosos. Luego estuvimos buscando una barbería y por tres euros me afeitó un señor muy amable y de paso me enteré que algunos sitios únicamente lo hacen en domingo (el resto de la semana sólo cortan el pelo). Creo que están locos estos franceses...

También es interesante cómo cambian las distancias cuando empiezas a conocer un sitio. Ayer la ciudad me parecía grande y hoy al pasar por segunda vez por algunos sitios de repente habían encogido y todo está al lado. Me pregunto qué pensaré el sábado... a este ritmo va a implosionar con nosotros dentro.

A Cecilia la invitaron a una recepción de directores (a mí no, claro) y me senté un rato a escribir esta nota y bostezar a gusto. Entre párrafo y párrafo tuve microsueños (o microsiestas) de un segundo o dos: en uno vi un muro rojo con alguien en lo alto (muro rouge o como se diga en francés), en otro una isla a mediodía (como Cortázar) y luego una araña azul daba saltos (alegre). Freud, ayuda.

Necesito un café, a ello voy.

(Disculpen incoherencias y obviedades)

martes, 14 de junio de 2016

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6:01 el jet lag me abre los ojos estilo lemur.
7:14 me entretengo mirando las fotos de Yosemite que me ha mandado Alfonso.
8:05 Cecilia se despierta y pide cinco minutos de gracia.
8:11 ya pasaron.
9:06 salimos de casa y se pone a llover, bendita primavera francesa.
9:44 nos personamos en el festival de animación para obtener las credenciales.
10:33 nos metemos por error en la proyección equivocada, una película de zombies coreana (y por eso imagino que al final mueren todos). Resulta que la historia está bien aunque en efecto al final...
11:59 Cecilia se va a una comida nosedonde.
12:00 me como un bocadillo de verdura con queso que está celestial (tengo que hacer un esfuerzo para no repetir). Café.
12:32 otro café.
13:06 con el cuento del desfase horario me tomo un tercer café, no puedo creer lo bueno que está.
13:55 vamos a ver unos cortos de animación.
15:55 entramos a ver otra película que resulta que está en francés sin subtítulos, furor total.
18:16 por fin me entero que ganamos a los checos en el fútbol.
20:35 vemos la Tortuga Roja
...paren el tiempo. Esta película es simplemente maravillosa con su náufrago, bosques de bambú, mares del sur, viento, nubes, cangrejos y sobre todo tortugas.
(No se la pierdan)
23:02 pasaron el corto de Cecilia en la sala gigante, gran aplauso y alegría al ver el nombre de muchos amigos en los créditos.
23:27 nos metemos en una fiesta: comida y bebida gratis. Me siento como un bucanero pero lo cierto es que estábamos invitados y eso mata el romanticismo se mire por donde se mire.
2:10 escribo esta nota y algo me dice que debería dormir; mañana hablaré de la ciudad medieval, del lago, de los soportales y de cómo puede ser que los franceses descansen en fin de semana y cierre todo los lunes.
2:19 maldito café, no pego ojo.

lunes, 13 de junio de 2016

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¡Menuda sorpresa cuando vi la fachada de St. Pierre y resultó neoclásica en vez de gótica!

(nota mental: nada es perfecto)

Superado el fastidio entré y lo cierto es que la catedral por dentro es espectacular y más si uno sube a las torres y techos a los que se accede por estrechas escalinatas espirales con arcos apuntados que conducen a un pequeño laberinto de campanarios, balconadas medievales y bajotechos que te trasladan a épocas preindustriales donde más de un monaguillo se tuvo que joder a todas horas para ir y dar el campanazo ya sin aliento.

Salí maravillado y no sabía que aún me esperaba lo mejor: el yacimiento arqueológico bajo la catedral que fué construida encima de otras tres basílicas anteriores. Allí abajo tuve un ejemplo de la forma de ser local cuando le pregunté al que vende las entradas (en inglés):

-¿Habla usted inglés?
- A veces.

Al salir de ahí estuve haciendo fotos y se puso a llover de modo que entré a comer algo en una tasca (un crépe de espinacas). No acabo de decidir qué prefiero: que todo esté abierto en domingo, como en Nueva York, o este asunto europeo de que todo cierre (y la gente descanse).

Dejó de llover y volví al lago que estaba lleno de cisnes y patos. Mientras hacía fotos un grupo de chinos se sentó cerca y me di cuenta de que los entendía, hablaban un inglés muy raro pero inglés. Descubrí horrorizado que estaban discutiendo si estaba más rico el cisne o el pato, una argumentaba que el cisne tenía más carne y un chico le contestaba que el pato era más jugoso. Mientras hablaban esto se hacían selfies con el palito y los pobres animales salían de fondo. Ya sé que los humanos comemos carne a veces pero me parece un poco demasiado mirar al agua y en vez de aves bajo el sol ver patos laqueados, cisnes al horno y sushi sumergido...

Al rato me personé en la estación de ferrocarril donde una pareja de borrachos discutía y un tipo me preguntó si era musulmán (le dije que no en árabe, no me pude contener). Tren y aeropuerto donde al cabo de un rato llegó Cecilia tan guapa y alegre como siempre.

Nos fuimos juntos a Francia (donde estamos ahora)

domingo, 12 de junio de 2016

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Ya no sé cuántas horas hace que no duermo pero fue de esta guisa que me subí al tren del aeropuerto a Ginebra y se me pasó la estación literalmente por tres pueblos; vino el revisor y me preguntó dónde iba y cuando se destapó el pastel fue amable pero un subgesto de desesperación le delató: me tuvo por tonto.

Regresé a la inversa y esta vez sí.

Quizás es que llevo mucho tiempo en los Estados Unidos pero la primera impresión de la ciudad fue fantástica con sus casas viejas y el lago y cierto saborcillo a decadente calma chicha y las iglesias medievales y las calles retorcidas con escaleras y voladizos y árboles que rompen el suelo con sus raíces de dos siglos. Luego cuando uno se fija un poco es cierto que el retrogusto no es tan bueno porque por donde yo pasé (también pudo ser mala suerte) estaba abarrotada de boutiques caras, restaurantes pijísimos, hoteles de muchas estrellas y yates privados con salón de té... y la gente que frecuenta esos sitios, claro.

Busqué mi casa que resultó estar en la Place de Bourg-de-Four justo al lado de St. Pierre, que es la iglesia donde Calvino en el siglo XVI la lió bien liada y por tanto mi primera visita de mañana. Di una vuelta alrededor del edificio (que tiene el tamaño de una catedral) y he de admitir que me fascinó lo sobria y bonita que es; no existe nada como la pátina del tiempo. Feliz como estaba no di cuenta de dos individuos que se me acercaron con claro aspecto de buscavidas. Me preguntaron algo en francés y como no respondí me preguntaron en inglés, les dije que era de España y se alejaron. Yo (que puedo estar dormido pero no soy tan tonto como el revisor cree) les seguí con la vista disimuladamente y vi que se daban la vuelta y empezaban a seguirme. Algo me decía que no era momento de fingir (porque las calles estaban totalmente vacías) así que vi unas escaleras medievales y me metí por ellas, bajé rápido, salí a una muralla, otra escalinata, un balcón, una cuesta y zas, plaza con terrazas y doscientas personas. No los volví a ver merodeando.

Me jodió no haber completado el diámetro de St. Pierre por culpa de estos notas pero creí prudente dejarlo para mañana. Quizás sólo eran unos pesados pero siempre es mejor ser cauto.

Sin darle más vueltas bajé al lago y estaba bonito. Junto al agua había un piano de estos que a veces están para que los toque cualquiera así que me inventé un par de piezas que quedaron resultonas. Me gusta ver lo diferente que toca uno a solas en casa comparado con cuando hay público: el miedo escénico, implacable. Lo contuve pero me costó esfuerzo con el sueño que tenía.

Cené solo en una vieja bodega rodeado de gente hablando en francés. Uno de ellos tenía un perro y cuando estaba por pensar algo al respecto resultó que el chico era ciego. El otro día leí que llamarle así o invidente es despectivo y nada más lejos de mi

(escribía eso en cama y ahí me dormí bruscamente; fuera había estallado una tormenta gigante y me habría encantado verla pero el sueño dijo no)

Casi dormí siete horas. Abro los ojos y no se escucha nada, ni un ruido. A veces hay un tenue piar de pájaros y algún graznido de cuervo, pero es silencio.

Mientras no escucho nada, pienso que me gustaría ver las instalaciones del acelerador de partículas (CERN) pero creo que es domingo y estarán todos en su casa. Ahí no se inventó Internet pero sí el lenguaje html y la web en 1989, que el propio CERN regaló al dominio público en 1993 de modo que si nos leemos aquí ahora es gracias a ellos y un tal Tim Berners-Lee, un señor inglés que hoy en día debe rondar los sesenta y vive en Massachusetts.

Voy a dejar las notas y tratar de dormir unos minutos más. Seguro que fracaso pero al menos podré disfrutar del silencio, ese gran desconocido.

sábado, 11 de junio de 2016

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Ahora resulta que la leyenda del golf Nick Faldo va en el mismo avión que yo a Ginebra y no puedo evitar pensar que si el aparato se estrella a 800 km/h contra una montaña alpina la noticia será que Faldo y 133 personas la palmaron por un fallo técnico o un controlador aéreo en estado de tristeza...

En realidad daría igual, obvio. Si sucede rescaten la memoria de mi Canon y encontrarán ahí una sorpresa.

(jeje)

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Aquí estamos una vez más con la mochila naranja y gris que ya me acompañó en decenas de viajes desde 2005. La compré para sustituir aquella verde que me prestó Sergio cuando fui a Uruguay y que era simplemente perfecta.

Hoy volaré a Inglaterra, luego a Suiza. Desde allí (felizmente reencontrados Ceci y yo) iremos a Francia y una semana después a Galicia. Unos días en casa y entonces a Croacia y Bosnia hasta el mes que viene. Escribiré lo que pueda, haré fotos, dibujaré, me bañaré en lagos, ríos y mares, comeré cosas que ahora mismo desconozco en idiomas que no hablo. Dejemos que la aventura nos sorprenda.

(según escribo eso ya empieza la cosa, el conductor del bus se ha perdido por Brooklyn)

lunes, 6 de junio de 2016